PARA ESTA SEMANA JULIO 16 DE 2017
Los Carmelitas somos “los juanes” amados por María. Somos sus hermanos.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de la Habana, del Carmelo de Quito, de Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo, un saludo cargado de buenos deseos. Lo mejor para la semana que comenzamos y que haya abundancia de paz en el corazón.
Celebramos hoy la Solemnidad de nuestra madre y reina. La fiesta de la mujer creyente que en su proceso de fe llegó hasta el final, mujer fiel, supo estar al lado de su Hijo y también píe junto a la cruz. Mujer de esperanza, de confianza, de alegría y de soledad. Mujer de Dios, madre de Dios, madre de todos los que en la fe acogemos a Jesús como salvador.
Celebramos el día del Carmelo, día en el que damos gracias a Dios porque le aprendimos a amar de manos de esta mujer, María la de Nazaret, que silenciosamente nos enseñó a creer en la Palabra, a confiar en Dios, a no perder la esperanza en la tribulación, a seguir a Jesús y en lo más misterioso del amor, guardar las cosas en el corazón.
Hoy es la fiesta de la madre contemplativa que viviendo día a día la religiosidad de su tiempo supo contemplar siempre con amor de madre a su Hijo que para ella más que el Mesías, el salvador del mundo, era su Jesús, el de siempre, el que ella llevó en su vientre, amantó, cuidó y vio crecer como ser humano. Ella supo ir entendiendo las cosas de Dios, pero no por eso dejó de seguirlo, de estar ahí con todo lo que desde el amor se puede hacer por alguien.
Es la fiesta de los Carmelitas de aquellos hombres que algún día tomaron la decisión de vivir para Dios, pero al estilo de la madre de Jesús. Hombres que, a través de su mano, pero sobre todo de su cobijo, sintieron que eran de ella de ella, que ellos eran los “juanes” acogidos y amados y ella seguía siendo María, la madre que en sus años se hizo hermana de aquellos que fueron también sus hijos.
Los Carmelitas aprendieron a ser discípulos de la mano de la primera discípula, de la que desde siempre fue dichosa por haber creído, por haber escuchado la Palabra y haberla puesto por obra. Es la fiesta de la Carmelitas que, consagrando su vida al Señor, viviendo en oración y en fraternidad, son signo de entrega de la vida entera a Dios y a Jesús, el esposo y amigo que las ha elegido para sí. Ellas viven el amor al estilo de la Virgen, un amor en el que solo Dios lo es todo, solo Dios basta, como lo diría santa Teresa.
Hoy es la Virgen del Carmen, la que con su vestido cubre la desnudez de nuestro pecado y fragilidad, la que intercede ante Jesús cada vez que el vino se nos acaba. Aquella que no duda en ponerse al servicio de los demás y la que nos acoge y ama como a sus Hijos.
Es la Virgen del Carmen, la que nos ha dicho que nos vistamos con su hábito como signo de consagración a ella, la que nos protege en la vida y la que, en la muerte, en las entrañas misericordiosas de Jesús, nos salva. Ella, la madre, seguirá intercediendo aún después de la muerte por cada uno. Por eso nos vestimos de la Virgen, llevamos en nuestro pecho el escapulario que es escudo de amor. Llevemos con dignidad el escapulario, seamos Carmelitas, hermanos de la virgen, imitando sus virtudes, su amor a Jesús y siendo fieles a todo lo que Él nos pide. De la mano de la Madre del Carmelo, a la cumbre de la perfección que es Cristo.
Feliz fiesta, con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.