«Paz a ustedes»
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Los abrazo con los mejores deseos de paz y bien en el Señor. Están en mis oraciones en las que pido a Dios que su amor misericordioso nos haga cada día más fuertes para que logremos ser lo que el mismo Jesús nos pide. “Sean misericordiosos como mi Padre celestial”.
Este segundo domingo de Pascua se conoce como el domingo de la misericordia.
Jesús da su Espíritu a los discípulos y los envía al perdón de los pecados. Les da autoridad sobre el perdonar o retener, después de haberles enseñado, a lo largo de su vida pública, que el amor y la misericordia no tienen límites, que debemos perdonar siempre, cada día, todas las ofensas del hermano. Ellos tienen autoridad para perdonar y para retener pero siempre en la dinámica misma del Padre Dios que es misericordioso; bueno con todos; que a ninguno excluye.
Jesús resucitado llena de paz y de alegría los corazones de sus discípulos.
Ellos, con las apariciones, vienen confirmados en lo que ya algunos habían escuchado: que el Señor ha resucitado, son confirmados en la fe para que tengan la certeza que Dios nunca falla, que jamás nos abandona y que vale la pena construir, de la mano del Resucitado, el reino de Dios. Tomás no quería creer, le hacía falta ver, tocar y Jesús de nuevo se aparece y se hace don, regalo para Tomas. Jesús resucitado es el mismo que Tomás conoció y siguió. El que murió ahora está vivo, ha resucitado y se hace carne para ser tocado.
“Dichosos los que crean sin haber visto”.
Dichosos nosotros que hemos creído en la predicación de los apóstoles y que también somos conscientes de la misión encomendada por Jesús de predicar el Evangelio, de perdonar y de hacer vida cada una de sus enseñanzas, comenzando por la del amor que misericordiosamente el Padre ha derramado en nuestros corazones. La misericordia, el perdón trae la paz y la paz del corazón, como don del Espíritu Santo, nos llevará a perdonar siempre ya que la paz nos compromete con el perdón y acrecienta la armonía en la comunidad.
En las heridas Tomás reconoció a Jesús, un corazón traspasado, unas manos rotas, unos píes maltratados y gastados. Nosotros también debemos aprender a mirar a los demás desde su dolor, su soledad, su cansancio y abandono. La misericordia trae consigo ponerse en el lugar del otro, dejar que todo lo de esa persona pase por nuestro corazón, por nuestra capacidad de amar. Amor, misericordia, paz y alegría van de la mano. Quien ama es misericordioso y esto le genera paz para poder vivir en la alegría que Dios nos da.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
Fuente: http://ow.ly/KDgs50Fe8gz
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