Llamados a ser santos.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana y del Carmelo de Quito, desde ahora un fin de semana de bendiciones, de paz y sobre todo, de encuentro con los seres queridos. Yo los estaré encomendando para que el Señor les colme de bendiciones cada uno pueda dar lo mejor de sí a las personas que encontraremos.
El próximo domingo estaremos celebrando la solemnidad de todos los santos. Hombres y mujeres que han respondido al llamado del Señor con fidelidad, que lo han entregado todo por amor al amor y al servicio; hombres y mujeres que han perseverando en todas las circunstancias de la vida y han servido al Señor desde los diferentes estilos de vida o vocaciones.
Los santos son lugares de encuentro con el Señor, son intercesores, son nuestro destino y modelo. Ellos, desde la experiencia del amor a Dios, nos acercan a Jesús, nos presentan ante Él y nos invitan a una vida coherente de entrega pero sobre todo de amor.
La santidad no se busca, está dentro de cada uno y se proyecta; la santidad sale del corazón, del mismo lugar donde se guarda la bondad, del lugar donde somos habitados por Dios. La santidad es esencial a nosotros, a nuestro ser imagen y semejanza de Dios. La santidad mueve, motiva, inquieta, se lleva en el ser.
Estamos llamados a ser santos, a vivir santamente y de esto se encarga el Espíritu que hemos recibido en la creación y ratificado, para el servicio, en el día de nuestro bautismo. El Espíritu permite que nos proyectemos, que salgamos del propio encierro; nos da las fuerzas para que demos testimonio de la fe asumiendo todo hasta las últimas consecuencias. El Espíritu nos conforta, nos anima. Nos mantiene en Dios aunque todo pretenda alejarnos de Él.
La santidad es un proyecto de vida que late en el corazón, es una vocación que cada uno debe desarrollar.
Dios es Santo pero nos ha hecho partícipes de su santidad dándonos el Espíritu que es vida y sabiduría. Dios mismo nos regala la oportunidad de poder ser santos como Él es Santo. Él sabe lo que nos dado y por eso no pide cosas imposibles al ser humano. La santidad es una forma de vivir, es una expresión del interior y aparece como fruto de un encuentro y enamoramiento de Jesús y de Dios. El Espíritu Santo es ese vínculo de amor que nos tiene trascendidamente humanos.
Según el texto del Evangelio la santidad tiene muchas expresiones pero en cualquiera de ella seremos poseedores o herederos del Reino, de la tierra y de la vida eterna. Los que son y se saben bienaventurados son los dueños la tierra y también podrán ver a Dios.
La santidad tiene forma concreta, se expresa en la vida. La santidad construye un mundo nuevo, una tierra nueva, una eternidad. La santidad tiene qué ver con el abandono en Dios, con la paz, con la humildad, con la paciencia, mansedumbre, justicia y sobre todo, con la apertura en la fe que en todo hacemos algo por Dios, por el mundo y por los demás. Por Dios llevando a plenitud la obra de la creación, por los demás generando espacios de misericordia, de acogida, de perdón, de amor y por el mundo acabando con las guerras, con las ambiciones de poder que generan miseria e injusticias en el mundo.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.