CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CC.SS DE JESÚS Y MARÍA
V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Is 58,7-10; Sal 111; 1Corintios 2,1-5; Mateo 5,13-15.
La liturgia de la palabra de este domingo nos sitúa en el núcleo fundamental de nuestra fe, y una fe entendida como la adhesión incondicional a Jesucristo.
San Pablo en su primera carta a los Corintios afirma que su predicación antes que centrarse en planteamientos propios de la sabiduría humana que se hacen con «sublime elocuencia», se centró en el anuncio del misterio de Dios, que se resume en la acción salvífica que Él ejerce en el mundo de la vida de cada hombre y mujer que con apertura han sentido la necesidad de su amor y de su gracia.
En este sentido San Pablo entiende que el contenido fundamental de la predicación y de la fe, es Jesucristo y por eso sentencia: «nunca me precie de saber cosa alguna, sino a Jesucristo y Este crucificado».
A Jesucristo fue a quien Pablo predicó, a Jesús la piedra que desecharon los arquitectos fue a quien Pablo predicó, a ese Jesús menospreciado por la gente de su pueblo e incluso por el mismo apóstol antes de su conversión fue a quien Pablo predicó, a ese Jesús que sanó a los enfermos, que amó a los pecadores y que dio la vida por nosotros fue a quien Pablo predicó, tal es el contenido nuclear de nuestra fe, tal es el sentido último de nuestra esperanza, tal es la fuente de la caridad cristiana.
Pero el contenido central de nuestra fe no puede quedarse en contenido, tiene que traducirse y concretarse al decir del Profeta Isaías en la primera lectura en obras, actitudes y palabras que hablen de la presencia de Dios en un mundo poco humano.
Para Isaías esta concreción se efectúa en el partir el pan con el hambriento, en el hospedar a los pobres sin techo, en el vestir al desnudo, y en el desterrar toda opresión y todo gesto amenazador.
Desde lo antes mencionado es un imperativo para nosotros, partir el pan de la amistad con aquel que está solo, partir el pan de la esperanza con el desilusionado, el pan de la alegría con el triste y el pan del amor con aquel que alberga odio. Desde esta lógica se trata de hospedar en el techo de nuestra vida al excluido, al necesitado y a aquel que vive como si Dios no existiera.
En este mismo sentido nos hemos de comprometer con vestir a aquel que ha sido desnudado de su dignidad humana, vulnerados sus derechos y vedadas sus esperanzas; a la escucha del profeta hemos de concretar el contenido del evangelio desterrando de nuestra vida gestos amenazadores de odio y de rencor; solo así la oscuridad se volverá medio día, la luz de Dios brillará en las tinieblas del mundo y se abrirá camino la justicia.
Esta fue la enseñanza que un día nos dejó Jesús en el sermón del monte
Cuando dijo bienaventurados los pobres de espíritu, los menesterosos, los que pasan hambre, los que lloran y los tristes porque de ellos es el reino de los cielos; tal testamento nos lleva a descubrir que la fe se traduce en la vida práctica a través de un compromiso social por la transformación del mundo y en hechos concretos que muestren el rostro misericordioso de Cristo en contextos donde se respira la ausencia de Aquel que es el camino, la verdad y la vida. Finalmente hermanos y hermanas vivir el contenido de nuestra fe que es Cristo no significa otra cosa sino ser sal de la tierra y luz del mundo.
Que nuestra Madre María nos ayude a ser signos visibles de Cristo en nuestras realidades cotidianas
P. Ernesto León Díaz o.cc.ss
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