PARA ESTA SEMANA: ABRIL 4 DE 2016.
Dichosos los que crean por el testimonio que damos.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Reciban mi saludo cordial que lleva los mejores deseos de paz y bien en el Señor que resucitado nos invita a ser creyentes de la Palabra y sobre todo a ser capaces de descubrir su presencia resucitada en el testimonio de los demás.
La resurrección debe tener efectos muy positivos en cada uno de los creyentes. De hecho la resurrección debe alegrarnos porque a través de este acontecimiento tenemos la certeza que Dios es fiel, que ni la maldad humana, ni sus celos, ni sus envidias e injusticias triunfan sobre el bien.
La oración colecta de este II Domingo de Pascua nos dice que Dios reanima la fe de su pueblo con las celebraciones pascuales. Pascua es alegría y paz, pero sobre todo, es certeza. Mucho más allá del tocar, del palpar; mucho más allá de las evidencias que puedan demostrar que Jesús ha resucitado, lo que importa o lo que nos debe importar, es que la comunidad se congregue de nuevo, que nos sintamos hermanos y nos hagamos responsables los unos de los otros en cuanto que los demás son dignos de amor, de respeto, perdón.
Es con la fuerza de la fe, con la certeza de que el Señor está vivo, que ha resucitado y que por su Espíritu nos acompaña y nos ilumina, que el proyecto de Dios sobre la humanidad, sobre el mundo debe seguir. Nada puede ya impedir que la levadura fermente la masa, que la semilla de mostaza germine, que la moneda sea encontrada, que el amor sea el principal invitado en nuestros encuentros para que en el compartir, en la solidaridad y en la misericordia y en el perdón, la presencia del resucitado nos siga alentando y alegrando en la esperanza.
Ha llegado el tiempo de los creyentes, de aquellos que convencidos en quien han puesto su confianza y su fe, son capaces de salir de los propios miedos, son capaces de abrirse de corazón a la aventura del amor y sobre todo, son capaces de dar testimonio de la resurrección del Señor con palabras y con obras. No es tiempo de acallar la palabra, ni la experiencia de Dios. Hay signos y prodigios que nos acompañan en la medida que caminamos en el testimonio de la fe. Un cristiano convencido, un discípulo que sale, un creyente que es capaz de vencerse a sí mismo, hace del mundo un espacio de encuentro, de sanación, de liberación y sobre todo un espacio para Dios que quiere seguir caminando en cada persona de buen corazón.
Bienaventurados nosotros que hemos creído sin haber visto pero más dichosos aquellos que creerán por lo que somos, por lo que hacemos, por la palabra pronunciada. Si Cristo habita en nosotros, si creemos que Él resucitado entonces salgamos y enamoremos de quien puede cambiar el mundo desde cada uno.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd