PARA ESTA SEMANA: ABRIL 25 DE 2016.
El Reino de Dios es para lo que aman.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Reciban mi saludo cordial con los mejores deseos de paz y bien para esta semana. Que en el amarnos unos a otros Dios siga siendo la razón misma del amor que une y crea.
En el texto del Evangelio que nos encontraremos este domingo (Jn.13, 31-35) se nos da a entender que Jesús sabe que su “hora” ha llegado, ya las cosas están dadas y le quedan pocas horas para que los discípulos acaben de comprender en que consistió y sobre todo en qué consiste el Reino, el proyecto de Dios. Tal vez por eso después de haberles lavado los pies y haberlos invitado a la humildad que tiene su mayor expresión en el reconocimiento constante de la grandeza y dignidad de los demás, Él les deja, nos deja un mandamiento: que nos amemos como Él nos amó.
El Reino es de amor, es para amantes; para aquellos que reconocen que la fuerza del cambio radica en el corazón porque es ahí donde Dios nos habita y donde realmente somos originariamente. El Reino de Dios, que es lo que Jesús nos muestra y lo que estamos llamados a vivir y a predicar, implica que independientemente de lo que las otras personas pasen a significar para mí por su actitudes o comportamientos, yo deba tratarlas con trate con respecto y dignidad porque en ellas habita también Dios desde el corazón y que además debo entender que el criterio para que alguien valga o no valga la pena no es el mío sino el de Dios que a todos ama y ayuda y colma de bendiciones.
Nunca debemos olvidar que el reto del cristiano es ser como el Padre que es Santo, misericordioso.
El amor del que nos habla Jesús va más allá de los gustos, de los odios, de las palabras: es un amor de entrega, de fidelidad, de servicio. Un amor lleno de bondad, de misericordia, de acogida. Es un amor capaz del silencio y de palabras. Un amor que se hace oración, caricia, ternura y escucha. Un amor que pide lo mejor para los enemigos y que no desea el mal a nadie. Es un amor que, como escribe san Pablo, se hace comprensión, servicio, entrega, paciencia; un amor que se da del todo, que no se guarda nada, que no es rencoroso. El amor entre nosotros cuando se inspira en Dios no pasa nunca.
Estar amando a los demás como Jesús nos amó necesita que nosotros no perdamos el punto de referencia, que perseveremos en Jesús y que le estemos amando para que Él mismo sea la fuerza y la luz en el amor que debemos dar y con el que debemos amarnos. Amar nace del amor de Dios y amando a los demás expresamos el amor que le tenemos a Dios. Amar implica amarse así mismo, reconocerse grande e hijo de Dios, no estar viviendo de complejos o frustraciones para que nos podamos en el amor proyectar como hijos amados de Dios que trabajamos por el Reino que es paz y justicia. El que ama aunque sufra amando gana paz y alegría, puede mirar a los ojos y sentirse dueño y señor de la creación; el que ama prolonga y hace presente la realidad de Dios, lo glorifica en su vida y en las vidas de los demás.
Amémonos.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd