PARA EL FIN DE SEMANA AGOSTO 4 DE 2016
Vivir sin miedos, con poco y al servicio de los demás.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Mi saludo y los mejores deseos para el fin de semana que se acerca. Los invito a que en familia reconozcamos lo efímero que somos y las cosas que nos faltan para dar paz y felicidad a los demás.
Vamos a llenar el corazón de propósitos y pensemos qué hacer para quedarnos definitivamente en el corazón de las personas, especialmente de los seres queridos. La vida tiene sentido en la medida que sabemos permanecer en el amor de los demás.
La invitación que nos hace Jesús es clara
Confianza, abandono, fe. Ahora lo nuestro, lo de los cristianos, tiene qué ver con otros valores, con otras actitudes, con otra manera de ver la vida y a los demás. Y si somos de Dios, si creemos en Él no hay porqué tener miedo al querer vivir diferente y con poco y al servicio de los otros.
Estar disponibles, sueltos, sin ataduras. Ayudando a los pobres, amando sin condiciones, perdonando sin amenazas; amando y haciendo amar a Dios, son acciones que se convierten en valores eternos y para la eternidad y que además marcan una manera muy especial de ser y de vivir. El corazón que se pone en Dios mira al hermano, lo siente propio y sobre todo se hace solidario. Un corazón en Dios es refugio seguro para el débil, el enfermo o el pecador. Poner el corazón en la riqueza o en los bienes es apartarse de la bondad, de la solidaridad. Es apartarse de cualquier posibilidad de servir; es encerrarse gastar la vida en el sinsentido de la vida misma.
El Evangelio del próximo domingo (Lc.12, 32-48) nos habla de estar listos.
Preparados para cuando el Señor nos llame a la eternidad. Satisfechos del deber cumplido, el corazón llenos de anhelos y de amores, desprendidos de todo, plenos de amor para seguir desde lo eterno amando a los demás.
Nosotros sabemos lo que Dios quiere, lo que nos está pidiendo. El corazón que no deja de latir tampoco deja de sentir la necesidad de amar, de entregar ya que éste es el centro de operaciones de cualquier relación que nace de la experiencia de Dios y va hacia los demás. Lo nuestro es amar; lo nuestro es dar porque al darnos damos a Dios que es amor. Que el encuentro definitivo con Dios que comenzó aquí en la tierra o mejor en ese pedazo de cielo que es el corazón sea pleno de intimidad y de gozo en la eternidad.
Sigamos caminando hacia lo eterno, sigamos dando el cielo que tenemos dentro y sigamos dando sentido a la vida en los gestos de amor, de perdón, de solidaridad con los demás.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
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