CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS DE JESÚS Y MARÍA
XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
2Macabeos 7,1-2.9-14; Sal 16; 2Tesalonicenses 2,16-3,5; Lucas 20,27-38
Queridos hermanos y hermanas:
Al término inminente del tiempo litúrgico que se denomina ORDINARIO, compuesto de treinta y cuatro domingos y vividos por parte de nosotros treinta y dos, la Palabra del Señor enfatiza en temas como: el final de los tiempos, la muerte, resurrección, vida eterna, justificación, salvación y condenación; temas que tienen que ver a profundidad con nuestra fe, con nuestras convicciones y con nuestros gozos y esperanzas como creyentes.
Por lo anteriormente dicho, es menester detenernos a pensar sobre dos inquietudes que tienen como intención abarcar los diversos temas arriba enunciados, los interrogantes a los que nos referimos son los siguientes: ¿En quién creemos? y ¿Por qué creemos?
A la primera pregunta: ¿en quién creemos?
Con seguridad hemos de responder uniéndonos al segundo libro de los Macabeos y al Santo Evangelio según San Lucas, que creemos en un «Dios de vivos y no en un Dios de muertos».
A ese Dios de vivos y no de muertos, los siete hermanos junto con su madre (primera lectura), le ofrendaron sus vidas, a ese Dios de vivos es a quien en este tiempo nosotros hemos de amar y adorar, ese Dios de vivos es el mismo que resucitó a Jesucristo y es el mismo que nos está esperando en el cielo.
Creemos en un Dios de vivos que es Trinidad, que es familia, unidad y que por tanto no admite división; que es esperanza y que no admite desilusión, que es gozo y no tristeza, que es alivio y no dolor. Creemos en un Dios que es vida porque grabada está en su mente la belleza de la creación, que es victoria porque a su ser no corresponde la derrota, creemos en un Dios amigo que perdona nuestras ofensas, que es Padre, que es protección y ayuda para su pueblo, un Dios que como dice el salmo: «presta oído a nuestras súplicas y por tanto nos responde», creemos en un Dios que según la segunda lectura: «conforta los corazones destrozados y venda sus heridas», es un Dios que nos libra de la maldad, en aquel que fue y es revelado por Jesucristo nuestro redentor.
Creemos en un Dios de vivos y no de muertos, que nos ha prometido el cielo, la resurrección y la vida eterna.
A la segunda pregunta ¿por qué creemos? la respuesta ha de ser porque ESTAMOS CONVENCIDOS DE NUESTRA FE, una fe que no es un simple sentimiento, sino adhesión a Jesucristo, no confeccionada desde la tradición y la costumbre, sino desde la convicción total de nuestros padres y a través de las enseñanzas de la Iglesia.
Creemos porque no podemos pensar nuestra vida sin Dios, sin su concurso, sin su ayuda; nosotros creemos porque hemos tomado conciencia progresivamente de los grandes milagros y beneficios que hemos recibido de Él. Creemos que ese Dios de vivos y no de muertos, fue el mismo que acompañó a Abraham, Isaac y Jacob y que ahora está en medio de nosotros. Es el mismo que resucitó a los siete hermanos y a la viuda del evangelio de hoy, creemos en Dios porque todo hombre y mujer tiene hambre de trascendencia, en nuestro caso, somos creyentes y tenemos hambre de Dios.
Que María nuestra Madre del Cielo, nos ayude a fundamentar nuestra fe en un Dios de vivos y no de muertos, en aquel que es la resurrección y la vida.
P. Ernesto León D. o.cc.ss
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