Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Mi saludo con los mejores deseos de paz y bien. Una semana en la que estamos siendo invitados a acercarnos al Señor y a pedirle con humildad que nos sane, que nos libre de todo aquello que nos margina y por lo cual estamos condenados al desprecio o a la indiferencia.
La lepra, enfermedad que acaba con los sueños, las esperanzas, las alegrías, las familias
Que aleja de la experiencia de encuentro y de comunidad, es una enfermedad que clama compasión, cercanía, amor. Y esto lo entiende Jesús que escucha el clamor de los marginados, de los excluidos, de aquellos que entienden que solo de Dios puede venir el amor, la cercanía y la misericordia.
Jesús no margina a ninguno ni por pecados, ni por enfermedades. Él sabe que su mano es sanadora, que su abrazo conforta, que sus Palabras dan vida y que su paso por nuestra vida llena de esperanza. Él sabe que es presencia de Dios, que sus obras deben ser lo que es su ser: obras de Dios que llenan de vida.
Jesús siempre querrá lo mejor, su amor no aspira a nada más sino a amar, siempre querrá curarnos de nuestras enfermedades y además nos quiere en el mundo activos, por eso todo lo que nos margina, lo que nos aleja de los demás Él lo quita. Jesús toca, carga, es luz, es vida, es puerta, es camino y vida. El leproso no podía perder la oportunidad de que Jesús pasaba. Quiere quedar sano y se lo pide a Jesús.
Su sanación debe venir de lo alto, es un don, es un regalo de amor.
Curar a alguien de la lepra es un llenar de posibilidades a la persona, es permitirle que regrese a su casa, a su familia. Que pueda participar de la vida religiosa, tan fundamental para los judíos, abiertamente. Que abandone su condición de “impuro” para convertirse en alguien que lleno de dignidad vuelve a experimentar el amor y la acogida de los suyos. Sanarse o ser sanado de la lepra es recuperar el sentido de la vida y abrirse a todas las posibilidades que le brinda el sentirse bien.
Al ser sanado este hombre, Jesús le ha restaurado, le ha vuelto a la vida. Ya no está el borde del camino, ahora transita por Él. Ya no grita ni tiene letreros para que todos sepan que es impuro; ahora se siente digno, amado. Se siente transformado por el amor. Jesús lo ha purificado. El sanado por el amor deje de vivir de las limosnas y de lo que la gente le tire.
El amor lo ha engrandecido.
Todos nosotros debemos acercarnos a Jesús. Cada uno tiene cosas que marginan y que necesitan ser restauradas por el amor y la compasión de Dios. Sintamos la necesidad de regresar a los lugares en los que nos esperan, a donde la gente que nos ama. Sintamos la necesidad de salir el encuentro de Jesús, rompiendo los esquemas del miedo y pidamos con humildad que nos sane. Él quiere sanarnos, perdonarnos, restaurarnos. Espero que tú también, como yo quieras, que su mano al tocarte te sane.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
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Fuente: P. Jaime Palacio
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