Señor de los Milagros: Te saludo en tu cruz redentora como el supremo Sacerdote, que penetraste en el santuario eterno con el sacrificio de tu propia vida. En ti finaliza el sacerdocio de la Antigua Alianza que sólo era figura y anuncio del sacerdocio que tú iniciaste, y del cual haces participes a tus elegidos de la tierra.
Ellos son frágiles, Señor. Llénalos de fortaleza para que permanezcan en tu amor. Son limitados. Suscita en torno a ellos colaboradores comprensivos que prolonguen la obra evangelizadora que emprendan en tu Iglesia. Son humanos. Hazles sentir tu presencia que llena todas las aspiraciones del corazón humano y no permitas que les falten las amistades sinceras, que los sostengan, sobre todo en los días en que la soledad los angustie. Tienen responsabilidades enormes. No les falte tu gracia que los ilumine, los consuele, los conforte y los mantenga fieles a los compromisos adquiridos contigo y con tu Iglesia.
Danos Señor los sacerdotes que necesita tu pueblo para que anuncien tu presencia, consagren la Eucaristía, perdonen a los pecadores y acompañen a sus hermanos en el camino de la fe. Tu mano les alivie el peso de su cruz y les señale, más allá de los horizontes visibles, el premio que reservas a los que te sirven y aman con inviolable constancia, a pesar de la flaqueza humana de que se hallan revestidos. Sacerdote eterno, danos sacerdotes dignos de la vocación con que privilegias a los que decidieron seguirte.
Amén.
Tomado del libro Oremos viviendo el amor y la misericordia de Dios No 3
EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO
CAPÍTULO 6
Capítulo 6, 9-11
Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre;
venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.
Nuestro pan cotidiano dánoslo hoy;
Capítulo 6, 12-15
y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores;
y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal.
Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;
pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.
Capítulo 6, 16-18
Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,
para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Capítulo 6, 19-21
No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban.
Acumulad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben.
Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.
Capítulo 6, 22-24
La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso;
pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!
Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.
Capítulo 6, 25-27
Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?
Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida?
Capítulo 6, 28-30
Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan.
Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos.
Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?
Capítulo 6, 31-34
No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos?
Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.
Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.
Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal.
ORACIÓN POR LOS SACERDOTES II