CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

PARA ESTA SEMANA AGOSTO 14 DE 2017

PARA ESTA SEMANA AGOSTO 14 DE 2017

“¿Por qué has dudado?”
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, de Carmelitas de Cúcuta y de tantas partes del mundo. Un abrazo cargado de bendiciones. Vamos en esta semana a poner todo para que los proyectos de bien salgan adelante y para que a pesar de las dudas y de los miedos no dejemos de caminar hacia Jesús y hacia nuestros objetivos. Dios nos dará la fuerza, Él será nuestra confianza.

En el Evangelio de este domingo Jesús envía a sus discípulos delante de Él y se queda despidiendo a las personas (Mt. 14, 22-33) Despedir a la gente es una forma de acompañarlos hasta el final, de no dejar nada pendiente; que cada uno regrese a su lugar, a su casa, con el corazón lleno de esperanza. Han sido días con Jesús: días de enseñanza y por lo tanto de aprender muchas cosas acerca del Reino y del amor de Dios; días de sanaciones y de querer colmar las esperanzas que se guardan en el corazón y que tal vez solo Dios sabe y entiende. Días en lo que el sol, el cansancio y hasta el hambre los apremia. Dios tuvo compasión de una multitud y la sacia, la alimenta. Cuando todo estaba cumplido Jesús se queda despidiendo a la gente y manda a los discípulos a descansar, los manda a la otra orilla a donde seguramente estarán solos y recuperarán las fuerzas.

Y Jesús cuando ha cumplido la misión regresa a la fuente. Se retira a orar, se pone cerca de Dios, de su Padre. Él todo lo ha entregado, su vida, su amor, su cansancio, su deseo de bien, su compasión… todo se lo ha llevado la gente. A Jesús le queda el Padre que en la montaña lo espera. Jesús tiene que volver al amor, al manantial, tiene que tomar fuerzas, tiene que llenarse de amor, tiene que descansar y va a encontrar a su Padre, a nuestro Padre.

La oración se convierte en el momento de encuentro, de fuerza; es la oportunidad para llenarnos de nuevo de Dios Padre. En la oración nos sentimos confortados, descansamos en el amor del Padre, recibimos de nuevo la paz, la compasión, la ternura entregada. En la oración de nuevo cogemos fuerza, tomamos el aire que necesitamos para seguir en la batalla del bien, para seguir hasta el final entregando todo lo que Dios nos ha dado para dar a los demás. Y todas las noches, en la montaña (lugar de encuentro con la trascendencia de Dios, lugar en el que Dios se acerca a los hombres y los hombres a Dios) Dios nos sigue esperando, está para consolarnos, para darnos Palabra, para darnos fuerza y sobre todo, para confortarnos en el amor.

Antes de regresar a la cotidianidad de la vida, antes de regresar al trabajo, antes y después del apostolado: Dios está ahí para nosotros, para un encuentro cercano, íntimo, lleno de paz y de luz. Dios es en la oración el lugar de nuestro descanso.

Después de un buen tiempo, horas de encuentro en soledad con el Padre, llega el momento para Jesús de regresar y de encontrarse con los demás; Jesús sale al encuentro de los discípulos que no han tenido una noche tranquila. Los vientos eran contrarios, la barca estaba siendo constantemente sacudida por las olas y ahí es cuando Jesús aparece. Él viene de Dios para llenarnos de calma, para acompañarnos, para ayudarnos a llegar al destino final. Él es así silencioso pero siempre presente, sutil y delicado siempre dispuesto; para Jesús no hay horas sino amigos, discípulos, encuentros.

Y todas las veces que tengamos miedo Jesús estará ahí para invitarnos a la calma. Él está ahí, llegando, caminando hacia nosotros. Si en mi vida está presente Jesús nadie me podrá hacer daño.

Pedro reta al Señor, quiere certezas en la fe y quiere caminar sobre el agua como Jesús lo hace. Y Pedro cuando duda se comienza a hundir. Cuando dudamos dejamos de caminar hacia Jesús y caminamos hacia el fondo, hacia donde la vida se puede perder. Cuidado con los miedos, cuidado con dejar de caminar hacia Jesús. Nos hundimos, nos perdemos. Y si alguno se siente con miedo por los vientos que soplan y si alguno siente que se hunde y si alguno abandonó el camino que grite: “Señor, sálvame” Dios está ahí para darnos la mano, para sacarnos. Dios nos rescata. Confiemos en el Señor, vivamos en el Señor. Y que no nos falte la fe.

Con mi bendición:

P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.