PARA EL FIN DE SEMANA: JUNIO 2 DE 2016.
Jesús hace que la muerte se llene de vida.
Mis amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Abrazos y bendiciones. Lo mejor para el fin de semana que se acerca. Dios colme cada día de su amor y en su amor de paz y de salud.
El pasaje del Evangelio con el que nos encontraremos próximo domingo (Lc. 7, 11-17) nos presenta a una mujer que ha quedado totalmente sola. Se le muere su hijo único y ya había muerto también su esposo. Una mujer en el tiempo de Jesús y viuda y sin hijos era equivalente al mayor signo de pobreza. Una realidad que habla de desamparo, de abandono, de hambre. ¿Quién velaría por el sustento de esta mujer?, ¿quién lograría consolarla en su profundo dolor?, ¿quién le devolvería las ganas de vivir, de luchar?
Jesús se compadece de esta mujer que está llorando. Y Jesús que es vida le da la vida al joven y lo devuelve a la mujer porque era lo único que ella tenía. Nosotros le importamos a Dios, Él no quiere nuestro sufrimiento. Antes, mucha parte de la religiosidad judía no tenía en sus conceptos la resurrección, que el que un muerto volviera a vivir. Y Jesús nos muestra que sí es posible, que el encuentro con Él trae la vida, el consuelo y la fortaleza. Y aunque para tanta gente la muerte sigue siendo una pérdida, desde la experiencia de Jesús, la muerte se convierte en un encuentro.
Ahora sabemos el destino que nos espera. Y aunque para la viuda de Naím, con la muerte de su hijo estaba inscrita su propia muerte y destino, Jesús compadecido le regala de nuevo a su hijo y ahora resucitado. Le devuelve la alegría y las ganas de vivir.
Puede ser que los nuestros que han muerto no regresen a casa como el hijo de la viuda, pero si estamos seguros que no han muerto no para abandonarnos o para olvidarnos. Sabemos que viven en Dios, que son del Padre ha donde ha regresado después de la vida. Es por esto que ahora la muerte debe vivirse en la esperanza y debe tener el sabor del triunfo. Alguien ya que nos conoce, desde Dios nos acompaña e intercede por cada uno y es que el amor que nuestros difuntos nos tienen se convierte en amor de Dios que acompaña y consuela y fortalece.
En Jesús está la vida, él pasa por nuestra propia realidad sanando y llenándonos de su vida. En Jesús está la eternidad, él mismo lleva el cielo consigo. En Jesús está el amor que se compadece ante el dolor, la pobreza y el abandono. Jesús se acerca, toca, habla. Jesús se hace presente allí donde nosotros pensamos que todo está perdido. Jesús nos devuelve la esperanza y llena la vida de razones para seguir luchando, para seguir viviendo. Jesús hace que la muerte se llene de vida y de esperanza.
Dos procesiones: La de Jesús llegando a la población y la de la viuda saliendo de la población. La alegría y la tristeza; La vida y la muerte. Dos realidades que se encuentran pero que son asumidas en su totalidad por Jesús. Las dos procesiones ahora son una sola: la que regresa a la población, la que se llena de alegría y de anuncio, la que permite que Dios visite a su pueblo.
Dejémonos encontrar por Jesús. Él siegue siendo la vida, la resurrección, la buena noticia del Padre.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd