Vigésimo tercero del tiempo ordinario
EL DISCIPULADO PIDE RADICALIDAD:
Comprometerse en primera persona
Lucas 14, 25-33
“Quien busca a Jesús sin la Cruz, encontrará la Cruz sin Jesús”
“El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío”
Comencemos orando…
“Damos gracias a Dios que nos ha dado el don de la Palabra, Con la cual nos podemos comunicar con Él por medio de su Hijo, Que es su Palabra (cf. Jn 1,1), y entre nosotros.
Damos gracias a Él que por su gran amor nos ha hablado como amigos (cf. Jn 14,14-15)”. (Documento de Aparecida No.25)
Introducción
El evangelio de hoy nos sorprende con un llamado a la responsabilidad y al radicalismo en el discipulado, ya que ser discípulo de Jesús tiene un precio y hay que asumirlo. En el evangelio de hoy aprendemos que para seguir a Jesús se requiere salir del anonimato y comprometerse en primera persona.
En tiempos del ministerio terreno de Jesús, mucha gente le seguía como admiradora suya, quizás atraída por su proyecto. Aquí vemos cómo Jesús expone claramente las condiciones para llamarse “discípulo” suyo: (1) el desapego afectivo, completo e inmediato para darle la prioridad a Jesús; (2) la disponibilidad para la cruz y la renuncia a todo. Esto presupone un gran realismo y prudencia ante el entusiasmo inicial en la decisión por el discipulado.
Se requiere, como lo ilustran las dos pequeñas parábolas que leemos hoy, el realismo del arquitecto que construye un edificio y la prudencia de un rey que enfrenta una guerra.
En otras palabras, hay que evitar las falsas ilusiones, puesto que no basta la buena voluntad para ser cristiano, y hay que ser suficientemente sabio, para poder enfrentar los riesgos que este compromiso implica. Ser discípulo de Jesús comporta decisiones y riesgos que determinan la vida entera de quien hace la opción.
Sorprendente, ¿verdad? Pues retrocedamos un poco en este evangelio de Lucas y veamos que esta enseñanza sobre las decisiones y riesgos del discipulado no es del todo nueva. Recordemos, por ejemplo como:
• Desde el primer día, cuando “lo dejaron todo” (5,11) para seguir a Jesús, Simón Pedro y sus compañeros ya lo sabían.
• Igualmente, al comenzar la subida a Jerusalén, este fue el primer mensaje para los nuevos candidatos al discipulado (ver 9,57-62).
Y el mismo tema será enfatizado más adelante. Cuando Jesús está a punto de llegar a Jerusalén, después de la historia del joven rico, el tema de la radicalidad por medio de la renuncia reaparece (ver 19,24-30).
1. El texto en su contexto y su estructura
El contexto inmediato
Para situar mejor nuestro evangelio de hoy, es bueno que tengamos presente el pasaje inmediatamente anterior.
Después de la parábola sobre “los invitados que se excusan” (14,15-24), donde los intereses personales de los invitados -la hacienda, los negocios, el matrimonio- los llevan a posponer la participación en el banquete, Jesús deja de observar a los fariseos y concentra su atención en los que le siguen (14,25-27). Así pasa a la siguiente lección: que los que responden positivamente a la invitación no lo hagan a la ligera.
Efectivamente, por el entusiasmo de seguir a Jesús –como si se dijera: “nosotros somos los que te dijimos ‘sí’” (véase más adelante 18,28)- se corre el riesgo de subestimar el costo del discipulado y embarcarse en una empresa para la cual no se está debidamente preparado. Por lo tanto, si es verdad que hay gente que le dice “no” a Jesús, también es verdad que hay que ser prudente para dar el “sí”, ponderando bien aquello en lo que se va a meter antes de dar el paso. Sólo así el compromiso con Jesús podrá ser total y la entrega a su proyecto absoluta.
El texto
San Lucas nos sigue presentando el viaje de Jesús hacia Jerusalén. Casi que podemos imaginarnos los caminos polvorientos y solitarios, a lo mejor en medio de un desierto pedregoso como el de Judá, que sube hacia el monte Sión, la anhelada meta de cualquier peregrino judío.
Como lo acabamos de recordar, Jesús acaba de salir de la casa de uno de los jefes de los fariseos, donde participó en un banquete durante el cual dio su enseñanza sobre el banquete del Reino y la invitación para participar en él.
Cuando Jesús retoma el camino, se da cuenta de que mucha gente lo sigue, entonces da media vuelta, los mira y comienzan entonces las palabras de Jesús.
Leamos atentamente el pasaje:
“25 Caminaba con Él mucha gente, y volviéndose les dijo:
‘26 Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío.
27 El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
28 Porque ¿Quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla?
29 No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo:
30 Este comenzó a edificar y no pudo terminar.
31 O ¿Qué rey, que sale a enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con 10.000 puede salir al paso del que viene contra él con 20.000?
32 Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz.
33 Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.
34 Buena es la sal; mas si también la sal se desvirtúa, ¿con qué se la sazonará?
35 No es útil ni para la tierra ni para el estercolero; la tiran afuera.
El que tenga oídos para oír, que oiga’ ”
El esquema del texto
El pasaje básicamente se ocupa de darle voz a la enseñanza de Jesús –no hay ninguna otra intervención- y tiene el siguiente esquema:
(1) una brevísima introducción (14,25);
(2) dos dichos paralelos sobre el discipulado (14,26-27).
(3) dos parábolas (o dichos parabólicos) con una aplicación (14,28-30.31-32.33);
(4) y una conclusión (14,34-35).
Como podemos ver, se exponen sucesivamente las exigencias, las actitudes y las consecuencias que debe adoptar quien se dispone a seguir a Jesús.
Profundicemos…
2. La introducción: con Jesús en el camino (14,25)
El lugar en el cual Jesús da la nueva lección es el camino y el auditorio es una gran cantidad de gente que parece candidatizarse para el discipulado: “Caminaba con él mucha gente” (14,25a).
El evangelista Lucas nos recuerda que estamos en medio del viaje de Jesús a Jerusalén, allí donde se dan las lecciones fundamentales sobre el discipulado. Se insiste en que no es solamente el viaje de Jesús: hay un “caminar juntos”.
El acompañamiento de las multitudes es grande. Esta es una constante del evangelio (ver por ejemplo: 5,15; 7,11.17). Jesús no anda como un desconocido y la atracción que ejerce sobre la gente es grande. Pero, y como ya lo ha anunciado Lucas desde la introducción del evangelio, hay una seria preocupación por la “solidez” de estos seguidores (1,4; ver 8,11-15). No está mal que se siga a Jesús con gran boato, pero se corre un gran riesgo cuando no se lo hace con un sentido de la realidad hacia la cual el evangelio los está conduciendo.
“Y volviéndose les dijo…” (14,25b). Jesús no se dirige solamente al grupo de los Doce, se dirige a todo el que, caminando con él, quiere llegar a ser verdadero discípulo (el término “discípulo”, en la obra lucana, es una expresión que abarca a todos los creyentes en Jesús). Estos serán los futuros proclamadores del mensaje de la salvación. No está en juego solamente el presente del discipulado sino también el futuro de la evangelización.
3. Las exigencias del discipulado: dos dichos paralelos (14,26-27)
Jesús pronuncia con mucha fuerza dos frases que delinean las condiciones para ser su discípulo. Observándolas atentamente vale destacar:
Jesús está en el centro y el discípulo define su identidad con relación a él. Llama la atención la repetición del “mí” y “mío”.
Que Jesús habla con frases condicionales: “si esto, entonces esto otro”. Hay una condición que cumplir para ser discípulo.
Jesucristo deja a la persona en libertad para escogerlo.
Que Jesús entiende que la opción por él implica un desplazamiento interior y exterior de la persona hacia él: “viene donde mí”, “venga en pos de mí”.
Jesucristo repite la frase “no puede ser discípulo mío”, no en el sentido de no ser admitido sino “no ser capaz” de vivir el discipulado como debe ser.
Veamos las dos frases cuyas ideas centrales podrían resumirse así: posponer los otros amores y anteponer a Jesús.
3.1. Posponer los otros amores (14,26)
“Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, o a su madre, ni a su mujer, o a sus hijos, ni a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío” (14,26)
“Si alguno viene donde mí”. Tenemos una primera imagen positiva de la respuesta vocacional. Ahora bien, a quien da el primer paso en la repuesta a la llamada de Jesús, se le pide que “oiga” la palabra que le da solidez a su opción. Como leemos en el sermón de la llanura: “Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica… es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos” (6,47).
“No odia…”. Así suena literalmente en griego. Pero sabemos que se le está haciendo eco a un giro idiomático de la lengua hebrea, donde el término “odiar” no tiene que ver con la repulsa interior del afecto sino con una prioridad en el amor (“amar menos”/ “amar más… por encima de”; ver por ejemplo 16,13; ver también Gn 29,31-33). Siguiendo el lenguaje del Antiguo Testamento, lo que se está diciendo es que hay que colocar todos los valores de este mundo en un segundo rango, puesto que los intereses de Dios están en juego.
De ahí que se trata de una renuncia a colocar en el centro a una persona diferente de Jesús.
Por eso lo mejor es traducir esta dura expresión con el término “posponer” (porque el “odiar” es contrario al “anteponer”), entendiendo que no se trata de un descuido de los legítimos amores de la vida, sino de una subordinación de todos ellos al amor primero y fontal de Jesús.
Luego se hace la lista de los “siete amores” del corazón de todo ser humano: (1) Padre, (2) Madre, (3) Esposa –detalle que nos remite a 14,20-, (4) Hijos, (5) Hermanos, (6) Hermanas, (7) La propia vida. Vemos lo que implica la opción por Jesús para el mundo de la familia. Observemos que la lista termina con el propio “yo” (ver también Jn 12,25): hasta esta profunda raíz afecta la opción por Jesús.
Todos, absolutamente todos los intereses, quedan en segundo lugar cuando uno se compromete con Jesús.
Desde lo más profundo se reordenan, como en una revolución copernicana, los afectos del discípulo; el centro es Jesús: amar a Jesús por encima de todas las cosas; esto implicará –puesto que se está haciendo un ejercicio de subordinación- amarlos a todos desde el amor de Jesús.
Desde entonces el seguidor de Jesús comprende que su vida ya no es la misma de antes. Tal como le sucedía a los que le consagraban su vida a Dios en el Antiguo Testamento para dedicarse completamente al servicio de la Torá. Lo vemos en esta bella expresión de la devoción de los hijos de Leví a la Torá, en la bendición de Moisés: “El que dijo de su padre y de su madre: ‘no los he visto’. El que no reconoce a sus hermanos y a sus hijos ignora. Pues guardan tu Palabra, y tu alianza observan” (Dt 33,9).
3.2. Anteponer a Jesús, él es la prioridad desde la cual se reconfigura todo el tejido relacional del discípulo (14,27)
La lista de las renuncias terminó con la de la “la propia vida”. Esta renuncia no se comprende si no es a la luz del misterio de la Cruz, por eso la frase siguiente: “El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío” (14,27).
Centrarse en Jesús, es centrarse en su Cruz. Allí donde el amor se purifica y alcanza su más alta intensidad. Comprendemos ahora que la primera frase de Jesús no le estaba pidiendo a sus seguidores ser despiadados con los suyos sino precisamente todo lo contrario: amarlos pero desde el amor aprendido en la escuela de la Cruz; allí donde no hay traiciones, ni dobleces, ni deficiencias en el amor.
(1) “El que no lleve su cruz…”
Se trata de “cargar” la propia cruz, es decir, el discípulo se coloca en el lugar de Jesús. Esto indica una apropiación, con esfuerzo y compromiso, de las diversas realidades de la vida tratando de reproducir–poniendo cada paso de la vida sobre sus huellas- las actitudes de aquel que nos precedió en la Cruz. De ahí la frase: “y venga en pos de mí”. Esto lo tiene que recordar el discípulo cada vez que vaya a hacer algo, en cada instante de la vida.
El horizonte de la Cruz le da al discípulo una nueva visión de la vida. Recordando que esta frase sobre el tomar la cruz ya había sido dicha después de la confesión de fe de Pedro, en 9,23 (donde se acentuó: “cada día”), vemos ahora lo que implica el seguimiento de Jesús, digamos, de manera perfecta. La imagen de una persona que carga con el instrumento del suplicio hasta el patíbulo de la crucifixión, representa la actitud de quien está preparado para morir. No se excluye la posibilidad del martirio, literalmente una muerte cruenta, arrebatada por la feroz violencia de otro, pero lo importante es que el discípulo está dispuesto en todo instante a entregar la vida, con la actitud de auto-negación de quien considera que ya no tiene más negocios en esta vida (ver lo que dice Pablo al respecto en 1ªCor 15,31; Rm 8,36).
(2) “…Y venga en pos de mí”
Se acentúa que la cruz se carga con la mirada puesta en Jesús, si no, no tiene sentido.
La frase “Venir en pos de mí” nos recuerda la manera de hablar en el Antiguo Testamento para referirse a la renuncia a los falsos dioses con el fin de ponerse confiadamente –con amor total- en los caminos de Yahveh (ver Dt 13,4; 1ªRe 14,8). Lo que llama la atención es que esta opción por Dios recae sobre la persona de Jesús: se trata de seguir a Jesús con la actitud de despojo que se acaba de describir, sabiendo que en él están los caminos de Yahveh.
En la literatura rabínica es conocida la expresión “venir en pos de…” para describir el servicio del discípulo a su Rabbí, sin embargo este no es el caso aquí porque la idea importante no es propiamente la del servicio al maestro sino la del “jugársela toda por Jesús”; el servicio es más bien la consecuencia.
Entonces, a Jesús no se le puede seguir sin la cruz, sin ese despojo total que identifica completamente con el Maestro –ahora resucitado- por los caminos de la vida.
Estar incondicionalmente en comunión con Jesús constituye la esencia misma del ser discípulo. Este desapego y la comunión con los sufrimientos del Maestro exige que uno vaya hasta el colmo de los esfuerzos, en un darse a fondo que más adelante se va a resumir en la frase: “renunciar a todos los bienes” (14,33).
Para subrayar la importancia de esta forma radical de adhesión, ahora Jesús, en las dos pequeñas parábolas siguientes, nos hace una severa advertencia para que evitemos cualquier promesa superficial. Este camino no se puede tomar sin “discernimiento”.
4. Las actitudes que se requieren: dos parábolas para no tomar las cosas a la ligera sino aprender a discernir con realismo y sabiduría (14,28-32)
Jesús enuncia dos parábolas que no encontramos sino en este evangelio. Ambas apuntan a la misma idea: la necesidad de una correcta evaluación de la situación antes de emprender una aventura. Las dos historias cuando terminan llevan a la misma moraleja: una persona que no cuenta con suficientes recursos no debería embarcarse en una empresa que de antemano sabe que va a fracasar y que pondrá su nombre en ridículo frente a sus conocidos.
Jesús enseña que un compromiso a medias es peor que un rechazo total. Pero esto no se dice para desanimar, sino todo lo contrario, para dar coraje. De hecho el discípulo tiene con qué invertir, el problema es si está dispuesto a pagar el precio.
Si no se quiere ser “discípulo a medias” sino coronar el camino con Jesús, gracias a la “perseverancia en (las) pruebas” (22,28), entonces hay que parar un poco y reflexionar sobre las implicaciones de la decisión inicial por Jesús, como lo hace el constructor antes de comenzar el edificio o el rey antes de emprender la guerra.
Veamos la dinámica de ambas parábolas (o más exactamente dichos parabólicos), sabiendo de antemano que son solamente situaciones hipotéticas (“¿Quién de vosotros…?”; 14,28a).
4.1. La parábola del constructor (14,28-30)
En torno al ejemplo de una persona que se dispone a iniciar una construcción, Jesús muestra cuatro momentos: (1) se plantea un desafío; (2) se dice cuál es la actitud lógica que hay que tomar; (3) se coloca un “pero”; y (4) se enuncia la consecuencia de una mala decisión.
(1) El desafío: “Porque, quién de vosotros, que quiere edificar una torre…” (14,28b).
Probablemente se refiera a la edificación de una casa de campo en una hacienda, la cual suponía medidas (e inversiones) considerables (ver 12,18; y quizás 13,4), ya que es el tipo de construcción no pública cuyos fundamentos podría gastarle al propietario todos sus recursos.
(2) La actitud lógica: “¿…No se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla?” (14,28c).
Lo primero que normalmente se hace es “sentarse para calcular el costo”, es decir, elaborar el presupuesto. La imagen es la de una persona que se sienta a hacer cuentas y esto supone un esfuerzo de reflexión, de discernimiento.
(3) El posible “pero”: “No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar…” (14,29a).
Hay un énfasis en la situación negativa que le espera a quien no haga lo correcto. Hay que temer y temblar. La gran preocupación debe ser llevar a término los objetivos (esto nos recuerda la catequesis de 8,14: hay que tratar de llegar a la madurez en los caminos de Jesús).
(4) La consecuencia de una mala decisión: “Todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: ‘Éste comenzó a edificar y no pudo terminar’” (14,29c-30).
Quien tome una mala decisión se expondrá a la vergüenza pública: el ridículo, la deshonra. Le recordarán siempre su fracaso: “no logró llevar a cabo sus propósitos”.
El mensaje es que cualquiera que emprenda una tarea sin estar preparado para asumir hasta las últimas consecuencias será considerado loco. Relacionándolo con lo dicho en la primera parte de este pasaje, comprendemos mejor por qué los discípulos deben estar preparados para la máxima auto-negación.
4.2. La parábola del rey que va a la guerra (14,31-32)
El esquema y la moraleja del segundo dicho parabólico sobre el rey que va a la guerra, es bastante parecido al del primero. Hay leves diferencias que vale la pena notar.
(1) “Qué rey, que sale a enfrentarse con otro rey…” (14,31a).
La referencia es clara: el esfuerzo de un rey que debe enfrentar a otro en una batalla. La situación supondrá una medición de fuerzas: “salir al paso – oponerse”.
(2) “¿…No se sienta antes y delibera si con diez mil puede salir al paso del que viene contra él con veinte mil?” (14,31b).
El momento reflexivo y el “pero” aparecen fundidos en la misma frase: se acentúa más el momento de la “deliberación” y la toma de decisiones. Se quiere decir que lo delicado de la situación implica reunir, comprometer y reclutar un gran numero de soldados; pero supone también la elaboración de una buena estrategia. Se deja ver la ridícula situación de quien de repente se verá rodeado y llevará a su armada a la destrucción completa.
(3) “Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz” (14,32).
Aquí hay una leve diferencia con la parábola anterior: la lección es que es mejor llegar a un buen acuerdo con el enemigo antes que sea demasiado tarde, cuando sufra una aplastante derrota. Se enfatiza el “todavía está lejos”, es decir, el rey todavía está a tiempo para cambiar la estrategia. Más que a una tregua, el envío de los embajadores parece referirse a un posible homenaje que se le hace al opositor, como expresión de rendición incondicional (ver, por ejemplo, 1ª Samuel 30,21).
En síntesis, los dos dichos parabólicos de la construcción de la torre y del rey que debe enfrentar una guerra, nos pone en guardia sobre el tomar decisiones no bien ponderadas. La decisión de seguir a Jesús, que exige un compromiso total y sin vuelta atrás, es decir, perseverante.
5. El espíritu de la radicalidad (14,33)
Una nueva frase completa la lista de las exigencias de la primera parte del pasaje: “Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros, que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío” (14,33). En la lista de las exigencias no habían aparecido los “bienes”. Ahora la idea queda completa: quien no se libera de todos sus lazos terrenos, no puede ser seguidor de Jesús.
La frase “no puede ser discípulo mío” conecta con 14,26.27 y deja bien enmarcados los dos dichos parabólicos. El discípulo debe estar pronto en todo momento para dar todo lo que tiene con el fin de seguir a Jesús. Sin ese desprendimiento y libertad de corazón el discipulado será un fracaso.
6. Conclusión: las consecuencias de la opción (14,34-35)
Finalmente se presentan las consecuencias de la opción. Para ello se acude a la imagen de la sal. “Buena es la sal; mas si también la sal se desvirtúa, ¿con qué se la sazonará? No es útil ni para la tierra ni para el estercolero; la tiran afuera. El que tenga oídos para oír, que oiga” (14,34-35).
El dicho conclusivo expresa en última instancia la inutilidad del discípulo que se compromete a medias y no está en condiciones de sostener su compromiso hasta el fin, a él no le queda más que esperar el juicio.
Es como la sal que ha perdido su salinidad.
Según Eclesiástico 39,6, la sal es tenida como indispensable para la vida, está en la lista los elementos “de primera necesidad para la vida del hombre”. Era preservante y condimento para la comida, y también era un ingrediente en los sacrificios.
Estrictamente hablando la sal no puede perder su sabor. Por eso la frase: “si la sal se desvirtúa” (14,34b) hay que entenderla a partir de un hecho constatable: la sal en Palestina era obtenida por evaporación del mar muerto; puesto que el agua del mar muerto contiene diversas sustancias, la evaporación producía una mezcla de cristales de sal común y otros minerales (como el yeso). Por la contaminación, es probable que éstas sustancias se mezclaran unas con otras. La sal es buena cuando puede ser purificada de todas las escorias, si no “no es útil ni para la tierra ni para el estercolero; la tiran afuera” (14,35a). Igualmente un discípulo “a medias” es bueno para nada, es inepto para transformar el mundo.
En fin…
Jesús hoy nos pone contra la pared, como si tratara de decirnos: o todo o nada. No son suficientes las conversiones momentáneas ni superficiales, llevadas por la emoción del primer momento, hay que apuntarle a lo duradero y estable que se garantiza a partir de la obediencia a las enseñanzas que el Maestro pide “oír”, no importa cuáles sean los altos y los bajos de sus exigencias.
7. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia
“Reconoce, oh cristiano, la sublime dignidad de tu sabiduría y comprende la excelencia de sus caminos y la admirable recompensa a la que eres llamado. Aquél que es la misericordia quiere que seas misericordioso. Aquel que es la justicia quiere que seas justo, para que, mediante la imitación de sus obras divinas, el Creador se manifieste en su naturaleza y la imagen de Dios resplandezca en el espejo del corazón humano.
Nunca será frustrada la fe de los que practican las buenas obras; si así lo hicieres, se cumplirán tus deseos y gozarás eternamente los bienes que amas. Y, puesto que a través de la limosna todo se hace puro para ti, llegarás también a aquella bienaventuranza prometida por el Señor con estas palabras: ‘Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios’. Grande es la felicidad, hermanos queridos, de aquel para quien está preparado tan grande premio”. (San León Magno, Sermón 95)
8. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
8.1. ¿Cuáles son las dos frases que pronuncia Jesús y en las cuales nos señala las condiciones para ser sus discípulos?
8.2. Jesús nos pide hoy darle el primer lugar al amor hacia Él. ¿En mi vida esto es una realidad? ¿Puedo decir que existen en mi vida personas que ocupan un puesto más importante que el que ocupa Jesús? ¿En qué lo constato? ¿Qué hacer al respecto?
8.3. ¿En los momentos en que me siento o nos sentimos (familia, grupo, comunidad) cargando una cruz muy grande, lo hacemos con la certeza de que Jesús va caminando a nuestro lado? ¿Por qué será que a veces nos desesperan tanto los momentos difíciles, las cruces que nos llegan y no sabemos qué hacer?
8.4. ¿En el momento de iniciar un proyecto o un trabajo lo hago pensando sólo en mis capacidades? ¿Qué cabida tiene Jesús en mis proyectos y realizaciones? ¿Solamente lo llamo cuando las cosas empiezan a ponerse difíciles?
8.4.1. ¿Cuál fue la última vez que hice algo a medias? ¿Qué dejé sin terminar? ¿Cómo me sentí? ¿Qué debo hacer para evitar que esto se repita? ¿Soy un cristiano a medias o lo soy totalmente? ¿Por qué?
P. Fidel Oñoro C., cjm
Centro Bíblico del CELAM