PARA ESTA SEMANA SEPTIEMBRE 22 DE 2013
Pidamos la conversión primero y paz después.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana y de tantas partes del mundo. Mi saludo que para esta semana lleva solo una intención: la paz del corazón.
Cito una parte del texto de la segunda lectura que se proclamó en la liturgia de la Palabra en este domingo XXV del tiempo ordinario:
“Querido hermano: Mi primera recomendación es que hagan súplicas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por la humanidad entera, por los reyes y todas las autoridades, para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, con todo lo que ello implica de piedad y de nobleza… Así pues, quiero que los hombres oren en todas partes, alzando al cielo unas manos puras, libres de iras y disensiones” (1Tm 2, 1-2.)
La paz, la serenidad, la calma, la mansedumbre son don de Dios. Son regalo de Dios y por eso te quiero también invitar a que si estas virtudes, bienaventuranzas, regalos o gracias te hacen falta: ores. Levantes tus manos suplicantes a Dios.
Oremos pidiendo la paz del corazón, la serenidad del espíritu.
Este orar se convierte en un saber esperar; saber confiar. Y aunque las cosas no salgan como las piensa, sueña o imagina la esperanza, sabemos, por la fe, que estamos en las manos de Dios. Que su amor nos desborda y por eso mismo no nos cansamos de creer, ni de esperar y tratamos en todo de amar. La oración nos mantiene unidos a la eternidad, al cielo, a Dios.
Que la oración sea generosa. Nazca de un corazón sincero y noble; que comprenda y se convenza que la paz de uno es de todos. Tal vez por esto mismo fue que Jesús resucitado regaló a los suyos la paz como primicia de la Pascua. Sería por eso mismo que cuando envió a sus discípulos por las ciudades a predicar el reino les dijo que al entrar en una casa saludaran y desearan la paz, que si eran de bien la paz permanecía en medio de esa familia.
Y es que la paz es un tesoro y necesita equilibrio en la mente, en la acción. Se pide paz cuando el corazón está sano de todo orgullo, prepotencia, soberbia. De lo contrario lo primero que hay que pedir, antes del don de la paz y por lo que hay que trabajar, sería por lograr la conversión al amor.
La paz de Dios es diferente a la que muchas veces ha querido imponer el mundo con armas, con violencia.
La paz de Dios no es la que nos brindan los que tiranizan a los pueblos para ser ellos los jefes; tampoco es la que brindamos con el silencio que tantas veces nos hace cómplices de pecados o delitos.
Y es que la paz de Dios nace de una experiencia de vida, de resurrección, de encuentro con Cristo. Esa paz que libera de todas las cargas pesadas, de lo que nos oprime, agobia, cansa.
Es esa paz que sabe asumir con esperanza el dolor, que no devuelve mal por mal o insulto por insulto. Que nos hace tan valientes de poder poner la otra mejilla a quien nos golpea. Esa paz que es la mansedumbre de los que tienen un corazón limpio. La paz de los humildes y sencillos que en la persecución, en el hambre, en la pobreza son capaces de ser tan creativos que ni las persecuciones, ni el hambre ni la pobreza acaban con sus familias, ni con sus principios ni valores. La paz de los que entienden que hay que perseverar hasta el final porque ellos mismos saben que son eternidad.
Esa paz que sabe que en el amor a Dios y al prójimo está la verdadera plenitud de la vida, de la ley y de la eternidad.
Estamos siendo invitados a orar para que llevemos una vida tranquila y en paz. Orar con nobleza, con piedad y estando delante de Dios con las manos puras, libres de iras y disensiones
Quiero terminar citando un párrafo de la carta pastoral de los obispos de Cuba “La esperanza no defrauda de septiembre 8 de 2013 que siento es una mensaje para toda la humanidad:
“La Iglesia, pues, existe para hacer presente e inolvidable a Jesucristo, anunciar su Evangelio y servir de este modo a la humanidad. Juan Pablo II, en su discurso al llegar a Cuba, expresó su “convicción profunda de que el mensaje de Evangelio conduce al amor, a la entrega, al sacrificio y al perdón, de modo que si un pueblo recorre ese camino es un pueblo con esperanza de un futuro mejor”…De modo semejante Benedicto XVI hizo un llamado a los cubanos “para que den nuevo vigor a su fe, para que vivan de Cristo y para Cristo, y con las armas de la paz, el perdón y la comprensión, luchen por construir una sociedad abierta y renovada, una sociedad mejor, más digna del hombre, que refleje más la bondad de Dios”” (No 12)
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd
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