PARA EL FIN DE SEMANA: JULIO 7 DE 2016.
El amor no es de los que dicen que te aman.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Mi saludo lleno de bendiciones y todo el amor de Dios para que podamos amar desde Él con el amor con el que nos ama.
Nos dice el Evangelio que para alcanzar la vida eterna hay que amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y todo el espíritu y al prójimo como a uno mismo (Cfr. Lc. 10, 26), este mandamiento más que saberlo, nos dice Jesús, hay que ponerlo en práctica. Amar, sí, pero también hay que hacer del amor algo palpable, que se sienta. El amor hay que proyectarlo, todos aunque lo tengamos como don de Dios, necesitamos de las expresiones del amor, del amor que se hace palabra, gesto. El amor que se hace ternura, caricia, que se vuelve beso y palabra. El amor de la flor, del detalle, de la palabra susurrada al oído. Todos tenemos la capacidad de amar porque el amor viene de Dios, el amor es patrimonio de la humanidad: fuimos creados por amor y para el amor.
Nacimos para amar, para llenar de alegría cada espacio, para hacer sentir que la otra persona es importante. El amor es para darlo, para gastarlo; el amor se engrandece cada vez que mira a otra persona, se estimula cada vez que se da, se alimenta cada vez que entendemos que Dios es la fuente o el manantial y vamos allí cansados de amar a beber, a refrescarnos, para volver a amar.
El amor, cuando es real, se da cuenta de la otra persona. Es un amor que mira, que intuye y que es capaz de detenerse; no sigue de largo. Al amor le duele el dolor del otro, el amor no resiste el olvido, el desprecio, la indiferencia. El amor sabe de pausas, de caminar lento; hace un alto en el camino para darse cuenta que hay otro que necesita del amor, generoso, sin facturas. El amor carga, paga por anticipado. El amor es tan delicado que regresa siempre, cada que se va, vuelve. Amar al prójimo implica que tengamos viva la fuente, la llama del amor, que nos sintamos responsables, que lo cuidemos porque el amor hay que entregarlo, donarlo; pero no prostituirlo, ni “feriarlo”.
El amor tiene la dignidad propia del ser humano, mi propia dignidad. El amor se da pero no se detiene para apropiarse del prójimo; el amor llena de vida, sana las heridas; el amor va conmigo, sigue adelante. El amor con el amante siempre son una misma cosa y el que ama cuida el amor. El amor engrandece y alegra al amante.
Cuidemos el amor y amemos con cuidado porque el amor cuando es con el alma, con la mente, con el cuerpo, es un amor que se duele, que sabe llorar y que agoniza cada que es herido. Pasar de largo, ser indiferente hieren al amor, hacen llorar al amante.
El amor no es propiedad de los que dicen que aman, te podrían engañar fácilmente. El amor es de los que te encuentran y te ayudan. Te ven caído y te cargan, pecas y te perdonan. El amor es de lo que te tienen paciencia, te soportan en tus debilidades para que no desfallezcas. El amor es de los que te esperan, te lo dan todo. A los que te aman así, a los dueños del amor, es a los también nosotros debemos cuidar y proteger para que el amor no se dañe en el mundo y siga siendo creíble en cuanto un sentimiento y un hacer el bien. Si tienes amor, si tenemos amor. Amemos, entreguemos y hagamos palpable el amor. Porque el amor es de lo que aman.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.