En Jesús encontramos todo lo que necesitamos.
Los signos que Jesús realiza nos confrontan y nos invitan a mirar mucho más allá de lo que podemos ver, de lo posible. Los signos son manifestación de la grandeza y del poder de Dios. Por los signos que se realizan muchas personas creen y debemos quedarnos en quien los realiza y no en el signo mismo.
El que realiza las obras de Dios, el que hace lo que solo se puede esperar de Dios, entonces es Dios. El signo nos lleva a descubrir en quien los realiza en la tierra la presencia de Dios entre nosotros. Jesús es Dios; es el Hijo de Dios que ha llegado a nosotros para que nosotros nos acerquemos a Dios, nos cubramos con su manto y nos acojamos a su amor. Jesús sanaba a los enfermos y por eso la gente lo seguía. Pero más allá del sanar estaban sus Palabras, sus enseñanzas y el deseo de vincularnos al proyecto de Dios.
Jesús acoge a las personas que le siguen y toma iniciativas en las que involucra a sus discípulos.
Jesús levanta la mirada y ve en las personas que le buscan un deseo ardiente de algo que va mucho más allá de los signos por los que le siguen. La gente tiene hambre física y hambre de Dios, de su Palabra.
La multitud busca ser saciada y no teniendo claro de qué Jesús aprovecha y hace caer en cuenta a sus discípulos que siempre tendremos algo desde lo cual Dios sacie a las personas; todos tenemos algo para dar, para ponerlo en las manos del Señor y desde Él poder dar el Pan de vida eterna a quien busca encontrar en Dios lo que le sacie sus búsquedas. Jesús se preocupa por nosotros, por la multitud. Jesús sabe de nuestra hambre pero también conoce nuestros recursos.
Dar, compartir, poner en Dios lo poco para que Él lo convierta en el todo.
Jesús toma la iniciativa y hace comprender a los discípulos que no siempre los problemas o inconvenientes se resuelven humanamente, que podemos aprender a confiar en Dios que conociendo nuestras limitaciones nos sobrepasa. Ante Dios la iniciativa cuenta y Él se encarga de hacer crecer nuestra generosidad. Lo más fácil o cómodo será desentendernos de las necesidades de los otros; lo más fácil siempre será decir no se puede, no hay recursos.
Pero nunca podemos olvidar que Dios sigue siendo el medio por el cual nosotros podemos llegar a los demás, ayudarlos y sobre todo hacerlos descansar en la abundancia del amor de quien ha pensado en ellos mismos. Saber quién puede ayudar es ya ayudar, colocar lo poco al servicio de los demás, ya es ayudar, repartir y recoger lo que de Dios no se puede perder, es también ayudar.
Todos tenemos hambre de algo: afecto, reconocimiento, justicia. El hambre debe ser saciada y Jesús nos invita a saciarnos en Él de Él. Él es Pan de vida, es agua que sacia hasta la vida eterna, es manso y humilde. Él es realmente todo lo que necesitamos.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
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Fuente: P. Jaime Palacio
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