PARA EL FIN DE SEMANA OCTUBRE 20 DE 2016.
No es presumir de justos ni de pecadores…
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Mi saludo con los mejores deseos de paz y bien en el Señor Jesús que nos invita a entrar en la dinámica del amor y por lo tanto de la humildad y de la sencillez que nos haga capaces de acoger a todas las personas y nos permita alcanzar vivir en paz y amor unos con otros.
Despreciar a los demás; sacarle en cara los pecados, las faltas y los errores a los otros, ponerse como “modelo” pensando que somos los únicos buenos o que hacemos las cosas correctamente y excluyendo a los demás porque pecan diferente o hacen las cosas de otra forma, así sean buenas, es cosa delicada en la experiencia de Dios. Ese estar lleno de vanidad, ese gloriarse de sí mismo, ese creerse el más sabio, el más santo, el mejor, debe trabajarse un poco más y sobre todo cuando esa situación acaba siendo excluyente o es humillativa. Acaba en desprecio.
Nunca podemos olvidar que cada uno es imagen y semejanza de Dios, que todos tenemos una dimensión sagrada, que en todos existe Dios y que estamos llamados a amarnos los unos a los otros. En la amoris laetitia del Papa Francisco, No 17 podemos leer lo siguiente: “El amor al otro implica ese gusto de contemplar y valorar lo bello y sagrado de su ser personal, que existe más allá de mis necesidades”. Somos diferentes, las circunstancias de cada uno no son las mismas; la estructura en la que se ha forjado nuestro ser es distinta y en muchos ni siquiera hubo posibilidad de elección. Pero existe Dios que nos unifica, Dios que nos invita a la apertura y aceptación de los demás. Dios que sabe lo que a cada uno sucede y el porqué de las cosas, tiene el contexto de nuestra vida, de nuestra salvación, de nuestro pecado. Estamos tan acostumbrados a mirar solo desde nuestra óptica que perdemos las perspectivas que nos da el amor y por eso este mandamiento seguirá siendo el centro y la vida de los cristianos. El amor nos pone en el lugar de Dios y nos hace mirar desde Él mismo nuestra realidad y la ajena.
Quede claro que, con el soberbio, el engreído, el prepotente; con esos que se las saben todas, de los que creen que nadie entiende mejor que ellos, que son los mejores en todo…, la experiencia del Reino se queda por fuera. Difícil, sin conversión, sin arrepentimiento, que Jesús entre en los corazones de estas personas que solo viven para sí y de lo que son y que desde ahí puedan amar, acoger y perdonar a los demás. Hay corazones que se cierran a Dios y que en las cosas con las que se llena Él tiene que resignarse a ser presencia que espera el amor.
No es presumir de justicia como tampoco de pecado; es abrirse a la experiencia de Dios si es siendo justo entrando a la fiesta del amor y de la misericordia o si es siendo pecador entrando en el proceso del arrepentimiento y de la conversión. La idea es que permitamos que Dios sea Dios y que el Reino se haga una realidad entre nosotros y a través de nosotros.
Dios gusta de la humildad, de la pobreza de espíritu, de la mansedumbre, de la paz. Dios elige a los sencillos, mira la humildad, nos pide hacernos como niños, ocupar los últimos puestos, alegrarnos por el regreso de los que se han ido; Dios tiene muchos proyectos con aquellos que con fe se acercan, se resignan con las migajas que caen de la mesa, creen en su Palabra, son capaces de vender lo que tienen y siguen.
Los invito a humillarnos para ser enaltecidos.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.