Transfiguración

Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Mi saludo con los mejores deseos de paz y bien. Que la semana que comenzamos la vivamos con serenidad y sobre todo, con la certeza de saber que Jesús, en quien hemos creído y puesta nuestra esperanza, es Dios que hecho hombre ha venido a salvarnos, camina con nosotros y nos perdona. Hoy nos encontramos con un texto que llena de esperanza nuestras tristezas, que despeja los miedos y aclara las dudas. Realmente Jesús es el Hijo amado del Padre; es quien por su Palabra nos instruye y revela la voluntad de Dios. A Jesús debemos escuchar para que nuestra vida no pierda el rumbo. Transfigurarse, para Jesús, significó en los apóstoles la revelación de su esencia, su ser.

Estamos en el segundo domingo del tiempo de Cuaresma

Jesús les ha anunciado a los discípulos, que Él ha de sufrir, pasar por la muerte pero que el Padre lo ha de resucitar. Este anuncio implicó un “bajón” en la fe de sus discípulos, hay un desconcierto en lo anunciado ya que ellos esperaban otras cosas del Mesías: poder, batallas, conquistas, un nuevo reino, puestos de honor y no el trágico final que Él les estaba anunciando. Jesús escoge a tres discípulos, tal vez los de mayor influencia en el grupo y los lleva a la montaña que es lugar de encuentro, de revelación, de manifestación de Dios.

El Señor habita lo alto y Jesús va a su encuentro.

Y es en la montaña donde se revela a los suyos en plenitud, en donde despeja las dudas, en el que vuelve la seguridad y paz a los suyos. Aparece con el profeta por excelencia, con el legislador del pueblo. Con personajes que cerca a Dios le reconocen. Jesús está al centro de la ley y de las profecías. Es Hijo Amado.
La certeza de saber en quién hemos puesto la, la seguridad que nos da la revelación del Padre, la Palabra que Jesús nos regala, debe ponernos en movimiento.

Dios nos invita a escuchar pero también a predicar; nos invita a orar pero también a reconocerlo en el prójimo, nos invita a confiar pero también a entregarnos. El amor del Padre se hace presente en cada revelación, pero es un amor que debe darnos la fuerza para amar y para llegar hasta el final. No es la gloria la que nos mueve sino la presencia de Dios que nos hace fuertes y que nos invita a bajar de la montaña, junto con Jesús, para seguir predicando, anunciando el Reino y hacer del Evangelio la noticia por la cual el mundo se alegra al saberse amado y salvado.

Dios no cubre con su nube, estamos en sus manos

Por eso debemos afrontar todos los momentos de la vida con certezas de cielo, de eternidad, de amor.
Escuchemos las enseñanzas de Jesús porque sus Palabras nos llevan la gloria. Por ahora vivamos con intensidad el proceso de transformación en Cristo que nos enseña que aún en la pasión y en la muerte Él es fuerza y resurrección.

Con mi bendición:

P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.