Disponer la mente y el corazón
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Los abrazo y les deseo una semana cargada de bendiciones. Que los propósitos que tenemos se hagan realidad y que Dios nos ayude en su amor a tomar las mejores decisiones día a día.
Leyendo de nuevo el texto del Evangelio de la parábola del Sembrador, creo que muchas de las personas que estaban escuchando a Jesús ese día que tuvo que subirse a una barca y hablarles desde ahí (Mt.13, 1-23) no sabían lo que querían. Explicar lo que es el Reino; explicar que muchas cosas no son como ellos las han creído o las han aprendido; hablar de Dios como Padre y presentarse Jesús mismo como el Mesías de Dios a la gente que le vio crecer y que muchos fueron amigos de niñez y de juventud no fue fácil.
Las cosas de Dios para el pueblo se habían convertido en leyes, normas, preceptos. La Palabra de Dios en mucha parte era legislativa, exhortaciones con voz de mando. Amenazas, patriotismo. El cambio del que hablaba Jesús era radical. La experiencia de Dios era radical. Era un vino nuevo, era un paño nuevo. Era la apertura de Dios, la presencia de Dios. El amor de Dios predicado y vivido en una sola persona.
Había que hablar en parábolas porque Dios era más sencillo, más cercano, se había hecho hombre y este anuncio en un lenguaje que no era amenazador ni legislativo, resultó complicado para la gente normal, no era claro.
La predicación del Reino, las enseñanzas y revelaciones de Jesús, se habían convertido para muchos en un “quitarnos la fe” y “liberar” tanto a Dios de las normas, que se corría el peligro de perder el rumbo, lo establecido. Tal vez por eso es bueno hablar en parábolas para que muchos no entiendan, no escuchen y se queden sin nada por tercos y caprichosos frente a las propuestas de Dios para restaurar a la humanidad.
Los misterios del Reino se han dado a conocer pero hay que disponer la mente y el corazón; hay que abrir las puertas del entender; hay que comenzar con un proceso de conversión. Porque la actitud es nueva, la propuesta del Reino nos lleva a abrirnos, a salir de la comodidad. Hay que prepararse para recibirlo todo y no correr el peligro de perder el poco que tenemos.
En Jesús el misterio de Dios se ha revelado; Jesús es el rostro y el querer de Dios sobre nosotros; él es la luz que ilumina al Padre; la propuesta de amor, de perdón y de camino para los que andan extraviados y por esto debemos adherirnos a él, permanecer en él. Solo así nuestra vida dará frutos. Somos terrenos con posibilidades para ser fecundos. No nos cerremos a Jesús, no nos cerremos a su Palabra. Dejemos que el Padre nos pode, dejemos que Dios sea novedoso. Y no creamos nunca que Dios ha llegado hasta donde nosotros pensamos. Él es más que nuestro pensamiento, que nuestra fe. Él sigue salvando el mundo y a lo mejor ni tu ni yo hemos caído en cuenta que la semilla que puede transformar la vida, el hogar, el ambiente que frecuento, está sembrada en el corazón, en el tuyo y en el mío. Nos toca cuidarla, protegernos y dar frutos.
Hay que sembrar, hay que llenar de esperanza. Hay que dar, intentar e intentarlo una y otra vez. Los frutos ya llegarán y transformarán el mundo. Solo la fuerza de la constancia, de la perseverancia, cambian los corazones.
El Reino es Jesús y él es un modo de vida. Él es más que un nombre o un movimiento. Él es la vida, la eternidad; la salvación del mundo. Por eso ese nombre, (cristiano) el hecho de ser de Cristo implica que le demos un toque de dignidad a la vida. Que en los frutos que damos muchos puedan decir “el amor todo lo puede”.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd