Sigamos soñando con un mundo mejor
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, bendiciones para esta semana que comenzamos y que el Señor sea causa de inspiración en la búsqueda de la paz y en la vivencia del amor.
En muchos momentos de la vida y sobre todo cuando nos corresponde tomar decisiones que afectan a los demás, nosotros deberíamos recordar que somos del Señor, somos parte de un proyecto de redención que Dios tiene para la humanidad. Esto significa que tenemos un compromiso frente a los demás y frente a la creación. El compromiso de redimir, de ser justos y de ayudar a los demás a que alcancen las metas caminando por senderos de bien. Somos luz, somos faro puesto en lo alto de la montaña.
Qué bueno sería que todos asumiéramos conscientemente el hecho de ser instrumentos de Dios para la salud y la alegría del mundo. Como el rey Salomón todos deberíamos pedir al Señor “sabiduría de corazón, para saber gobernar y distinguir entre el bien y el mal” (1Re. 3, 9)
El reconocer que estamos al servicio de un rebaño llámese familia, comunidad, amigos, que el Señor nos ha encomendado, requiere de mucha humildad. Hay que saber siempre que es el mismo Dios que nos hace capaces de ser protagonistas de la historia que se escribe con amor y desde el corazón dándonos la luz, la fuerza, el amor que necesitamos.
No podemos gastarnos la vida pidiendo cosas solo para ser más importantes, para gobernar sobre los demás, para ser reconocidos como grandes y que nos llenen de gratitudes, de placas, de reconocimientos. No podemos seguir viviendo o mejor, estancándonos, por causa de nuestros enemigos. No podemos vivir en función de los malos, de quienes solo quieren nuestro mal y dolor, Ni podemos dejar de hacer, dejar de sembrar o dejar de amar.
Tenemos un reto: dejemos de lado los pensamientos que nos llenan de desesperanza y que acaban con las ganas de luchar y de soñar por el mundo mejor y pidamos al Señor la sabiduría necesaria para seguir haciendo el bien a los demás.
Pero que toda lucha, que todo esfuerzo que hacemos por el bien, por hacer el bien, lo pongamos en las manos del Señor porque sin él no somos ni fuertes ni santos. Nos acabamos cansando y dejando de lado los proyectos de bien con los que tanto hemos soñando, esos que hablan de caridad a los demás, de gestos de bondad y de reconciliación.
Todo acto de bondad, todo acontecer de amor, cada gesto de generosidad que tengamos con los demás, procuremos que sea desde el Señor, desde Dios. Eso nos alejará de la soberbia, del orgullo o de la vanidad. Eso evitará que queramos aplausos y monumentos. Porque desde el Señor somos y seremos capaces de vencer ese orgullo y egoísmo que nos ha llevado a encerrarnos y que nos ha hecho vivir tantos años solo para nosotros mismos. Los bienes son pasajeros están y debemos servirnos de ellos, pero no son la razón de ser del Reino ni son el tesoro que andamos buscando para crear un mundo en paz, en amor y en justicia. Los bienes del mundo están pero también existe el reino que da sentido y razón a la riqueza, a los bienes, al amor y al corazón. Riqueza desde Dios es generosidad y sencillez; amor desde Dios es fidelidad y perseverancia; perdón desde Dios es misericordia, es vida.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd