CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CC.SS DE JESÚS Y MARÍA
HOMILÍA SEPTIEMBRE 6 DE 2020 – XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO A.
Ez 33,7-9; Sal 94; Rm 13,8-10; Mt 18,15-20
La liturgia de la palabra de este domingo nos ofrece una bella reflexión en torno a la Iglesia, entendida ésta, como la comunidad de los bautizados que vive alrededor de Jesucristo, su sentido y su horizonte.
Con la expresión: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”, Jesús alude claramente a su Iglesia y a la vez explicita su presencia en medio de ella, en medio de la comunidad, en medio de quienes son no sus siervos, sino sus amigos, y en este sentido su presencia es sinónimo de vida y por eso la Iglesia está viva, es sinónimo de esperanza y por eso la Iglesia se alimenta de la fe, en último término su presencia es fortaleza y por eso el poder del infierno no la derrotará.
Esta Iglesia fundada por Jesucristo y cimentada sobre la base firme de los apóstoles; está edificada sobre la roca de la oración y del amor; ya Ezequiel en la primera lectura señala el valor de la oración, que debe ser entendida como un diálogo íntimo y amoroso con Dios, en el cual la escucha es absolutamente importante, porque es el medio por el cual se forma el profeta, el mensajero de la buena nueva; en y por la palabra se genera vida y conversión; tal es la afirmación del salmo 94: “Ojalá escuchéis la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón”.
Oír la voz del Señor, escuchar su palabra es signo de un claro deseo de transformación por parte de quien la escucha
Por la proclamación de la Palabra y por su escucha el corazón humano se ablanda y se vuelve dócil a los designios de Dios; por la Palabra, el creyente reconoce que Dios es su Padre y que él es su hijo; por la oración, los hijos de Dios dispersos se congregan de nuevo en torno al redil del Buen Pastor:
Jesucristo el Señor; es en la oración en donde el creyente logra una vida de intimidad con Cristo; es por la vía de la oración como la Iglesia se mantiene firme; tal fue la experiencia de la naciente Iglesia narrada en Hechos 2,42: “La comunidad se reunía a la escucha de la palabra, a la enseñanza de los apóstoles, a la fracción del pan y a la oración comunitaria”.
La oración es la que nos hace fuertes en toda circunstancia; es por la oración que la Iglesia sigue siendo reflejo de Dios en el mundo, es por ella como el mal es derrotado; es por la escucha de la voz de Dios que los creyentes en medio de las adversidades de la vida se aferran con firmeza a Aquél que es la vida y la fortaleza; nadie puede decir que es creyente sin que la oración sea vital en su existencia, nadie puede decirse que es hijo de Dios, si todos los días no está atento a escuchar la voz de su Padre; nadie puede llamarse discípulo de Jesucristo si no es a la sombra de la oración, es a través de ella que el mismo Jesucristo invita al creyente a transformar su vida y a configurarse como tal.
Hermanos y hermanas la fuerza de la oración, el diálogo intimo con Dios Padre, fue el que posibilitó que la Iglesia naciente sumergida en medio los vientos fuertes de la persecución, se mantuviera firme
Fue la oración quien sostuvo a Jesús en el momento de su encuentro con el demonio en el desierto; fue la oración quien después de la resurrección hizo posible que los apóstoles convertidos en hombres nuevos, estuvieran capacitados para dar su vida por Cristo; es por la oración como cada creyente se sostiene a diario en su vida de fe; motivados por esta reflexión intentemos todos los días sostener un diálogo amoroso con el Señor, Él nos conoce, nos ama y nos escucha; acudamos a Él con confianza, Él es nuestro amigo fiel.
Por otro lado y situados en la segunda lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos, descubrimos que EL AMOR, además de la oración, se constituyó en roca firme sobre la cual se edificó la Iglesia y en mandato divino para ser vivido por todo aquel que se diga cristiano.
En este sentido sostiene San Pablo que: “todo aquél que vive en el amor, tiene cumplido el resto de la ley”; “quien ama, no hace daño”; “quien ama, cumple la ley eterna”
Desde esta perspectiva encontramos en Jesucristo la imagen más cristalina y pura del amor; en Jesucristo que dio su vida por la humanidad entera, encontramos la mayor prueba del amor de Dios por nosotros; en aquél Jesucristo que vivió hace dos mil años y que ahora lo tenemos presente en cada Eucaristía descubrimos el verdadero amor de Dios, un amor que proyectado a los enfermos produjo sanación; que reflejado a los endemoniados, dio como resultado liberación; que manifestado a Lázaro engendró vida y que irradiado a los pecadores originó perdón y salvación; tal es el sentido del evangelio de Hoy: “Si tu hermano peca, repréndelo”.
Hermanos y hermanas, Jesucristo nos amó primero y por esta razón nosotros ahora somos capaces de amarlo, amando a nuestros hermanos; que nunca olvidemos que nuestra vida cristiana, que nuestra Iglesia, están edificadas sobre la roca del amor, que los milagros existen por el inmenso amor de Dios a la humanidad; que nuestros proyectos y metas se cumplen simplemente porque Dios nos ama y quiere lo mejor para nosotros; y que finalmente ahora decimos que estamos vivos porque un día Dios nos regaló este don y lo hizo por amor.
Que nuestra madre María bajo la advocación de su Corazón Inmaculado nos ayude a edificar nuestra vida como cristianos sobre la base firme de la oración y sobre la roca indestructible del amor.
P. Ernesto León D. o.cc.ss
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