Jesús viene a llenar nuestras esperanzas de certezas, de alegrías.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo.
Mi saludo con los mejores deseos de paz y bien en el Señor, en este día en el que recordamos a nuestro padre san Juan de la Cruz, quien se unió con santa Teresa para llevar adelante el proyecto de la reforma del Carmelo. Pidamos al Señor para esta semana la fuerza necesaria para poder vivir vaciándonos y llenarnos de Él. Que de corazón nos dispongamos a dejarlo todo para ganar al Todo.
Adviento llena el corazón de alegría porque en este tiempo nos preparamos para la llegada del Señor. El corazón se alegra ante la llegada de Jesús. Viene el Salvador, el rostro amoroso de Dios. Viene Dios en su Hijo a quedarse con nosotros. Por esta razón la expectativa en cada uno debe crecer, el deseo de recibir el don de la paz, del amor y de la bendición, debe llenar el corazón. Dirijamos todos nuestros sentimientos a esa causa. Vayamos al encuentro del Señor.
Todo se debe disponer para que el Señor nos encuentre atentos e irreprochables. Nada puede opacar este encuentro y estoy convencido que haremos todo lo posible para que las cosas entre Dios y nosotros se den y la relación de amistad entre los enamorados fluya. Dios viene y lo acogeremos. Dios llega y estaremos dispuestos a que se hospede en nuestra casa. Dios nace y será el corazón la morada que lo acoja.
A nosotros nos corresponde preocuparnos por la llegada de Jesús. Él de nuevo ha emprendido el viaje, viene a nosotros. Él no se ha preocupado por el sitio porque sigue pensando que el mejor lugar sigue siendo el corazón de cada uno que se hace vientre y se hace pesebre. Debemos preocuparnos, es decir, debemos disponernos de corazón para recibirlo con la dignidad que Él se merece.
El Señor viene a liberar, a sanar, a consolar. Viene a salvarnos, es decir, a amarnos no siéndonos lejano sino por el contrario dándonos siempre razones para ser felices. Jesús viene a nuestro encuentro porque el amante busca al amado. Él ha estado enamorado y haciéndose presencia y cercanía; su amor se hace caricia, ternura, bondad y misericordia.
Que la alegría que se experimenta al sentirse amado con un amor que no invade pero si transforma, no se pierda en la tristeza de estar viviendo por las cosas que no perduran sino hasta nuestra propia existencia terrenal.
Que el amor de Dios sea la fuerza del corazón que nos ayude a disfrutar de lo pasajero sin quitar la paz que da vivir lo eterno desde la tierra.
El Señor viene a involucrarnos en su obra. Los amores generalmente se traducen en obras. Un corazón ganado, conquistado por Dios, es un corazón que gana y conquista también corazones inclusive de los que le son lejanos o sencillamente ya no amados. El amor cambia la perspectiva, el juicio y también da razones a tanta sin razón. La lógica de Dios es la ilógica de quien solo vive para sí y no tiene en cuenta a los demás sino en cuanto pueden ser utilizados.
Lo “reciclado” por el amor de Dios. Lo que el amor hace nuevo con su fuerza transformante es la perla preciosa que Él ha venido buscando y la ha encontrado en ti y en mí.
Lo que tú “recicles” porque estaba perdido, porque ya no tenía valor, serán tus tesoros que llevarás al reino en donde todos contamos y somos importantes.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd