Había uno que expulsaba los demonios, sin ser apóstol, en el nombre de Jesús.
Hay discípulos que obran con el poder de Jesús porque el bien es propio de Dios y su poder es dado para todos aquellos que siguiendo al Señor, así sea en la distancia, liberan y sanan a las personas. Jesús no es propiedad de ninguna religión sino que ha sido enviado al mundo para salvarnos, para ser referente de la manera que amamos y especialmente a llevarnos al Padre y que además quiere que hagamos las cosas que Él hace por la humanidad como es el de amarnos, ser compasivo y en todo mostrar la santidad propia de su ser. Nosotros también tenemos de Jesús su Espíritu que nos hace capaces del bien y de transformar el dolor en alegría y la de desatar todo aquello que ata o impide a los demás ser profundamente felices.
Si hacemos el bien, en el nombre de Jesús, prediquemos sobre su misterio, sobre el amor que nos tiene.
Todo el que obra con el poder de Dios da gloria al mismo Dios; no se apropia de nada sabiendo que todo es de Dios y nunca habla mal de Aquel que le ha dado poder y capacidad de amar haciendo el bien a los demás. Todo lo que se hace desde Dios y para Dios tiene su recompensa. La gratitud de Dios es grande y más cuando se trata de servir, de ayudar, de amar a los demás. Dios nos habita, no excluye de su presencia a nadie, está de manera especial en los más necesitados: pobres, pequeños, pecadores, marginados. Dios, a través de nosotros, debe llegar a todos y ser amado por todos.
Demos a Dios de manera gratuita, obremos de la manera que Dios quiere obrar con los demás.
Seamos coherentes en todo y que las palabras se respalden con las obras. No seamos motivos de escándalo para nadie.
Seamos radicales, alejémonos del pecado y hagámoslo con toda fuerza; seamos radicales en la opción por el bien, por el servicio, por la entrega de lo mejor a los demás. Que nada nos aparte del amor de Dios y nunca dejemos de ser expresión de su amor. Toda cosa, por necesaria que me parezca, si no me hace bien debo alejarla. Para vivir en la comunión con Jesús debemos tomar decisiones para alejarnos de todo lo que lleva a perder la comunión con Él. La vida, esta vida de gracia, es maravillosa y vale cualquier otro sacrificio; si algo me lleva al pecado debo alejarla, cortarla, porque está en juego mi vida, la eternidad, la gloria del cielo. No escandalicemos a los pequeños, seamos personas de fe, que nunca falte la radicalidad en nuestras decisiones.
Vivamos solo para el Señor.
Tratemos de vivir con libertad la experiencia de Dios, no obremos celosamente queriendo controlar la acción de Dios. Todas las personas están capacitadas por el mismo Dios para hacer el bien. Estemos atentos a no ser obstáculo ni escándalo en el proyecto de Dios, no nos hagamos incoherentes a la hora de amar y de servir a todos.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.
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Fuente: P. Jaime Palacio
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