Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Mi saludo que lleva los mejores deseos de paz y bien en el Señor que en su amor nos lleva a todos a la plenitud de la gracia y de la bondad de Dios que nos ama llenando de paz a quien le ama y de posibilidades a quien lejos de su presencia quiere encontrar la paz en su corazón.
“Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: “reconoce al Señor”. Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande-oráculo del Señor-, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados” (Jr. 31, 32ss)
Y el perdón nos ha llegado con la encarnación de Jesús, con su pasión, muerte y resurrección. Ahora Dios nos habita, ha escrito en nuestros corazones su ley; somos su pueblo para los demás pueblos.
Todos tenemos noticias de Dios y por ende todos estamos llamados a afinar la mirada para ser capaces de descubrir su presencia, no solo en nuestra intimidad, sino también en cada realidad que nos rodea.
Dios no es un agente extraño que desde fuera nos ilumina. La luz está dentro, la sabiduría está dentro, la paz está en el interior. Es en el corazón, en lo que cada uno considere que como su centro de amores y desamores que Dios habita.
Del hombre es propio y debería ser natural expresar lo que lleva dentro. De lo que abunda el corazón hablan los labios.
Quien dude de Dios, de su existencia o de su actuar en el mundo que se adentre en su propia intimidad para que sepa, para que descubra su presencia. Dios no es ajeno a nuestro propio existir, existimos por Él y en Él de la misma manera que Él existe en cada uno. Somos parte de cielo, de eternidad, de divinidad. La historia de Dios con el mundo y con la humidad la vamos escribiendo cada uno.
Quien quiera saber de Dios buscando fuera de sí se sentirá perdido.
Dios está en cada uno y su presencia es sutil. Dios sabe estar calladamente para que nuestros labios hablen, serenamente para que seamos paz en medio de la guerra.
Dios ha hecho una alianza, ha tomado la decisión de instruirnos.
Cada uno llega al mundo con la lógica del amor, es decir, con la capacidad de hacer el bien, de servir, de perdonar. Y para que llevemos esto a la práctica nuestro actuar tiene que partir desde lo íntimo, desde lo interior. Sacamos de dentro de nosotros la riqueza, es decir, nos salimos nosotros en cada entrega de amor que hacemos. El recurso para hacer el bien cada uno lo tiene en su interior.
El problema es que ahora muchos vivimos demasiado fuera. Nos fuimos de nosotros mismos y así difícilmente seremos justos, amorosos. Como nos quedamos sin intimidad, sin profundidad, como dejamos de beber de la fuente del amor para estarnos fuera, para vivir en el mundo de las cosas y de las necesidades; como pensamos que la paz nos llega y no que nos brota; como pensamos que la alegría y el amor nos llegan de otros y no salen de nosotros, acabamos siendo dependientes, “esclavos” de las ternuras, de los amores, de los regalos de los demás. Nos quedamos sin dignidad siendo todos dignos, nos quedamos sin amor, siendo fuentes, manantiales de amor; nos quedamos sin paz, teniendo a Dios en el corazón.
Hay que volver a Dios porque así como Jesús tiene su hora para completar en plenitud su entrega a los demás, así cada uno de nosotros, dándonos, amando y sirviendo; trabajando por la justicia y siendo felices, daremos gloria a nuestro Padre.
Ha llegado también tu hora, al menos la de caer en cuenta que hay que adentrarse, volver a la intimidad de cada uno.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd