¡Qué día tan largo y lleno de cosas!
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Reciban mi saludo cordial que lleva los mejores deseos de paz y bien en el Señor Jesús que resucitado viene a nuestras vidas a disipar las dudas, a llenar de alegría las tristezas, a darnos la luz que necesitamos para tomar las mejores decisiones, a llenarnos de su Espíritu para que demos testimonio con valentía de la fe y prediquemos la conversión a todo el mundo. Jesús no nos deja solos se ha quedado en el soplo de vida que nos invita a ser capaces de perdonar y de vivir en la misericordia sobre todo frente a los que nos persiguen y calumnian como fue directamente su experiencia de vida y de muerte.
El Evangelio de Juan de este segundo domingo de Pascua (20,19-31) nos dice que en el anochecer del día de la resurrección, primer día de la semana Jesús se presenta a sus discípulos. En ese día de la resurrección, muchas cosas han sucedido desde temprano: mujeres muy cercanas a Jesús y a los discípulos que lo han visto, ángeles que anuncian la resurrección, la piedra corrida y el sepulcro vacío. Las duda, los miedos, la falta de paz, los que creen y los que no. Todo ha pasado en un solo día. Los días de la fe que a ratos son tan largos y desconcertantes. ¿Qué hacer?
¿Seguir o no seguir?; ¿creer o no?; ¿volver a casa o esperar? Todo es pregunta, todo es dolor y esperanza. Este primer día es para muchos, sobre todo para los discípulos, uno de esos días que se hacen eternos, que las horas no pasan. Todo es tan extraño, todo sucede tan de repente. Si está vivo es porque ha resucitado. ¿Qué pasará?, ¿qué seguirá? Todo es incertidumbre. El miedo se ha apoderado de los discípulos, todo aparece cerrado, están las puertas trancadas. Y es justo en la incertidumbre, en el miedo, en la noche que Jesús se aparece y habla de paz, de serenidad y sobre todo de perdón. Jesús los invita a salir del encierro. Les dona el que será fuerza, luz, sabiduría. “sopló sobre ellos” y les dona el Espíritu Santo.
Unos para creer tienen que tocar pero la experiencia del resucitado no se agota en las dudas de fe y es por eso que Jesús de nuevo se presenta y reta y exhorta. Y es que de Dios no es engañar o mentir. Sus promesas se realizan y por eso no vale la pena perder las esperanzas. No hay que esperar otros ocho días. Hay que salir y anunciar para que todos crean que Jesús es el Mesías. La seguridad se funda no en lo que se palpa o en lo que se ve sino en las mismas promesas, en la Palabra de Dios.
Creer por encima de cualquier circunstancia, creer aunque todo sea noche, creer siempre y sin necesidad de ver. Ahora a ellos, a los discípulos, les corresponde el anuncio, continuar con el proyecto del reino. Ha llegado la hora de salir, de abrirse, de mostrar al mundo que vale la pena un mundo nuevo fundado en el amor.
Había llegado la hora de dar testimonio de la resurrección. Jesús los envía y no era la primera vez que lo hacía, pero ahora las cosas son diferentes. Jesús regresaba al Padre y los discípulos tienen la misión de ser testigos de la resurrección, es decir, de la fidelidad del amor del Padre y de hacer del misterio de la Pascua el memorial perpetuo de un amor que se entregó sin límites y lleno de misericordia. Un anuncio de un reino que nos invita a todos a estar hoy mismo en el paraíso.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd