Vigesimoprimero del Tiempo Ordinario (B)
EL DON DIVINO DE LA FE
Jn 6,60-69
La aceptación de Jesús como el Hijo de Dios y el seguimiento de Él en este mundo exige una opción personal.
Todos nos veremos confrontados ante esa opción. Cada uno percibe claramente que cree en Cristo y acepta su palabra por una decisión personal. Y, sin embargo, es una decisión movida enteramente por la gracia divina, es un don de Dios. La acción de la gracia se produce a un nivel tan profundo que es imposible objetivarla; en ese nivel nos mueve sin quitarnos nuestra plena libertad. Esto lo puede hacer sólo Dios: movernos completamente dejándonos completamente libres. Ambas cosas han sido puestas juntas por Dios, aunque nuestra inteligencia no es capaz de juntarlas.
El problema de cómo junta nuestra inteligencia “gracia y libertad” es el que apasionó a San Agustín, quien por esto es llamado el “doctor de la gracia”.
El santo doctor concluye sus esfuerzos con la alabanza de San Pablo a la grandeza de Dios: “¡Oh abismo de riqueza, de sabiduría y de ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿Quién conoció el pensamiento del Señor? O ¿Quién fue su consejero?… ¡A Él la gloria por los siglos! Amén” (Rom 11,33-35).
El Evangelio del Pan de Vida, que hemos estado leyendo los últimos cinco domingos (incluido éste), nos revela el misterio de la decisión del hombre confrontado con Cristo. En ese discurso se producen sucesivas instancias de decisión del hombre respecto a Jesús. Es una decisión libre y responsable de los hombres, como veremos, pero Jesús reitera que la iniciativa es totalmente de Dios: “La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado… Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí… Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae… Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre” (Jn 6,29.37.44.65).
Que la fe en Cristo sea un don de Dios es un dato revelado que aceptamos por la misma fe.
Pero lo que es claro a nuestra psicología es nuestra decisión libre. Esto también queda en evidencia en el discurso del pan de vida: “Los judíos murmuraban de Él, porque había dicho: ‘Yo soy el pan que ha bajado del cielo’… Discutían entre sí los judíos y decían: ‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’…Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: ‘Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?’. Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él” (Jn 6,41.52.60.66).
Hasta ahora la decisión de todos, incluidos sus discípulos, ha sido rechazar sus palabras y abandonarlo. Los únicos que no se han pronunciado aún son los Doce. Pero Jesús también va a urgir una decisión personal libre de ellos: “¿También vosotros queréis marcharos?”. La respuesta de Pedro es libre y representa a los Doce, y también a todos los que creemos en Cristo: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna”. Pero, según la afirmación de Jesús, ellos y nosotros respondemos así porque somos de aquellos a quienes “el Padre ha atraído”. Por eso nosotros seguimos diciendo con Pedro: “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Y, sin embargo, “uno de los Doce” lo iba a entregar. Ante esto no podemos más que exclamar: ¡Que insondable misterio el de la libertad humana!
+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de Los Ángeles
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