CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

PARA EL FIN DE SEMANA: JUNIO 4 DE 2015.

En la entrega de Jesús nosotros ganamos.

 

Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Mi saludo que lleva los mejores deseos de paz y bien para el fin de semana que estamos por comenzar.

En muchos lugares, el próximo domingo, estaremos celebrando la solemnidad del Cuerpo y Sangre del Señor; la entrega total de sí mismo que hace Jesús a los discípulos en la última cena en el pan y en vino y en ellos, los discípulos, a cada uno de nosotros cada vez que nos reunimos a comer en el nombre de Jesús el manjar eucarístico del pan y del vino.

“La sangre de la alianza que se derrama por todos”

La sangre que Jesús nos invita a beber es la entrega plena a la humanidad; al derramar la sangre, al quedarse sin sangre, está perdiendo la vida y así nos la dona; en la entrega de Jesús nosotros ganamos. La sangre que él derrama es por amor; el amor le ha dado la fuerza para entregarse, donarse. Cada gota de sangre es una moneda, un tesoro, con la que nos compra, con lo que paga el precio de nuestro rescate. Vale la pena darse, morirse, entregar la vida para que muchos, para que todos la tengan y en abundancia.

La sangre de Jesús se convierte en la señal con la somos marcados para que cuando llegue la salvación, don de Dios, éste no pase de largo por nuestras casas, por nuestras vidas.

Con la sangre derramada por Cristo se escribe una buena noticia: la salvación. Con la sangre derramada se firma una alianza en la que Jesús ha pagado el precio del rescate y Dios ha mirado, desde el amor de Jesús, a cada una de las personas por las que él entrega su vida.

Por eso celebrar la Eucaristía, reunirse como comunidad para celebrar y comer el cuerpo y la sangre de Cristo es reunirse en torno al amor, en torno al resucitado que nos sigue dando vida, dando fuerza y sobre todo amor, para que redimidos y alimentados por él vayamos por el mundo llevando a Jesús, extendiendo el reino de Dios.

En la sangre de Cristo somos redimidos. En su cuerpo cobramos vida. Es Jesús en su plenitud, en su totalidad, en todo su ser el que se sienta con nosotros cuando nosotros nos sentamos en su nombre. Es Jesús el que se nos da como alimento cuando nosotros a la mesa nos dejamos alimentar por él. Es la vida la que nos dona y es la fuerza de su ser la que nos llena.

No estamos solos: Estamos en Dios y Dios en nosotros:

La cena del Señor, la Eucaristía, el Pan y el Vino, su Cuerpo y su Sangre, son una única verdad: se ha quedado para siempre. Dios ha querido quedarse de todas las formas posibles: en el corazón, en la mente, en lo más íntimo: por medio de su Espíritu. En el cuerpo, en la sangre, recorriendo nuestra vida: por medio de la Eucaristía. Nos identificamos con Cristo y tomamos su Carne en cada Eucaristía, cuando nos acercamos a comulgar, así entramos en la plena comunión.

Carne que toma mi carne y sangre que recorre por la mía. Así es Cristo resucitado haciendo del Pan su Carne y haciéndonos en cada comunión agradable al Padre.

La Eucaristía es el comienzo de una manera de vivir, porque después de la Eucaristía nosotros hacemos presente a Jesús y todas sus acciones. Nos “cristificamos” en cada comunión y por lo tanto somos presencia de Jesús que resucitado siguen entregando su vida al servicio y haciendo del amor la causa de un mundo nuevo y en paz.

No nos excluyamos de la experiencia de la comunión, el banquete sigue siendo servido para la salvación del mundo. Con Jesús recorriendo nuestra vida, nuestra sangre, las fuerzas para cambiar y perseverar no nos han de faltar.

Con mi bendición:

P. Jaime Alberto Palacio González, ocd