Jesús ha venido a sanarnos, a perdonarnos, a alimentarnos. Es Pan vivo bajado del cielo.
Mi queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo, mi saludo con los mejores deseos de paz y bien para el fin de semana que estamos por comenzar. Que Jesús Pan de vida siga siendo la razón de nuestro encuentro en cada Eucaristía y que sea el alimento que a ninguno falte porque de lo contrario nos faltará vida para entregarnos con el amor mismo que Él se nos ha entregado.
Personalmente estoy convencido que todos nosotros, pero de manera especial, los que andan buscando sentido a la vida, deben acercarse al que es la vida. Cuando la vida se nos torne muy complicada, cuando lleguen los problemas, cuando la tentación y el pecado nos seduzcan de tal manera que nos hagan tambalear, no debemos apartarnos de Cristo. Él vino por los débiles, por los enfermos, por los pecadores. Él vino a cuidarnos, a protegernos, a darnos la fuerza del Espíritu para lanzarnos a la aventura de la evangelización, de la predicación, del perdón de los pecados. A la aventura de vivir con Dios, de poderlo llevar en el corazón.
Cristo es Pan de vida eterna; Cristo es alimento. Cristo viene a nosotros y ahora se nos propone como comida que sacia nuestra hambre. Él es la vida que nos llena la vida de vida; Él es el que desde por dentro, estando en cada uno, transforma la vida dando sentido a la fe y a la esperanza con la que vivimos y la que a ratos se nos desmorona con facilidad, sobre todo cuando llegan los problemas. Tener a Jesús dentro, llevarlo en lo más íntimo hace que vivamos en la confianza cierta que ni la muerte podrá separarnos de la vida, porque Él es la vida. (Cfr. Jn. 6, 51-58)
Jesús se nos da, se nos dona completamente. Es Él quien se hace comida. Su cuerpo y su sangre manifiestan su entrega total. Él va en serio, Él quiere habitarnos seriamente, totalmente; Jesús no es por pedazos, por poquitos. El amor es total, la donación es total. Su presencia es total.
Ahora ya sabemos cómo permanecer en Jesús y hacer que Él permanezca en nosotros. Ahora sabemos que no solamente hay que guardar sus palabras que son de vida eterna, sino que también sabemos que tenemos que alimentarnos. Al comer, al comulgar nos fundimos en Él. Comiendo viviremos por Él, Él es la razón, la fuente y origen de la vida. Viviremos por Él es decir resucitados y en eterna gratitud, Él será la razón de nuestras luchas y de nuestras entregas. Él será el amor con el que nos amaremos y amaremos a los demás. Él dará razón a la alegría, a la perseverancia y a cada instante de lo que hacemos y vivimos.
En un momento muy difícil del pueblo en el desierto Dios les da el maná que viene del cielo a saciar el hambre. Cansado de luchar por su pueblo, de caminar, Elías pide a Dios que le quite la vida, pero le da pan del cielo que lo llena de fuerza para seguir adelante. Ahora, en esta etapa de la historia, Dios nos ofrece a todos, a cada uno, pan bajado del cielo. Nos entrega a Jesús que es Pan de vida para que nosotros también tengamos vida en Él y para que no muramos sino que también seamos resucitados con Él. Este Pan que es Jesús permanece para siempre en aquellos que para siempre permanecen en Él. “El que me come vivirá por mí”
Jesús se nos da para que tengamos vida, para que el mundo tenga vida. En esta cultura de violencia, de egoísmo, de muerte nos hace falta alimentarnos de Pan de vida, llenarnos de amor, restaurar la esperanza. Volver a Dios teniéndolo muy dentro.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd