CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS DE JESÚS Y MARÍA
HOMILÍA PARA EL X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C.
1Re 17,17-24; Sal 29; Ga 1,11-19; Lc 7,11-17
El relato del evangelio de hoy a nuestra manera de ver es uno de los más bellos de la Sagrada Escritura y afirmamos esto, en primer lugar porque Jesús aparece aquí como el nuevo Elías y el nuevo Eliseo, de quienes habla la primera lectura de hoy, se trata del profeta esperado de todos los tiempos y que en último término es vida para el pueblo, horizonte para la cultura y esperanza en medio de las más grandes fracasos de la existencia humana. Así como Elías en la primera lectura le dijo a la mujer: “Mira, tu hijo está vivo”, Jesús como el Señor de la vida, le entregó a la viuda de Naím a su hijo resucitado.
En segundo lugar el pasaje es maravilloso en el sentido en que Jesús se muestra embargado de compasión ante la tragedia que estaba experimentado la mujer y con ella la multitud; la muerte había acabado con las ilusiones y esperanzas de una persona que estaba comenzando a vivir, y como es obvio había herido también el corazón de una mujer que además de ser viuda ahora se quedaba sin la presencia tierna de su hijo, sin el abrazo cariñoso del fruto de su vientre y sin las palabras dulces del hijo de sus entrañas.
El joven era hijo único de su madre
Lo cual hacía más fuerte e insoportable la tragedia y ante tal realidad, Jesús rompiendo los parámetros de la cultura, demostró en la figura de la madre, su tierna solicitud hacia las mujeres, solicitud revelada en muchos pasajes de la Sagrada Escritura y que se puede evidenciar en su cercanía a Marta y María, en su perdón generoso a la pecadora arrepentida, en la sanación a la hemorroísa y desde luego a la entrega de la humanidad en Manos de María Santísima en el contexto de la cruz.
En efecto Jesús se manifestó ante la Viuda de Naín como el Señor de la vida, como el Hijo de Dios compasivo y misericordioso, (le dio lástima y le dijo: No llores), como aquél que con la fuerza de su palabra convertida en un rotundo mandato hizo levantar la vida de las cenizas de la muerte, diciendo ante el asombro de la muchedumbre: “Muchacho a ti te digo, levántate”. Hermanos y hermanas tales palabras salieron de la boca del SEÑOR, título cristológico con el cual San Lucas desea mostrar la fuerza excelsa del Hijo de Dios sobre la muerte y el poder de su palabra como signo de vida ante la muchedumbre derrotada, embargada en lágrimas y muerta en vida con el cadáver que llevaba sobre sus hombros.
En tercera instancia, es significativo resaltar en este pasaje el acercamiento por parte de Jesús a la miseria humana
Se acercó al cuerpo ya sin vida del hijo de la viuda de Naím, se aproximó al ataúd en medio de la caravana de la muerte, allegó su mano bendita al féretro y con el poder de Dios hizo posible que el joven se incorporara, concepto éste que lo encontramos en dos ocasiones en el Nuevo testamento, de manera concreta en este relato y en el de Hch 9,40: “Entonces, sacando a todos, Pedro se puso de rodillas y oró; y volviéndose al cuerpo, dijo: Tabita, levántate.
Y ella abrió los ojos, y al ver a Pedro, se incorporó”. Con esto el autor sagrado quiere dar a conocer que la fuerza de Dios levanta lo caído, devuelve la vida a lo inerte, calma al desvalido y alza de la basura al pobre.
Hermanas y hermanos, que motivados por esta linda página del evangelio y puestos en las manos de María Santísima, le permitamos al Señor acercarse a nuestra realidad para que la transforme, a nuestra vida para que la toque con su mano compasiva y misericordiosa y a nuestro corazón para que lo resucite a una vida nueva de amor y duradera reconciliación.
P. Ernesto León D. o.cc.ss
Más Homilías del Padre Ernesto León