CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

Alegraos

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Alegraos

Queridos hermanos y hermanas:

«La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría».[1]

El incipit de la exhortación apostólica Evangelii gaudium resuena, en la línea del magisterio del Papa Francisco, con una sorprendente vitalidad: llama al admirable misterio de la Buena Noticia que, acogida en el corazón, transforma la vida. Se nos narra la parábola de la alegría: el encuentro con Jesús enciende en nosotros la belleza primigenia, esa belleza del rostro que irradia la gloria del Padre (cf. 2 Cor 4,6), cuyo fruto es la alegría.

Esta Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica invita a reflexionar sobre el tiempo de gracia que tenemos la dicha de vivir, con la invitación especial que el Papa dirige a la vida consagrada.

Acoger este magisterio significa renovar la existencia según el Evangelio, no como radicalidad en el sentido de modelo de perfección y a menudo de separación, sino como adhesión toto corde al encuentro de salvación, acontecimiento que transforma nuestra vida: «se trata de dejar todo para seguir al Señor. No, no quiero decir radical. La radicalidad evangélica no es sólo de los religiosos: se pide a todos. Pero los religiosos siguen al Señor de manera especial, de modo profético. Yo espero de ustedes este testimonio. Los religiosos tienen que ser hombres y mujeres capaces de despertar al mundo».[2]

En la limitación de la condición humana, en el afán cotidiano, los consagrados y consagradas vivimos la fidelidad dando razón de nuestra alegría, siendo testimonio luminoso, anuncio eficaz, compañía y cercanía para las mujeres y los hombres de nuestro tiempo que buscan la Iglesia como casa paterna.[3] Francisco de Asís, asumiendo el evangelio como forma de vida, «hizo crecer la fe, renovó la Iglesia; y al mismo tiempo renovó la sociedad, la hizo más fraterna, pero siempre con el Evangelio, con el testimonio. Predicad siempre el Evangelio y si fuera necesario también con las palabras».[4]

Al escuchar las palabras del Papa, nos interpela, entre otras muchas sugerencias, la sencillez con la que el Papa Francisco propone su magisterio, con la misma genuinidad del Evangelio:

Palabra sine glosa, esparcida con el gesto generoso del buen sembrador que con plena confianza no hace discriminaciones de terreno. Una invitación fidedigna que nos inspira plena confianza, una invitación a renunciar a los razonamientos institucionales y a las justificaciones personales, una palabra provocativa que cuestiona nuestro vivir a veces adormecido, al margen, con frecuencia, del desafío si tuvierais fe como un grano de mostaza (Lc 17, 5). Invitación que nos anima a elevar el espíritu para dar razón al Verbo que mora entre nosotros, al Espíritu que crea y constantemente renueva la Iglesia.

Esta Carta responde a tal invitación y quiere iniciar una reflexión compartida, que permita una confrontación leal entre Evangelio y Vida. El Dicasterio abre así un itinerario en común, lugar de reflexión personal, fraterna, de instituto, hacia el 2015 — año que la Iglesia dedica a la vida consagrada —, con el deseo y el objetivo de osar decisiones evangélicas, con frutos de renovación, fecundos en la alegría: «La primacía de Dios es plenitud de sentido y de alegría para la existencia humana, porque el hombre ha sido hecho para Dios y su corazón estará inquieto hasta que descanse en él»[5]

Alegraos, regocijaos, llenaos de alegría …

Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto;

Porque así dice el Señor: «Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones.

Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados.

Al verlo se alegrará vuestro corazón, y vuestros huesos florecerán como un prado. La mano del Señor se manifestará a sus siervos».

Isaías 66,10-14.

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