Bondad
Cualidad de bueno.
Natural inclinación a hacer el bien.
Acción buena.
Blandura y apacibilidad de genio.
Amabilidad de una persona respecto a otra
Fuente: Real Academia Española
En el mundo que te rodea, en tu entorno humano, has tenido ocasiones de alegría que compartiste y celebraste: un logro personal, o el de una persona cercana a ti (tus padres, tus hermanos, tus amigos), una improvisada reunión en tu casa o un divertido juego en la escuela.
Pero también has conocido circunstancias tristes que quizá te ocurrieron a ti o a alguien cercano. Puede tratarse de asuntos muy sencillos (el fracaso en una competencia) o de otros mucho más importantes: la enfermedad, la necesidad extrema, la pérdida de las ilusiones. Cuando viste que alguien lloraba, te acercaste para preguntarle “¿qué te pasa?” y le ofreciste tu ayuda. Hiciste uso de un poderoso conjunto de valores: fuiste sensible con respecto a tu prójimo, le mostraste tu disposición a ayudarlo para recuperar su bienestar.
La compasión y tú
La bondad es una disposición de la inteligencia y los afectos para buscar el bien y el desarrollo de los demás. Mientras la compasión consiste en ayudar a quienes viven situaciones difíciles para evitar su sufrimiento, la comprensión nos permite entenderlos.
Esas ideas se relacionan con un firme sentido del compromiso: no se trata sólo de dar palmadas al hombro y desentendernos de los problemas ajenos, sino de ejercer un conjunto continuo de acciones en bien de los demás, aun cuando no obtengamos más beneficio que el gusto de ayudarlos. La solidaridad culmina el proceso en un horizonte mucho más amplio: muchas personas se unen para apoyar a quienes apenas conocen, pero saben que sufren.
El antivalor y sus riesgos
La indiferencia con respecto a los demás reduce la posibilidad de establecer vínculos estrechos y de recibir ayuda al necesitarla. En muchas ocasiones termina por deteriorar nuestra propia calidad de vida.
Larvas y mariposas
La bondad es la manifestación de las mayores cualidades que pueden alcanzar un hombre y una mujer: sentimientos nobles, inteligencia para comprender a los demás y capacidad de ayuda. Sirviendo a los otros, llevan a la máxima altura su potencial como humanos.
En el otro lado se encuentran las personas indiferentes, aquellas que son insensibles a lo que ocurre a quienes las rodean. Junto a ellas se sitúan las que permanecen en el reino de las buenas intenciones y no deciden actuar.
Pero en el verdadero extremo contrario están las personas malas que, en vez de promover el florecimiento de los demás, buscan la manera de impedirlo y efectúan acciones con ese propósito. Ocasionalmente triunfan, pero es sólo en la superficie: en el fondo están derrotadas porque su corazón ya no les habla. Construyendo el perjuicio de los demás crearon el propio, optaron por ser larvas y renunciaron a transformarse en mariposas.
Más allá de los resultados prácticos, los buenos siempre triunfan por su actitud, por la claridad de pensamientos e intenciones.
Conoce a El pobre de Asís
Francisco de Asís (1182-1226) nació en Asís, Italia.
Era hijo de un riquísimo comerciante de telas. De pequeño recibió una excelente educación, fue gran aficionado a la lectura y hablaba diferentes lenguas. No aprobaba el excesivo interés por el dinero que manifestaba su padre y renunció a continuar el negocio familiar. Se propuso cuidar a los leprosos que vivían en un hospital cerca de su pueblo natal y restaurar una iglesia en ruinas. Su padre se molestó por esa vocación, lo castigó y le quitó toda clase de ayuda material, pero no logró doblegar sus buenas intenciones.
Francisco devolvió hasta su ropa; vestido con harapos y descalzo, fundó un grupo de personas dedicadas al trabajo manual, el servicio a los demás y la protección de los animales. Convencido de la religión católica se dedicó a predicar sus principios. Sin embargo, conoció las necesidades y ayudó a quienes tenían una religión distinta difundiendo siempre los valores de la humildad, la sencillez y la armonía entre los seres que forman el mundo.
El origen de la Cruz Roja
El 24 de junio de 1859 en Solferino, Italia, se enfrentaron las tropas francesas con el ejército austriaco para obtener el control del territorio. El combate fue de una violencia extrema: en unas horas produjo 6,000 muertos y 40,000 heridos. No había ambulancias, médicos ni material para curarlos. El ciudadano suizo Jean Henri Dunant (1828-1910) atendió a algunos enfermos. Impresionado por los hechos, en 1862 publicó el libro Un recuerdo de Solferino, donde llamaba a establecer un servicio médico internacional y neutral para actuar en situaciones así. Su solicitud tuvo gran eco: en 1864 se fundó la Cruz Roja, la organización de ayuda humanitaria más importante del mundo.
La bondad se relaciona con:
Paz interior, porque cuando cultivo la serenidad soy capaz de salir al otro, soy capaz de pensar en sus necesidades
Generosidad ya que me doy al otro
Entrega, un distintivo de entregarse a otro es saber poner sus necesidades como mías
Frases
“La bondad no se limita, simplemente, a querer hacer el bien. Tampoco es una caridad calculada y destilada en pequeñas dosis y en espera reconocimiento. Los actos de bondad deben realizarse sin aguardar recompensa. Además hemos de saber que nunca basta con ellos: si los demás siguen sufriendo, no somos lo suficientemente buenos.”
– François Poirié
“En la bondad se encierran todos los géneros de sabiduría.”
– Ernesto Sábato
«El único símbolo de superioridad que conozco es la bondad.»
– Ludwig van Beethoven
«Un estado es gobernado mejor por un hombre bueno que por unas buenas leyes.»
– Aristóteles
«La caridad es una virtud del corazón, no de las manos.»
– Thomas A. Edison
«Facilitar una buena acción es lo mismo que hacerla.»
– Mahoma
«No todos los hombres pueden ser grandes, pero todos pueden ser buenos.»
– Confucio
«No te contentes con alabar a las gentes de bien: imítalas.»
– Isócrates
«Sólo hay una manera de poner término al mal, y es el devolver bien por mal.»
– León Tolstoi
«Dondequiera que haya un ser humano existe una probabilidad para la bondad.»
– Lucio Anneo Séneca
«El bien puede resistir derrotas; el mal no.»
– Rabindranath Tagore
«La bondad es el idioma que el sordo escucha y el ciego mira.»
– Mark Twain
«Suelta las ataduras injustas, deja libre al oprimido, parte tu pan con el hambriento, acoge en tu casa a los pobres que no tienen hogar,
cubre al que veas desnudo, trata con compasión a los demás… Entonces tu luz brillará tanto como la aurora.»
—Isaías
“Trato con bondad a quienes son bondadosos. Trato con bondad a quienes no son bondadosos. De esta forma vamos abriendo camino al bien.”
—Lao Tse
“La mejor parte de la vida de un hombre bueno, son sus pequeños, anónimos y olvidados actos de bondad y amor.”
—William Wordsworth
“Comprender es el inicio de aprobar.”
—Baruch Spinoza
“Si quieres que los demás sean felices, practica la compasión. Si quieres ser feliz tú, practica la compasión.”
—Tenzin Gyatzo, XIV Dalai Lama
“No sabrás todo lo que valgo hasta que no pueda ser junto a ti todo lo que soy.”
—Gregorio Marañón
“La compasión es la base de todo el pensamiento moral.”
—Arthur Shopenhauer
“Dondequiera que haya un ser humano, hay una oportunidad para la bondad.”
—Séneca
“A veces nos odiamos simplemente porque no nos comprendemos.”
—Santiago Ramón y Cajal
“Si conociéramos el verdadero fondo de todo tendríamos compasión hasta de las estrellas.”
—Graham Greene
“Uno a uno, todos somos mortales. Juntos, somos eternos.”
—Apuleyo
“Es mejor encender una vela pequeña que maldecir la oscuridad.”
—Proverbio chino
“Nunca, nunca te des por rendido en tus compromisos.”
—Winston Churchill
“Llevadera es la labor cuando muchos comparten la fatiga.”
—Homero
“¿Quién necesita piedad sino aquellos que no tienen compasión de nadie?”
—Albert Camus
“La bondad es el bálsamo que pone un poco de suavidad en cualquier herida amarga.”
—Pío X
“A donde vayas, ve siempre con todo tu corazón.”
—Confucio
“La compasión es la virtud de los reyes.”
—William Shakespeare
“Las almas bellas son las únicas que saben todo lo que hay de grande en la bondad.”
—Fénelon
“Sólo el ser humano es capaz de ayudar al ser humano e infundirle ánimos cuando está en apuros.”
—Márai Sándor
“Acepta las cosas y ama a las personas que el destino pone en tu camino. Hazlo con todo el corazón.»
—Marco Aurelio
“Hemos venido a este mundo como hermanos; caminemos, pues, dándonos la mano y uno delante de otro.”
—William Shakespeare
“¡Dichosos los que tienen compasión de otros!”
—Juan el Bautista
“La confianza en la bondad ajena es un buen testimonio de la propia bondad.”
—Michel de Montaigne
“Es mejor cumplir sin prometer que prometer sin cumplir.”
—Anónimo
“He comprendido que mi bienestar sólo es posible si reconozco mi unidad con todas las personas del mundo, sin excepción.”
—León Tolstoi
Cuento
El ruiseñor
Hace miles de años vivió en China un emperador sordo.
Como no podía escuchar las voces de los pájaros ordenó que fueran castigados todos aquellos que no tuvieran un hermoso plumaje.
Un día, su hija Litay Fo estaba en el jardín y se emocionó mucho al oír a un ruiseñor que cantaba desde las ramas de un durazno.
—Querido amigo, no debes estar aquí, pues te aguarda un fuerte castigo —le dijo.
—No importa, de cualquier forma con estas noches tan frías no podré vivir demasiado —respondió el ruiseñor.
Litay Fo decidió llevarlo consigo a sus aposentos para cuidarlo y gozar con sus trinos. Pero una mañana, sin aviso, el emperador entró a la habitación de la pequeña y descubrió al pájaro.
—¡Huye para salvar tu vida! —gritó Litay Fo para proteger a su mascota.
El pajarillo la obedeció.
Sin embargo, con el paso del tiempo, la pequeña empezó a debilitarse por la tristeza de su ausencia. El emperador hizo traer a un médico.
—No podemos hacer nada por ella —afirmó éste.
El padre recibió la noticia con gran preocupación pero, aprovechando la visita del doctor, le preguntó por su propia sordera.
—Para ésa sí hay una cura: consiste en aplicarle al oído el corazón caliente de un ruiseñor —indicó el médico.
—¡Que busquen uno de inmediato! —ordenó el rey.
Los hombres que trabajaban con él le llevaron, precisamente, al amado pajarillo de Litay Fo. Éste entró volando a la habitación.
—Disponga usted de mi vida. Estoy seguro que su hija se sentirá feliz si usted recupera el oído —ofreció el pajarillo al emperador, a través de uno de los súbditos que escribía el mensaje para que éste lo leyera.
Emocionado por la bondad de la pequeña ave, los ojos del emperador se arrasaron de lágrimas.
—De ninguna forma. Prefiero seguir siendo sordo que hacerte daño —indicó.
El ruiseñor siguió viviendo en el palacio. Litay Fo se recuperó muy pronto de su tristeza y el emperador supo que aquel pajarillo era el más hermoso de todos, no por su canto, ni por su plumaje, sino por el bondadoso corazón que había salvado una vida y siguió latiendo por muchos años.
—Adaptación del cuento homónimo de Hans Christian Andersen
Cuento: Dos hermanos
Cuando su padre murió, dos hermanos, llamados Jacinto y Rosendo, heredaron sus tierras. Para obrar con prudencia las dividieron en partes iguales y cada uno se dedicó a las tareas de labranza y cultivo del maíz.
Pasaron los años. Jacinto se casó y tuvo seis hijos. Rosendo permaneció soltero. A veces no podía dormir pensando algo que le preocupaba. “No es justo que estas tierras estén divididas a la mitad. Jacinto tiene seis hijos que debe alimentar, vestir y educar. Yo no tengo familia. Él necesita más maíz que yo.”
De este modo, una madrugada decidió ir a su propio depósito. Tomó cuatro pesados costales y cargándolos, atravesó la colina que separaba su rancho del de Jacinto. Entró a escondidas al depósito de éste y allí los dejó. Rosendo regresó a su casa pensando, feliz, que sus sobrinos estarían mejor. Durmió profundamente.
Por aquellos días Jacinto también estaba preocupado: “No es justo que estas tierras estén divididas a la mitad. Rosendo no tiene familia. Cuando yo llegue a viejo mis seis hijos nos cuidarán a mí y a mi esposa. Pero a él ¿Quién le dará sustento? Debería tener más maíz que yo para vivir tranquilo en su ancianidad” pensaba.
De este modo, en la misma madrugada, pero a una hora distinta, tomó cuatro costales de maíz. Cargándolos, los llevó y los dejó en el depósito de Rosendo. Regresó a su casa pensando, feliz, que su hermano estaría mejor. Durmió profundamente.
Al día siguiente uno y otro quedaron sorprendidos al comprobar que tenían la misma cantidad de maíz que la noche anterior. Cada uno, por su lado, pensó: “tal vez no llevé la cantidad que supuse. Esta noche llevaré más.” Y así lo hicieron aquella madrugada.
Cuando salió el sol se sintieron más perplejos que antes pues hallaron la misma cantidad de siempre, ni un costal menos. “¿Qué está pasando?” se decía cada uno “¿Acaso lo soñé?”. Decidido a no caer en al misma situación Rosendo llenó un pequeño carro con doce costales. Jacinto hizo lo mismo. Con dificultades, fueron tirando de él por la colina, antes de apuntar el alba.
Cada uno subía por su lado de la colina. Cuando Rosendo se hallaba casi en la cima alcanzó a ver una silueta bajo la luz de la Luna, que venía de la otra dirección. A Jacinto le pasó lo mismo ¿De quién podría tratarse? ¿Era, tal vez, un cuatrero? ¿Se trataba, quizás, de un forajido?
Cuando los dos hermanos se reconocieron entendieron qué había pasado. Durante las noches anteriores sólo habían estado intercambiando costales de maíz entre un depósito y otro. Sin decir palabra dejaron sus cargas a un lado y se dieron un largo y fuerte abrazo.
—Adaptación de un cuento judío
Cuento
El Señor de las cigüeñas
En las elevadas montañas de China vivía un anciano llamado Tian. Su única compañía eran las cigüeñas, y él se encargaba de cuidarlas y alimentar a sus polluelos. Su amistad era tan cercana que pronto lo llamaron “el Señor de las cigüeñas”.
Una ocasión decidió bajar al pueblo, para ver si las personas se acordaban de ser buenas y compasivas. Vistió sus mejores galas, se subió sobre una de las cigüeñas y ésta lo llevó volando. Al llegar encontró a un hombre pobre y enfermo envuelto en harapos y le preguntó:
—¿Cambiaría usted su ropa conmigo? Vine a probar si la gente es buena y no quiero que me reconozcan —explicó. El hombre enfermo aceptó.
Vestido así Tian se sentó en una calle de la plaza esperando que los paseantes lo ayudaran, pero nadie hizo caso. Cansado y hambriento entró a una posada y pidió al dueño algo de comer, explicando antes que no tenía para pagar.
—Con gusto —respondió el propietario, quien le trajo pan y un humeante plato de sopa.
Al día siguiente Tian se presentó de nuevo. Sonriente, el posadero le ofreció un sabroso arroz. La misma situación se repitió durante varios días. En una de esas ocasiones Tian dijo al posadero:
—Usted ha sido un hombre bueno conmigo y tengo una gran deuda por su ayuda.
—Olvídelo, siempre he creído que ayudar a los otros es una gran oportunidad — repuso el anfitrión.
—De cualquier forma debo recompensarlo. Permítame —solicitó Tian. Sacó de su bolsa unos pinceles y unos frascos de pintura y comenzó a pintar un gran árbol en la pared, con varias cigüeñas en su copa.
—¡Qué hermoso! —exclamó el posadero.
—Eso no es nada —respondió Tian. Entonces aplaudió, las cigüeñas cobraron vida y bailaron con gracia al ritmo de su canción. Tian explicó al sorprendido posadero que con ese espectáculo sus clientes estarían muy contentos, y se dirigió a la salida.
—¿Quién es usted? —preguntó el dueño, pero Tian se alejó sin responder.
La fama de las cigüeñas danzantes corrió por el pueblo y, gracias a tantos visitantes el negocio del posadero prosperó. Éste siempre preparaba algunos lugares para los que llamaran a la puerta pidiendo un poco de comida, aunque no tuvieran para pagar.
Mucho tiempo después Tian volvió a la posada. El dueño lo recibió llorando de alegría:
—Gracias a usted mi negocio va muy bien. ¿Cómo puedo recompensarlo?
—Sólo te pido que sigas siendo tan bueno y compasivo como lo fuiste conmigo —respondió Tian. En ese momento tres cigüeñas lo levantaron de la ropa y se lo llevaron volando a las montañas.
El posadero comprendió que Tian era el señor de las Cigüeñas y desde ese día difundió su mensaje de compromiso y amor por el prójimo.
—Cuento tradicional chino.
Cuento
Las mazorcas doradas
Cada año, en una lejana ciudad, se celebraba un concurso para premiar al agricultor que cultivara las mejores mazorcas de maíz en todo el valle. Cientos de campesinos se preparaban para lograrlo. Algunos pensaban que la clave era la tierra donde se sembraba, otros creían que se trataba de aplicar misteriosos fertilizantes. Ninguno compartía sus secretos, sin embargo, los resultados de sus esfuerzos no eran tan buenos: las mazorcas resultaban pálidas, pequeñas o secas.
Pasaron los meses de preparación y llegó el día del concurso, al que arribaron varios agricultores. A todos les sorprendió la participación de un joven campesino, desconocido para ellos, que se presentó como Avediz. Lo que más llamó su atención fue el paquete de mazorcas que llevaba consigo, eran grandes, fuertes, de granos jugosos y dorados: el maíz ideal con el que todos habían soñado.
Al hacer su evaluación, los miembros del jurado no dudaron en reconocer que las mazorcas de Avediz eran las mejores y le otorgaron el premio. Éste consistía en una medalla y un diploma. Pero lo más importante es que por haber triunfado, las autoridades de los pueblos del valle se comprometían a comprar sólo las mazorcas de Avediz y evitar las de los otros agricultores.
Avediz fue llamado al frente para recibir el premio y se acercó cargando un pesado costal. Mientras tanto, los demás agricultores pensaban, con tristeza, qué harían con su maíz de baja calidad y cómo sobrevivirían en el tiempo por venir.
La voz de Avediz los sacó de sus pensamientos.
—Por favor formen una fila —les solicitó.
Todos creyeron que los haría ver, uno a uno, la calidad de sus mazorcas, y sólo algunos lo obedecieron. Cuando la fila tenía diez o doce personas, Avediz metió la mano al costal y comenzó a sacar pequeñas bolsas que entregaba a cada uno. En ellas había numerosas semillas de esa increíble planta de maíz que daba las mejores mazorcas de la región.
Uno de los miembros del jurado se acercó gritando:
—¿Te has vuelto loco? Si les das esas semillas todos tendrán un maíz igual al tuyo y perderás un gran negocio —comentó.
Avediz explicó por qué actuaba así.
—Las plantas crecen gracias al polen que el viento lleva de un lado al otro. Como todos nuestros maizales están en el mismo valle, es muy posible que en mi plantío pronto crezca el maíz de baja calidad que crece en el de todos ustedes. En cambio, si yo les doy estas semillas ustedes tendrán una excelente cosecha y la mía no perderá calidad. En otras palabras, yo sólo puedo estar bien si ustedes están bien.
Pasó el tiempo y ese valle cobró fama por su excelente maíz y la excelente calidad de sus habitantes.
—Tradición de Hyderabad.
El valor en la historia
Grandeza de corazón
Jesús García, el Héroe de Nacozari
Un sentido profundo de la compasión y el compromiso ha hecho que algunas personas excepcionales sacrifiquen sus intereses para proteger la vida y el bienestar de los demás. Ése fue el caso de Jesús García Corona (1881-1907), el “Héroe de Nacozari”.
Nacido en Hermosillo, Sonora, pertenecía a una familia sencilla. Su padre, que murió cuando él era todavía un niño, le enseñó el oficio de herrero, que Jesús desempeñaba en Nacozari, pequeño pueblo del mismo estado. A los diecisiete años consiguió trabajo como aguador en una compañía minera y su excepcional desempeño hizo que fuera ascendiendo a puestos cada vez más importantes. Llegó, de este modo, a ser ingeniero de máquinas en la mina.
La explotación minera trabajaba con un ferrocarril que traía y llevaba materiales hacia Douglas, Arizona, Estados Unidos. En una ocasión el conductor de éste se ausentó por enfermedad y Jesús lo reemplazó. Desde entonces el tren quedó bajo su responsabilidad y lo manejaba todos los días. Ocasionalmente, el vehículo transportaba los explosivos necesarios para permitir la explotación mineral, tarea que exigía mucho cuidado y sentido de la responsabilidad.
El 7 de noviembre de 1907 el tren se hallaba detenido en la estación de Nacozari, situada en pleno pueblo. Guardaba en su interior cuatro toneladas de dinamita y pronto habría de iniciar su recorrido.
De acuerdo con algunas versiones, dos pacas de paja que se hallaban en el techo de la máquina se encendieron a causa del calor de esa mañana. Según otras, la lumbre surgió por un desperfecto mecánico en el motor de la locomotora. Jesús García, que había ido a comer a su casa, regresó a tiempo para notar que el tren se incendiaba, ante la angustia de la gente que pasaba por allí. En caso de que el fuego alcanzara los depósitos de dinamita, haría volar a todo el pueblo de Nacozari.
Jesús decidió alejar el tren del pueblo para evitar la tragedia. Pidió a su cuadrilla de trabajadores que subieran con él al vehículo para sofocar el fuego y mientras tanto lo echó a andar. Pero cuando se dio cuenta de que sería imposible extinguirlo, les ordenó que bajaran de inmediato para salvar sus vidas. Quedó solo a bordo de la máquina y a las 14:30 pasó la última línea de casas del pueblo. Unos segundos después, ya lejos de la localidad, el tren estalló con enorme estruendo.
El conductor falleció al instante y sólo quedó de él un par de botas. Aunque hubo algunos heridos, el valor de Jesús García salvó la vida de cinco mil personas. Por su hazaña, se convirtió en el “héroe de Nacozari”. Se le han dedicado corridos, poemas, calles y monumentos. El pueblo se llama Nacozari de García en su honor y en la fecha de su hazaña se celebra el Día del Ferrocarrilero.
Actividades
Ponte en acción
Es momento de reconocer los problemas que preocupan a quienes habitan el mundo que te rodea. Cuando distingas alguno en especial acércate confiado. Con delicadeza y respeto pide a las personas que te cuenten qué les pasa y cómo puedes ayudarlas.
Esa conversación significa un gran avance. Si notas que se resisten a explicarlos, respeta el silencio y espera el momento oportuno. Si, por el contrario, te cuentan claramente qué ocurre, piensa cuáles son tus posibilidades de dar apoyo.
En otras ocasiones los problemas se manifiestan solos: por ejemplo, las dificultades de una persona discapacitada que se gana la vida en la calle, el maltrato que sufre algún niño o alguna mascota del barrio donde vives, la tristeza o soledad de una persona de edad avanzada. Con cuidado, y mediante el apoyo de algún familiar, piensa cómo contribuir a remediar esas situaciones.
No te desanimes si por el momento es poco lo que puedes aportar.
Forma un equipo con tus amigos y ubiquen algún orfanato o asilo de ancianos en tu comunidad. Visítenlo cuando sea posible: la mera expresión de amistad es suficiente para alegrar a las personas.
Si estás en condiciones de hacerlo, comparte tus cosas con quienes carezcan de ellas; por ejemplo, llévales una pieza de pan o una prenda que ya no uses a los niños que se hallan en situación de calle.
En casos de desastres naturales cerca o lejos de tu comunidad, aconseja a las autoridades de tu escuela realizar algún plan de apoyo como acopio de agua, medicinas o alimentos.
Participa siempre en las colectas anuales de la Cruz Roja, no importa que sólo aportes un peso.
Lo que aprendiste
El cariño e interés por tu prójimo tiene un efecto concreto en su calidad de vida y, en un horizonte más amplio, en la construcción de un mundo mejor. Las oportunidades para trabajar en ese sentido abundan en todos los lugares y momentos. Como recompensa a tu esfuerzo alcanzas tu máximo desarrollo humano y abres la posibilidad de que los demás te ayuden cuando lo necesites.
Amplía tu visión
En la biblioteca de tu escuela busca las biografías de Pedro Romero de Terreros y Concepción Béistegui. Distingue de qué forma ayudaron a la sociedad.
Las religiones más importantes del mundo han dado un importante papel al sentido de la compasión. Investiga, por ejemplo, qué piensan sobre ella la religión católica, la religión judía y la religión musulmana.
En México existen numerosas Instituciones de Asistencia Privada para apoyar a enfermos incurables, ancianos o adictos a las drogas (entre otros). Identifica a algunas de ellas, infórmate cómo trabajan y pregunta si puedes participar en ellas.
Fuente: www.valores.com.mx