2. SEGUNDA PALABRA: DE CIERTO TE DIGO: HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO (LUCAS 23:43).
LA PALABRA ALENTADORA
La segunda palabra es fruto de la primera. El compañero de martirio, un ladrón a quien la tradición da el nombre de Dimas, pero que en los evangelios es anónimo, ha oído algo tan sorprendente que, de repente, su corazón da un vuelco y se le abren los ojos de la fe. Ha oído de labios de Jesús la palabra Padre.
¿Quién es este ajusticiado que puede llamar a Dios Padre, y al mismo tiempo interceder por sus verdugos? ¡Oh, si él pudiera dirigirse a Dios con esa paz y tranquilidad de espíritu! Pero no, no puede. El ladrón cree en Dios, pero, como tanta gente en el mundo, conoce al Creador muy superficialmente; se lo imagina como un juez terrible, pues dice a su compañero: «¿Ni tú temes a Dios….?» «Nosotros justamente padecemos….» Recuerda sus maldades con pena y se da la culpa de ellas; no trata de excusarse pensando o diciendo: Nuestra pobreza nos obligó a robar….; los malditos invasores de nuestro país que nos han empobrecido con impuestos tienen la culpa; nuestras circunstancias nos llevaron a ser lo que somos….
No, no; se siente culpable, está de acuerdo con la justicia de los hombres, y aunque la teme, no se queja de la justicia de Dios. ¡Qué buena disposición para dirigirse al Salvador de los pecadores! Siente dolor por sus pecados…. «y el dolor que es según Dios obra arrepentimiento». Este es, ha sido y será siempre el primer Paso de la genuina conversión.
El segundo paso es la fe, y el ladrón crucificado la tuvo también.
Es una profunda fe judía, pues no podía tener ninguna otra…. Ata cabos sueltos y se dice: «Este ajusticiado a mi lado ha sido sentenciado por Pilato como rey de los judíos por llamarse Mesías, y su actitud ante sus enemigos y ante Dios demuestra que lo es; ningún otro hombre sería capaz de hablar como éste ha hablado: Si lo es, hay esperanza para mí el día de la resurrección….» Las gentes religiosas de Judea, enseñados por los rabinos, no creían en la supervivencia del alma (a pesar de que hay claros vislumbres de ello en ciertos pasajes del Antiguo Testamento) (Salmo 17:15, Eclesiastés 11:9 y 12:7, Salmo 23:8, Job 19:25).
Su única esperanza era la resurrección, el día final, como dijo Marta, un día probablemente muy lejano; pero Jesús le responde con un «hoy» muy significativo. No será en aquel día lejano del establecimiento de mi reinado sobre la tierra, sino hoy mismo. Mi reinado no es una esperanza futura, sino presente, porque abarca mucho más que este mundo. Tus sufrimientos cesarán hoy; no dentro de tres o cuatro días; tu gozo empezará hoy mismo, en el Paraíso de Dios, no dentro de centenares de años.
¡Qué preciosa seguridad! ¿La tienes tú, lector u oyente? Haz lo que hizo el ladrón: acudir a Cristo que ha dicho: «Al que a Mí viene no le echo fuera.» Acude a El con arrepentimiento y con fe, ya que tú tienes suficientes evidencias para creer en El y puedes creer en El no sólo como Mesías, sino como Salvador.
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