Queridos hermanos y hermanas en los Corazones Santísimos de Jesús y María:
El Evangelio que Jesús nos propone hoy, nos permite observar dos conceptos importantes que nos mostrarán el camino para ser moradas divinas. El primero es la obediencia y el segundo las obras.
La obediencia se pone en evidencia cuando como creyentes, aceptamos los mandamientos de Dios, en tal sentido, la obediencia es un acto de reconocimiento a su voluntad más allá de los espacios de oración o de las prácticas de piedad cotidianas que podamos realizar; concluyendo de esta manera que solo aquél que obedece a Dios es capaz de concebir al Señor como el camino, la verdad y la vida, el sentido último de la vida cristiana.
En segundo lugar, las obras o la fe transformada en hechos reales, nos convierten en moradas del Espíritu Santo, capaces de construir una vida en el amor y desde el amor; pues vivir en el amor es ya el cumplimiento del mandamiento nuevo que nos dejó el Señor como herencia.
Este evangelio es bello en el sentido de que nos permite descubrir que cuando somos obedientes y obramos bien, somos dignos de la mayor promesa que Jesús nos hizo, a saber: “Quien me ama y guarda mi palabra, mi Padre lo ama y haremos morada en él”. (Jn 14, 23). Qué mayor felicidad que ser morada divina!
Hermanos y hermanas, dejémonos guiar por el Defensor del Amor, el Espíritu Santo, obrando y obedeciendo sus mandamientos, para transformarnos cada día más, en moradas dignas, en las cuales Jesús se quede a vivir para siempre. “Ob amorem Dei».
EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO
CAPÍTULO 6
Capítulo 6, 9-11
Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre;
venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.
Nuestro pan cotidiano dánoslo hoy;
Capítulo 6, 12-15
y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores;
y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal.
Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;
pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.
Capítulo 6, 16-18
Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,
para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Capítulo 6, 19-21
No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban.
Acumulad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben.
Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.
Capítulo 6, 22-24
La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso;
pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!
Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.
Capítulo 6, 25-27
Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?
Por lo demás, ¿Quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida?
Capítulo 6, 28-30
Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan.
Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos.
Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?
Capítulo 6, 31-34
No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿Qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos?
Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.
Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.
Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal.
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