La realidad de los discípulos del Señor, aun estando cerca de su Maestro, fue compleja, porque no eran ángeles sino hombre de carne y hueso como cualquiera de nosotros. La complejidad manifestada en este evangelio consiste en que luego de haber recibido de parte de Jesús el anuncio de su pasión, muerte y resurrección, no asimilaron tal contenido y por esta razón siguieron pensando «como los hombres y no como Dios», me refiero al hecho de anhelar ocupar los primeros puestos, intención que implica, deseo de poder, ansia de respetos humanos y por tanto de protagonismo a todo nivel.
Seguramente Jesús se decepcionó de ellos ante tal comportamiento; sin embargo, Jesús conocedor de su miseria (y de nuestra miseria), los trató con amor, misericordia y compasión, pues además de ser sus hermanos, eran sus amigos. Les habló con cariño y los invitó a doblegar su orgullo, su deseo de poder y su ansia de superioridad, enalteciendo por el contrario los valores que hacen a los hombres grandes: la humildad, la sencillez y el servicio; de aquí se explica la presencia de los niños a quienes el Señor los puso como ejemplo de transparencia y humildad ante sus discípulos.
Hermanos y hermanas, que motivados por María Santísima, podamos todos nosotros en este tiempo de cuaresma, hacer vida las bellas virtudes concernientes a la sencillez, tal ha de ser nuestra ofrenda para Dios. «Ob amorem dei».
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