El evangelio de hoy tiene un esplendor único en lo atinente al descubrimiento de Jesús como el Hijo de Dios, en este relato sin titubeo alguno, Jesús afirma abiertamente su condición divina acentuando en dos puntos a saber: su capacidad para disponer de nuestra vida y su autoridad para resucitar.
Con estas dos acciones, el señor quiere evidenciar un título cristológico y es el de LA VIDA. «yo soy la vida», y así manifiesta su grandeza, grabando de esta forma en lo más íntimo de nuestros corazones, que él es nuestro dueño, que a él le pertenecemos, que en él somos, nos movemos y existimos, que él es nuestro principio y nuestro fin, en una palabra que sólo en él tiene sentido nuestra vida.
Los fariseos atónitos por semejantes afirmaciones, lo odiaban cada día más; de nuestra parte cautivados por su palabra y por su vida, hemos de intentar amarlo sin medida, pues él es quien dirige nuestros pasos, con él lo podemos hacer todo y sin él todo resulta inútil.
Al Corazón Inmaculado de María le suplicamos que identificando a Jesús como el Hijo de Dios, el dueño de la vida y de la resurrección, podamos de hoy en adelante glorificarlo con nuestros actos cotidianos.
«Ob amorem Dei».
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