EL PAN NUESTRO DEL 26 DE FEBRERO
Comprendida la Palabra de Dios como un regalo cotidiano de vida y de sabiduría, hemos de agradecerle al Señor con todas las fuerzas de nuestra alma, porque nos permite a diario, conocernos más y más a nosotros mismos; nos permite reconocer nuestros errores y nos concede la suficiente capacidad para levantarnos de todo aquello que no coincide con su divina voluntad.
En el caso del evangelio de hoy, el Señor nos ofrece una lección inmensa acerca de nuestras relaciones interpersonales, nos referimos al hecho de contemplar en las demás personas que son nuestro prójimo, el rostro misericordioso de Jesús; que son nuestros hermanos y que por tanto merecen el respeto de los hijos de Dios. Cuando el Señor dice, que no le es lícito a nadie llamar imbécil o ignorante a alguien, está pidiendo a los oyentes de su Palabra, identificar al otro como hermano, amigo y confidente, y si no se da de esta manera, al menos todos los creyentes hemos de intentar visualizar en nuestro prójimo a la figura de Cristo, que clama, comprensión, escucha, diálogo, respeto y también perdón.
Este último elemento, el del perdón, es uno de los valores que el Señor nos pide vivir en este tiempo de cuaresma: «si vas de camino al templo llevando tu ofrenda y te acuerdas que has peleado con tu hermano, primero reconcíliate con él y luego lleva la ofrenda al altar», con esta recomendación Jesús enaltece la práctica del perdón como único camino de reconciliación, que hace que el corazón humano esté bien dispuesto para ser ofrenda agradable a Dios.
A María Santísima le pedimos que nos de la inteligencia necesaria para reconocer en medio de las diferencias, que todos somos hermanos en Cristo y que a través del perdón el pecado social es vencido por el amor del Señor. Ob amorem Dei.
Más reflexiones del Padre Ernesto León
EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO
CAPÍTULO 6
Capítulo 6, 9-11
Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre;
venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.
Nuestro pan cotidiano dánoslo hoy;
Capítulo 6, 12-15
y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores;
y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal.
Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;
pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.
Capítulo 6, 16-18
Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,
para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Capítulo 6, 19-21
No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban.
Acumulad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben.
Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.
Capítulo 6, 22-24
La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso;
pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!
Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.
Capítulo 6, 25-27
Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?
Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida?
Capítulo 6, 28-30
Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan.
Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos.
Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?
Capítulo 6, 31-34
No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos?
Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.
Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.
Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal.