Con los ojos del corazón y de la fe, el ciego Bartimeo reconoció al Señor y con gritos estentóreos le clamaba. “Hijo de David ten compasión de mí”; significando con esto que mientras algunos aún teniendo ojos no podemos reconocer a Jesús, muchos con los ojos del amor descubren al Señor, presente en las personas y en los acontecimientos.
El ciego desde hacía mucho tiempo vivía postrado al borde del camino, viviendo de las migajas de la gente, vivía señalado por todos porque era un pecador, de ahí su estado tan precario; el ciego sin haber recibido instrucción alguna, más que la del Espíritu Santo, descubrió la identidad de Jesús y confesó su fe en Él con el grito arriba mencionado; tanto así que Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo”, mientras algunos obstaculizaban el encuentro de la divinidad con la humanidad, diciéndole al ciego: “Cállate”.
A muchos de nosotros nos cuesta identificar a Jesucristo como el Hijo de Dios, porque nuestros ojos nublados por nuestros propios pensamientos no nos lo permiten; nos cuesta pedir su ayuda porque nos creemos todo poderosos, dueños del bien y del mal; se nos dificulta acercarnos al Señor porque el manto de nuestra antigua vida nos pesa demasiado; nos es espinoso llamarlo porque las voces del mundo nos silencian; nos es trabajoso acceder a su presencia porque otros obstaculizan nuestros pasos hacia Él y también porque nosotros servimos de piedra de tropiezo para que otros se acerquen al Señor; y en medio de este panorama, no podemos clamarle sino. “QUE PUEDA VER”.
Señor Jesús, que por la intercesión de María Santísima, nuestra oración cotidiana sea: Señor permítenos ver la hermosura de tu presencia en nuestra vida y lo grandioso de tus acciones en favor de la humanidad. “Ob amorem Dei”.
EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO
CAPÍTULO 6
Capítulo 6, 9-11
Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre;
venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.
Nuestro pan cotidiano dánoslo hoy;
Capítulo 6, 12-15
y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores;
y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal.
Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;
pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.
Capítulo 6, 16-18
Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,
para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Capítulo 6, 19-21
No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban.
Acumulad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben.
Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.
Capítulo 6, 22-24
La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso;
pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!
Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.
Capítulo 6, 25-27
Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?
Por lo demás, ¿Quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida?
Capítulo 6, 28-30
Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan.
Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos.
Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?
Capítulo 6, 31-34
No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿Qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos?
Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.
Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.
Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal.
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