La liturgia de la palabra de hoy acentúa en un tema que es recurrente en el tiempo de cuaresma, nos referimos a la conversión, entendida como la transformación de la mente y del corazón, como resultado de la escucha consciente de la Palabra de Dios.
Los ninivitas en medio de la obstinación idolátrica en que habían incurrido, decidieron escuchar a Dios por medio de Jonás y allí empezó su proceso de conversión, de aquí se deduce que si el creyente no dispone su corazón para asimilar la Buena Nueva de la salvación, nunca podrá transitar con determinación por los caminos de Dios, pues sólo a la escucha de la Palabra, el creyente se configura como hijo de Dios y discípulo de Jesucristo, dejando atrás las voces disonantes que lo invitan a vivir alejado de la fuente divina de la salvación.
Mientras en el A.T. Nínive escuchó al profeta Jonás con miras a la conversión, en el N.T. resonó la voz de Juan el bautista diciendo: conviértanse, el Reino de Dios está cerca y en este sentido una vez que el Precursor ofrendó su vida por amor a Dios, aparece la figura de Jesucristo invitando a los corazones vacilantes a amar a Dios con todas las fuerzas de su alma, como muestra clara de su adhesión incondicional a Aquél que enalteciendo la ley del amor dijo un día: no he venido por los sanos sino
por los enfermo, muestra suficiente de su deseo de contemplarnos a todos los creyentes como verdaderos hijos de Dios.
Alegres por la permanente asistencia del Corazón Inmaculado de María, dispongamos los oídos de la fe para escuchar la Palabra del Señor, sin la cual nuestra conversión vería su propia frustración. Ob amorem Dei.
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