PARA EL FIN DE SEMANA: MAYO 13 DE 2016.
Pentecostés.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Reciban mi saludo cordial que lleva los mejores deseos de paz y bien en el Señor que resucitado nos envía desde el Padre el Espíritu Santo que nos prometió. Espíritu que para cada uno es el ímpetu de Dios que nos saca de nosotros y nos lanza, transformados por la llama del amor, a la predicación del Evangelio, al anuncio gozoso del amor fiel del Padre. Dios que, hecho carne en Jesús, nos sigue redimiendo para que el mundo alcance a través del misterio del amor de Dios la paz y la alegría de quien se siente seguro en un amor que se traduce en obras concretas de misericordia, de acogida y de perdón.
Los discípulos, nos lo narra el Evangelio de Juan (20, 19-23) en una noche, de esas noches que para muchos son terroríficas, que están llenas de ausencia, de miedos. Una noche en la que las puertas están trancadas temiendo lo peor, reciben el Espíritu Santo, don prometido por Jesús y que viene dado por Él mismo gracias al Padre que sigue con su plan de salvación para la humanidad. Dios también en las noches oscuras, en los miedos, en los encierros, se hace presente para darnos fuerza, valentía, para llenarnos de alegría y de paz; para darnos lo mejor de sí. Es decir para seguir dándose a sí mismo y habitarnos en lo más íntimo del ser. Con la muerte de Jesús y su regreso al Padre al terminar la misión, no todo está perdido como lo pesaron muchas personas incluyendo algunos de los suyos, de sus seguidores.
Los discípulos deben comprender que ellos han sido invitados por Jesús, han sido escogidos entre muchos, para que estén con Él pero también para que vayan a predicar. El proyecto del reino es de todos los discípulos, los que a pesar de los miedos y de las dudas no pueden perder el horizonte y se tendrán que descubrir como sucesores de Jesús que ha venido para que el mundo salve por medio de Él y para liberar de toda opresión al ser humano tan abatido en medio de tanta norma, de tanta ley.
Los enviados por Jesús necesitan el Espíritu; el aire, el viento que los anime e impulse a salir, a predicar. Ya no hay razones ni es tiempo de miedos, de encierros. A Dios le urge la salvación, le urge el ser humano comprometido y amoroso que sea capaz de atraer a su amor y sea capaz de generar procesos de conversión en los demás. Hay que tranquilizarse, hay que serenarse, llenarse de paz y eso solo lo logra el Espíritu Santo que Dios nos envía y que su Hijo nos regala cuando nos llena de vida, de fuerza, de palabra y de sabiduría.
Jesús con el Espíritu que les dona les regala también la capacidad, sanadora por lo demás, de perdonar los pecados. Solo Dios perdona los pecados, pero quien tiene el Espíritu de Jesús, está llamado a dar paz, a ser solidario y sobre todo, sanador desde el corazón. Si Dios nos ama, Dios nos perdona y si nos abrimos a Dios de corazón, con sinceridad, si comenzamos la conversión, Dios no nos negará su perdón, su amor.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd