Sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o ha querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera.
—Diccionario de la Real Academia Española
Su opuesto es
Luz interior
Hay quienes creen que todo lo bueno que tienen lo han conseguido solos. Por orgullo o, a veces, por simple desatención, no saben reconocer el apoyo que les dieron los demás en un momento o circunstancia determinados. Esas son las personas desagradecidas. Aunque parezca increíble pueden llegar al extremo de criticar o incluso hacer daño a quienes los ayudaron. A veces se cierran todas las puertas. A veces no, pues la generosidad nunca termina. Sin embargo, como no saben experimentar agradecimiento, se sienten solos, no descubren que los demás los quieren y que merecen ese cariño. Su malestar crece a cada día y los entristece. El que agradece abre las cortinas de su alma: permite que entre el sol y proyecta hacia afuera su propia luz.
Viviendo el valor
El valor de la gratitud se ejerce cuando una persona experimenta aprecio y reconocimiento por otra que le prestó ayuda. No consiste, necesariamente, en “pagar” ese favor con otro igual, sino en mostrar afecto y guardar en la memoria ese acto de generosidad. Más que centrarse en la utilidad práctica del servicio recibido, pondera la actitud amable de quien lo hizo.
Aprende a dar las gracias
Ya hemos visto qué es la responsabilidad: aplicarnos con dedicación a lo que nos corresponde; por ejemplo, que el señor barrendero limpie la calle sin dejar un solo papel. Ya vimos también qué es la generosidad: cuando damos más allá de lo que nos corresponde. Por ejemplo, el maestro que se preocupa por explicarnos de nuevo lo que todos ya entendieron.
La alegría que esos favores despiertan en nuestro corazón se llama gratitud. Se manifiesta hacia afuera cuando decimos “gracias” con una sonrisa, cuando le
hacemos saber a la persona que nos ayudó lo importante que fue para nosotros ese detalle inesperado (no importa si fue un objeto, un consejo o un pañuelo desechable cuando nos vieron llorar). Pero la gratitud no se reduce a una palabra ni se queda en la superficie: enriquece y transforma nuestra vida cuando mantenemos presente ese acto de afecto para con nosotros. A través de ella nos sabemos queridos por los demás. A través de ella, sabemos querer a los demás.
Para la vida diaria
Aprende a usar la fórmula que no falla. “Por favor” indica que pedimos algo especial. “Gracias” indica que reconocemos la ayuda.
Piensa y reconoce todo aquello que recibes de los demás. Exprésalo a tu estilo: con palabras, con un abrazo, con un carta.
Ve construyendo una cadena de favores: cuando tu recibas uno, haz otro, y pide a esa persona que siga extendiendo la red de ayuda y gratitud.
No agradezcas sólo los bienes materiales. La ayuda que va más allá de los objetos es tal vez la más valiosa.
Por el camino de la gratitud
Vence tu orgullo, piensa en quienes te han dado la mano a lo largo de la vida. Comprende que te ayudaron a ser quien eres.
La gratitud no es un intercambio de objetos: “tú me diste, yo te di”. Significa, más bien, “tú te esforzarte por mí, yo estoy dispuesto a hacerlo por ti.”
No sólo hay que dar las gracias a quienes están vivos y cerca de nosotros. Reconoce en tu corazón a quienes te ayudaron aunque no vivan o se encuentren lejos.
Conoce a Franz Mayer: una herencia para México (1882-1975)
- Franz Mayer (1882-1975)
Nacido en Mannheim, Alemania, Franz Mayer tuvo una próspera carrera en las bolsas europeas. Llegó a México en 1908 para continuar con su profesión. Aunque salió de la República durante la Revolución, volvió en 1913 y se desempeñó con gran éxito.
En 1933 se nacionalizó mexicano. Enamorado de su nuevo país realizó fotografías en diversas regiones. Fue aficionado a las orquídeas y a las artes decorativas. En su casa llegó a reunir una hermosa colección de objetos antiguos integrada por piezas de todo tipo: cerámica, textiles, orfebrería, pintura y muebles, por citar sólo algunas. Estimada en un valor incalculable, Mayer (quien no tuvo descendientes) decidió donarla al pueblo de México como muestra de gratitud a la nación que lo había acogido.
En su legado indicó que se formara un fideicomiso responsable de exhibir las obras, organizar exposiciones, concursos y conferencias. En 1986 se inauguró el Museo Franz Mayer en la Ciudad de México, un espléndido lugar situado junto a la Alameda Central que a diario deslumbra a cientos de visitantes con sus piezas.
¿Qué sabes de estas expresiones?
“Por favor” y “gracias” son dos expresiones comunes en tu vida diaria que aparecen una y otra vez en las relaciones con los demás. Detente por un momento a pensar en ellas. La primera es un llamado de ayuda para solicitar algo que puede ser muy sencillo (el préstamo de un objeto) o muy complicado (el auxilio en un caso de vida o muerte). La segunda manifiesta el reconocimiento por el beneficio que hemos recibido. En su nivel más superficial aparecen como fórmulas automáticas de cortesía, pero cuando vives a fondo estas emociones ingresas a uno de los territorios más ricos y profundos de las relaciones humanas.
La gratitud y tú
Ser agradecido es apreciar a cada momento lo que los demás hacen por nosotros y generar con ellos un compromiso de confianza: como estamos conscientes de su ayuda, podremos responder de igual forma cuando ellos requieran la nuestra. Cuando la confianza crece, se convierte en amistad: dos seres humanos comparten emociones, problemas, soluciones y la ayuda fluye siempre en las dos direcciones. El respeto y los sentimientos de cariño mutuos crecen hasta regirse por la fidelidad: no sólo agradecemos y correspondemos a quien nos ayuda, tenemos un cariño sólido que nos hará estar siempre allí para responder, sin importar que las circunstancias cambien.
El antivalor y sus riesgos
El principal problema de la ingratitud ocurre dentro de nosotros: perdemos la oportunidad de experimentar el cariño de quien nos ha ayudado o apoyado en momentos de aflicción.
Frases
“Muchas veces, a lo largo de un mismo día, me doy cuenta que mi propia vida y sus logros se han construido gracias al trabajo de las personas que me rodean. También comprendo, con cuanta seriedad debo esforzarme para darles, en correspondencia, tanto como he recibido.”
– Albert Einstein
«El agradecimiento es la memoria del corazón.»
– Lao Tsé
«Campo que siembras con amor lo cosechas con gratitud.»
– Gibrán Khalil Gibrán
«Sólo un exceso es recomendable en el mundo: el exceso de gratitud.»
– Jean de la Bruyère
La gratitud no es sólo la mayor de las virtudes. Está emparentada con todas las demás.
– Marco Tulio Cicerón
Quien recibe un beneficio nunca debe olvidarlo; quien lo otorga, nunca debe recordarlo.
– Pierre Charon
Una persona agradecida experimenta afecto hacia quien le ha proporcionado algún valor, y tiende a demostrarlo.
– Anónimo
Seamos agradecidos con las personas que nos hacen felices. Son los jardineros que hacen florecer nuestras almas.
-Marcel Proust
La gratitud es el signo de las almas nobles.
– Esopo
Si en la vida tu única oración fuera “gracias”, con ella sería suficiente.
– Eckhart
De gente bien nacida es agradecer los beneficios que recibe.
– Miguel de Cervantes
La ingratitud es la esencia de la maldad.
– Immanuel Kant
La gratitud es la forma más exquisita de la cortesía.
– Jacques Maritain
“Educarnos en el sentimiento de gratitud significa buscar y valorar la gentileza que se encuentra detrás de las acciones que nos benefician. Nada de lo que se hace en nuestro favor ocurre porque así tenga que ser: todo se origina en la voluntad positiva que se dirige a nosotros. Acostúmbrense siempre a expresar agradecimiento con sus palabras y acciones.”
— Albert Schweitzer
“Cuando bebas agua, recuerda siempre a la fuente.”
— Proverbio chino
“No hay en el mundo exceso más bello que el de la gratitud.”
— Jean de la Bruyère
“La gratitud transforma tu rutina en días de fiesta.”
— William Arthur Ward
“Un simple pensamiento de gratitud dirigido al cielo es la oración más perfecta.”
—Gotthold Ephraim Lessing
“Decir gracias no es una fórmula de cortesía, es una expresión espiritual.”
—Alfred Painter
“Cuando comas retoños de bambú agradece siempre al árbol.”
—Proverbio chino
“La gratitud es la flor más hermosa que nace en el alma.”
—Henry Ward Beecher
“Perder un amigo es perder una parte de nosotros.”
—Proverbio alemán
Cuento
El pescador de hojas
Eduardo, un buen padre de familia, era pescador en la costa del mar Adriático, pero no alcanzaba a alimentar a sus cinco hijos. Una vez pasaron diez jornadas sin que obtuviera un solo pescado. Los vecinos lo lamentaban, pues era trabajador y conocedor de su oficio.
En una ocasión el rey Julián, alto y de negro cabello rizado, pasó cerca de la casa del pescador y escuchó que los pequeños se quejaban de hambre. Preguntó qué ocurría y, al conocer los méritos y situación de Eduardo, pensó ayudarlo.
—Cada vez que atrapes algo con tu red, tráelo al palacio para que lo coloquemos en el platillo de mi balanza. En el otro platillo pondré el mismo peso en monedas de oro para ti —le informó.
Feliz por la promesa, Eduardo se hizo al mar por tres largos días. Remaba, lanzaba la red y la traía de vuelta al barco. Pero siempre estaba vacía. Desilusionado, tomó la ruta de regreso.
Ya en el puerto, echó la red por última vez. Al retirarla encontró una hoja de roble muy dañada por el agua del mar. Su amigo Antonio pasaba por allí.
—Llévasela al rey —le recomendó.
—Después de todo, fue lo único que pesqué… —respondió Eduardo y se dirigió al palacio. Al verlo, el rey comenzó a reír.
—Amigo, esa hoja tan liviana no hará que la balanza se mueva ni un poco. Pero hagamos la prueba —le dijo.
El pescador puso la hoja sobre el platillo. Para sorpresa de todos, éste bajó como si estuviera cargado de plomo. El tesorero comenzó a poner monedas en el otro platillo. Tuvo que colocar sesenta para equilibrarlos.
Eduardo se fue con ellas a comprar todo lo necesario para su familia. El rey conservó la hoja y convocó a los sabios, que la examinaron por días. Nunca dieron con la explicación de su misterio.
Ni siquiera Eduardo alcanzó a saber qué había pasado.
El secreto de la hoja dormía en su infancia. El pescador tenía tres o cuatro años de edad cuando un labrador vecino arrancó un pequeño roble que había surgido en los límites de su propiedad. El pequeño Eduardo lo recogió y lo plantó en un sitio que nadie cultivaba.
El ahora enorme árbol había aprovechado la oportunidad para agradecer a quien le había salvado la vida.
—Leyenda albanesa.
Cuento
La tortuga blanca
Mao Pao era un jovencito chino de apenas quince años.
Sin embargo, ya se preparaba para ser un guerrero y vestía la elegante indumentaria que correspondía. Después de un arduo entrenamiento fue a refrescarse a la corriente cercana del Río
Amarillo. Despojado de su uniforme, se echó a nadar. Unos metros más adelante vio a un pescador.
—¿Qué haces por estas aguas? —Le preguntó.
—Vengo a buscar algo para vender en el mercado —respondió.
De repente el pescador se echó al río para atrapar un animal con las manos. Cuando las sacó, Mao Pao vio a una pequeña tortuga blanca.
—¡Lo logré. Todos querrán comprarla para hacer una buena sopa! —exclamó aquel hombre.
El joven guerrero se acercó, y le conmovió ver los ojos pequeños y pacientes de la tortuga que era apenas del tamaño de su mano.
—Déjala ir —pidió.
—No. Necesito el dinero —respondió el pescador.
—Te propongo algo. Dámela a mí y llévate mi uniforme nuevo que está tendido de aquel lado. Puedes venderlo bien. Sólo déjame algo para cubrirme.
Así se hizo. El pescador le entregó la tortuga y se llevó la ropa.
Mao Pao salió del agua y se puso una túnica, la sola prenda que le había quedado. Se llevó consigo a la tortuga, temiendo que, si la dejaba allí, el pescador regresara por ella. En el camino la soltó en un estanque cercano. La tortuga se fue nadando poco a poco.
Pasaron cincuenta años. Mao Pao había llegado a ser general durante el reinado de la dinastía Chin. Su país vivía una época de luchas y enfrentamientos por el poder. Tras perder una batalla, había quedado solo, abandonado por sus hombres.
Corría y corría para salvar la vida. De repente llegó al Río Amarillo de su juventud. Si cruzaba a la otra orilla estaría a salvo. Pero parecía imposible. Era época de lluvias y el caudal estaba más crecido que nunca.
Los hombres de Tigre de Piedra (así se llamaba el general enemigo) estaban a punto de prenderlo. Sin embargo, ya en la orilla del río, Mao Pao vio acercarse un enorme caparazón blanco, casi de su mismo tamaño. De éste asomó la cabeza y el general reconoció los mismos ojos inocentes de la tortuga que había salvado años atrás.
Sin pensarlo, se subió a ella, y se prendió del sólido caparazón. La tortuga, acostumbrada a las crecidas del río, no tardó en llevarlo a la otra orilla, donde lo dejó sano y salvo.
Cada uno siguió su camino, aunque dicen que volvieron a encontrarse.
—Leyenda china.
Cuento
Una cadena de favores
Winston era hijo de una rica familia, poseedora de extensas tierras en la Inglaterra del siglo XIX. Durante sus vacaciones visitaba la casa de campo y, aprovechando las raras mañanas en que salía el sol, se metía a un lago de aguas limpias.
Un sábado, siguiendo esa costumbre, comenzó a nadar. Pero en esa ocasión se alejó más de lo prudente, hasta llegar a una zona de mayor profundidad. Sin sentirlo, perdió el control de sus movimientos, se sumergió y empezó a ahogarse.
Casualmente pasaba por allí Alexander, un campesino de la misma edad de él que había llevado a pastar un rebaño de ovejas. Al ver que alguien se estaba ahogando, se lanzó de inmediato al lago, nadó hasta donde se hallaba Winston y lo rescató. Cargado en sus espaldas, lo llevó hasta la orilla y lo ayudó a recuperar el conocimiento.
Cuando Winston reaccionó le preguntó:
—¿Cómo te llamas?
—Alexander ¿y tú?
—Winston. ¿Dónde vives?
—En aquella casita que se ve en la montaña.
El pequeño Alexander regresó con sus ovejas y Winston volvió caminando a su casa.
Dos semanas después un elegante carruaje subió por la montaña. Winston y sus padres bajaron de él y llamaron a la puerta. Una vez que Alexander y sus padres los invitaron a pasar explicaron el motivo de su visita.
—Hace una semana Alexander salvó a Winston de morir ahogado. Estamos muy agradecidos con él y nos gustaría darle una recompensa.
—Disculpen, señores, pero lo hice sólo por ayudar —intervino Alexander.
—Y precisamente por eso queremos corresponder. En este momento les ofrecemos pagar los estudios de su niño hasta que concluya una carrera profesional.
Los padres de Alexander aceptaron emocionados, pues carecían de dinero para que el niño tuviera una profesión y pensaban que toda su vida sería pastor.
Consciente de la gran oportunidad que se le abría Alexander se desvelaba estudiando y era el mejor alumno de su clase. A los 22 años obtuvo su título como doctor y se dedicó a investigar nuevos medicamentos. Uno de sus mayores éxitos fue el hallazgo de una sustancia para curar infecciones respiratorias.
Mientras tanto, Winston destacaba como militar y periodista. Al regresar de uno de sus numerosos viajes cayó enfermo de pulmonía y los médicos dieron pocas esperanzas de curación. Alexander lo supo y se presentó al hospital para ofrecer tratarlo con su nueva sustancia.
Los especialistas aceptaron incrédulos pero, para su sorpresa, el paciente comenzó a mejorar y pronto estuvo fuera de peligro. Un tarde recibió la visita de Alexander:
—Es la segunda vez que me salvas la vida. ¿Cómo puedo recompensarte ahora que eres un médico importante? —le preguntó Winston.
—De una forma muy sencilla: recuerda siempre que llegué a serlo gracias a ti.
—Versión libre de un relato apócrifo.
Cuento
Capulín mío
Tiempo atrás había un hermoso cuervo de plumas muy brillantes y ojos inteligentes. Vivía entre las ramas de un árbol de capulines y amaba su casa: el tupido follaje le daba sombra y lo protegía de la lluvia, las ramas lo mecían suavemente, le fascinaba contemplar sus cientos de flores en primavera y los jugosos capulines eran su dulce alimento, al grado que su plumaje tenía matices de rojo oscuro.
—¡Qué feliz soy en este árbol! —decía— Nunca lo cambiaré por otro.
Sin embargo, la naturaleza que sigue su curso, puso una dura prueba al habitante del árbol. Una mañana, las hojas del capulín amanecieron amarillentas y marchitas. Al día siguiente se habían vuelto negras y comenzaron a caer. Las ramas perdieron sus frutos hasta quedar tiesas y llenas de polvo.
Lo más normal era que el cuervo volara en busca de una nueva casa. Pero se resistía a hacerlo. Por las mañanas, cuando un fuerte rayo de sol recorría diversas partes del árbol desnudo él extendía sus alas e iba caminando paso a paso por el tronco, para impedir que se quemara. Con su voz aguda le graznaba al árbol:
—¿Crees que voy a olvidarme de ser tu amigo porque te ha llegado la mala fortuna? Mis palabras son sinceras: “capulín mío, nunca te dejaré”.
Los días pasaban y el ave se mantenía fiel a su promesa. En una ocasión un grupo de leñadores se acercó para derribar el árbol a golpes de hacha, pero el cuervo voló encima de ellos, les soltó varios picotazos y logró que se alejaran.
Cuando el capulín estaba aún más seco, las demás aves aseguraban que el cuervo lo abandonaría, pues ya no le ofrecía alimento, ni protección alguna. Pero él se acercaba a la parte gruesa del tronco (dicen que allí está el alma de los árboles) y le repetía: “capulín mío, nunca te dejaré.”
Entonces hizo un plan: con el pico empezó a cortar las ramas más finas. Pasó varios días en el suelo aflojando la tierra con sus patas y abrió un pequeño surco para que llegara una delgada corriente de agua desde un río cercano. Incluso recogió varios frutos podridos que había en la zona cercana y abonó la tierra.
Trabajó varias semanas sin descanso. Una mañana despertó y descubrió que las secas ramas tenían pequeños puntos verdes acá y allá. Los miró con atención y se dio cuenta de que el capulín estaba retoñando. En unos cuantos días se cubrió de hojas; tiempo después floreció y pronto estuvo cargado de frutos más dulces y carnosos que nunca.
Un misterioso caminante que solía andar por allí se acercó sorprendido a ver cómo había renacido el árbol.
—¿Verdad que soy un gran jardinero? —preguntó el cuervo.
—No fue tu talento lo que salvó a este árbol, sino tu gratitud. Tu pequeño y brillante pecho guarda el don de la vida y hasta la naturaleza se doblega ante los corazones fieles.
—Adaptación de una leyenda budista.
El valor en la historia
El Príncipe de la manada
Los fieles amigos de Iván Mishukov
Existen docenas de fábulas sobre la amistad, la fidelidad y la gratitud que puede establecerse entre los animales y el hombre. Ninguna de ellas conmueve tanto como la historia real del pequeño Iván Mishukov.
A inicios de la década de 1990 Rusia sufrió un profundo cambio político que tuvo consecuencias en toda la sociedad: muchas personas enfrentaron el desempleo y padecieron problemas económicos. Varias familias se desintegraron y cientos de niños quedaron abandonados a su suerte, sin ningún pariente que los ayudara.
Uno de ellos fue Iván Mishukov que, a sus cuatro años de edad, estaba completamente solo en el mundo, sin el apoyo de algún adulto o institución. Por 1996 andaba vagando solo por las calles de Moscú donde pedía monedas para ganarse la vida. En esas mismas calles había cientos de perros abandonados por sus dueños que formaban pequeñas manadas salvajes, pues sobrevivir en grupo les era más fácil.
Iván, con sus grandes ojos expresivos y su largo cabello rubio se ganó la simpatía de los cocineros de un restaurante que le regalaban las sobras de la comida. El pequeño las compartía con algunos de los perros callejeros. Éstos lo seguían por todos lados y cada vez eran más. Poco a poco le tomaron confianza y, en poco tiempo, Iván se convirtió en el jefe de la manada. Los perros lo respetaban y aceptaban sus instrucciones, pues lo consideraban su líder.
La relación funcionaba en forma admirable. Él conseguía comida para los canes. Éstos, a cambio, le daban su calor en las heladas noches invernales de Moscú. Iván dormía en la calle y las temperaturas de 30 grados bajo cero ponían en peligro su vida. Sin embargo, sus perros lo cubrían y lo rodeaban para mantenerlo a salvo.
Por otra parte lo protegían a los otros peligros que enfrenta un niño pequeño y solo a media calle. Si alguien se acercaba a molestarlo, los perros ladraban y se disponían a atacar para salvaguardar a su pequeño amo. Esta situación se prolongó por dos años, sorprendía a quienes la veían a diario y el pequeño fue apodado “el Príncipe de la manada.”
La policía estaba consciente de lo que pasaba y se propuso llevar al pequeño a un orfanato. Sin embargo en tres ocasiones que intentaron atraparlo el plan falló, pues los perros impedían que siquiera lo tocaran. El esfuerzo de los oficiales duró dos meses, hasta que planearon una trampa para distraer a los perros y, finalmente, se apoderaron del joven Príncipe.
Iván Mishukov fue llevado a un centro de atención infantil, donde recibió alojamiento, servicios de salud y alimentación. Luego fue adoptado por una familia, comenzó sus estudios y se desarrolló como un niño normal. Hoy es un joven de casi 18 años y aunque se sabe poco de él dicen que, hasta la fecha, sueña con la manada que le salvó la vida y despierta llorando porque extraña a sus fieles amigos.
Ponte en acción
Más allá de las normas de urbanidad o de los razonamientos, en este caso déjate llevar por las sensaciones positivas hacia las personas que te apoyan en la vida. Ponte a la altura de ellas recordando que los favores no se pagan: se corresponden. Amplía los horizontes de tu gratitud más allá de una circunstancia y una persona determinada. A través de ella has comprobado que el mundo no es tan hostil como parece y eso te invita a ser una fuente de ayuda para los que tienes cerca.
Expresa siempre tu agradecimiento con palabras o un abrazo. Diles a las personas importantes para ti que estarás allí cuando necesiten algo.
Aprecia el valor de todas las acciones que te benefician: dale las gracias al señor que barre la calle, al conductor del autobús donde viajas y al personal del camión de la basura. Imagínate lo difícil que sería vivir sin ellos.
No “uses” a los demás como si fueran objetos ni pienses que “tienen” que ayudarte. Dentro de casa aprecia el esfuerzo que hacen tus padres por darte de comer, mantenerte limpio y buscar tu educación. Cada libreta, cada pan o fruta que te dan son una muestra de amor.
En un terreno más amplio observa las cosas buenas y sencillas de la vida diaria y haz de la gratitud una forma de disfrutar el mundo que te rodea.
Lo que aprendiste
En su máxima expresión la gratitud implica saberte querido por los demás y permite establecer relaciones fuertes y duraderas. Éstas van más allá de la conveniencia práctica y la búsqueda de la mera utilidad que amenazan con convertir al mundo en un lugar solitario e insensible. La gratitud permite ir creando refugios de confianza y fidelidad que pueden salvarte de la tristeza y el peligro; a la vez, impulsan tu máximo potencial como persona: la capacidad de amar a los demás.
Amplía tu visión…
Visita los monumentos de tu localidad dedicados a figuras importantes. Averigua qué ayuda o acción agradece o reconoce cada uno de ellos.
Investiga el papel que tiene la gratitud en algunas religiones y cómo la expresan sus fieles. Busca, por ejemplo, información sobre los retablos o exvotos que se hacen en muchos pueblos de México.
Trata de conseguir la canción Gracias a la vida de la compositora Violeta Parra. Escúchala con tus compañeros o familiares y analicen su contenido.
Fuente: www.valores.com.mx