CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CC.SS DE JESÚS Y MARÍA
HOMILÍA AGOSTO 21 DE 2022
Isaías 66, 18-21; Salmo 116, 1.2; Hebreos 12, 5-7. 11-13; Lucas 13, 22-30
21º domingo de tiempo ordinario
Queridos feligreses:
La Palabra del Señor que es fuente de amor, nos invita a reflexionar sobre tres realidades: Dios convocando a su pueblo, el creyente en marcha hacia Dios y la doble experiencia de la historia humana.
1.- En el texto del profeta Isaías (66,18-21), encontramos la siguiente promesa:
«Llega el momento de convocar a todos los pueblos y naciones. Vendrán a mi presencia, y les daré una prueba de mi gloria».
Las promesas de Dios para con nosotros siempre se cumplen y lo anteriormente expresado es prueba de ello, Él nos ha convocado a la vida, nos ha convocado a vivir en comunidad, a fundar una familia, a trazar un proyecto de vida, nos ha convocado a la felicidad. Fundamentalmente nos ha convocado para estar en su presencia y allí dice el profeta nos mostrará Dios su gloria. Estar en la presencia del Señor es ante todo el reconocimiento del hombre como tal, que necesita en absoluto de Dios; es experimentar el acontecer de Dios en lo más profundo del ser humano; es dejar que el hombre sea hombre y que Dios sea Dios.
El estar en la presencia de Dios, no se logra solamente en un templo – aunque lo facilita – sino, también en el seno de cada hogar, de cada familia, en el trabajo, la universidad, el colegio, la calle y absolutamente en el templo de la hermosa creación. El ser humano está en la presencia de Dios cuando logra captar la dulzura de una sonrisa, la calidez de una palabra sincera, la recepción de las correcciones y cómo no la generosidad en el perdón. No quisiera terminar este primer punto sin antes expresar que quienes amamos a nuestra Madre Iglesia no obstante sus pecados, tenemos un lugar teológico especial para estar en la presencia de Dios y es la EUCARISTÍA, ojalá los creyentes pudiéramos apreciar y amar este bello don de Dios, que lo tenemos ante nuestros ojos y que lo podemos llevar en nuestro corazón.
2.- Por otro lado desde la segunda lectura de la carta a los HEBREOS (12,5-7.11-13)
El autor sagrado nos exhorta a marchar hacia Dios, pero no de cualquier manera, dice: «no vayáis con los brazos caídos y encogidas las piernas», está invitando a una nueva actitud, a un nuevo talante, a un dinamismo vital que suponga la búsqueda sincera de Dios. Algunos de nosotros marchamos hacia Dios un tanto tullidos, afectados por nuestros malestares físicos, emocionales e incluso espirituales; sin embargo, Jesús camina con nosotros hacia Dios.
Tenemos los brazos caídos cuando el objetivo de la marcha se ha perdido, cuando los obstáculos del camino nos hacen retroceder, cuando quienes nos acompañan se desaniman y nos desaniman, cuando dudamos de quien nos da la mano, cuando nuestra fe se torna fugaz. Se trata entonces de levantar los brazos para abrazar la meta que es Cristo resucitado, el motor y la fuerza de nuestra vida y de nuestras ilusiones.
No vayáis con las piernas encogidas, esta es la actitud del creyente que no ha puesto todas sus esperanzas en Dios, posiblemente el encogimiento se deba a su adhesión al mal y al pecado, como también a sus inmensas esperanzas en sí mismo.
El que tiene encogidas las piernas es como el hombre del evangelio que dijo: «Déjame primero enterrar a mi padre», se trata de un hombre sin decisión, que tambalea frente a la vida y frente a las determinaciones, personifica a aquellos que han desplazado a Dios de sus vidas, dejándose tullir por lo que les ofrece la puerta ancha. Nuestra propia Patria camina encogida en el concierto del mundo, llevando sobre sus hombros el signo de la guerra y la violencia; quiera Dios que algún día el corazón de los hombres y mujeres que han encogido a nuestra Patria la saquen de esta postración para enrumbarla hacia el desarrollo y el progreso.
3.- Finalmente hablando del evangelio según san Lucas (13,22-30), es bueno meditar sobre la doble experiencia de la historia humana: la puerta ancha y la puerta angosta.
La primera perspectiva (la puerta ancha), manifiesta la conducta del hombre y de la mujer que le han cerrado el corazón a Dios, es la ruptura entre la fe y la vida, revela además la creciente pérdida de los valores del evangelio como lo son el perdón, el diálogo, la disciplina y el amor a Dios, es la inclinación a llevar una vida superficial, una vida fácil propensa a los vicios, más no a las virtudes.
La puerta ancha es la del enriquecimiento ilícito, es la de las falsas promesas, es la del comercio con la vida, es la puerta que conduce a la ignorancia, a la rebeldía y por tanto a la violencia y a la guerra.
Por su parte desde una segunda perspectiva, la puerta angosta, revela el camino hacia la consecución de los mejores valores, marca el sendero de la sabiduría y del amor a Dios y a María Santísima, es la puerta de los retos, del sacrificio, de la lucha y del sudor cotidiano.
Esta puerta angosta no se ha de reducir a un trecho empinado y tortuoso; sino, que se ha de ampliar a la experiencia de la fe y la alegría.
La puerta Angosta nos hace ver que nuestras familias son un don de Dios, que nuestros padres son una bendición de Él y que los hijos son prolongación de la vida que viene del Señor.
La puerta angosta no nos permite ser esclavos de las modas pasajeras, es el sendero de la autocrítica y de la autodeterminación para optar por un bien mejor que es Jesucristo. Por la puerta angosta contemplamos el milagro de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía, por la ancha observamos al mundo confundido en sí mismo.
Que nuestra Madre del Cielo nos de inteligencia y sabiduría para optar por la puerta angosta, comprendiendo que esta puerta tienen nombre: JESUCRISTO, por Él pasamos para ser parte del redil de Dios.
P. Ernesto León D. o.cc.ss
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