CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CC.SS DE JESÚS Y MARÍA
HOMILÍA AGOSTO 7 DE 2022
Sabiduría 18, 6-9; Salmo 32; Hebreos 3, 1-5. 9-1; Lucas 12, 32-48
19º domingo de tiempo ordinario
Hermanos y Hermanas:
La liturgia de la palabra de este domingo nos ofrece una seria reflexión acerca de la fe, no entendida ésta como aquello que no se ve, sino como nuestra adhesión incondicional a Jesucristo a quien si vemos.
Proponemos nuestra meditación acerca de la fe, bajo dos conceptos muy significativos: La fe, como luz del creyente y como fuerza de Dios.
Con respecto a la fe como luz, Jesús en el evangelio de hoy según San Lucas en el Cap 12, 32-48, nos dice: “Tened encendidas las lámparas, vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame”. En efecto tener encendidas nuestra lámparas no es otra cosa sino contar con la presencia luminosa de Jesucristo en nuestra mente y en nuestro corazón, que nos permite enfrentar la vida no desde las penumbras de nuestros planes personales, sino desde la claridad de Aquél que es la luz: Jesucristo el Señor.
Cuando hacemos nuestra propia voluntad y como es obvio pensando en nuestras capacidades personales, confiando en nuestras fuerzas y prescindiendo de la luz de Jesucristo que es quien nos concede el don de la fe; caemos fácilmente en vanagloria y autosuficiencia que no nos permite ser luz para los otros ni ejemplo de fe, sino oscuridad y sombra a ejemplo de los criados que a la hora de la llegada de su señor, tenían la lámpara de la fe apagada, porque habían confiado más en sí mismos que en el auxilio y en el concurso de quien es la luz que ilumina a todos los pueblos: Jesucristo.
A manera de conclusión de esta primera parte
Los invitamos a meditar en aquellas palabras que Jesús pronunció un día y que se han de convertir para nosotros en norma de vida: “el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”; hermanos y hermanas quien ha entendido esto, es porque ha descubierto en Jesucristo la razón de ser de su vida, lo ha comprendido como luz y ésta como fe, pero no una fe vacilante sino una fe a prueba de las incomprensiones humanas y a prueba también de las vicisitudes que la vida le ofrece.
Por otro lado, comprender la fe como fuerza de Dios, nos lleva a afirmar que con Él todo lo podemos hacer y que sin su ayuda todas nuestras acciones son vacuas, en el caso de Abraham con la fuerza de Dios y ésta entendida como fe es que le fue posible aceptar la llamada de Dios y salir a la tierra que iba a recibir en heredad, salió sin saber a dónde iba pero caminó con la fuerza de Dios; Sara por su parte, con la fuerza de Dios pudo fundar un linaje no obstante su avanzada edad.
Moisés con la fuerza de Dios sostuvo al pueblo en el desierto cuando el sol asfixiante y el hambre mortal, lo inducía a regresar a su estado de esclavo en Egipto.
Los profetas que con valentía denunciaron la corrupción y la injusticia a todo nivel, lo pudieron hacer y fueron escuchados solamente porque contaban con fe y ésta comprendida como fuerza de Dios; Jesucristo situado en el desierto y tentado por el diablo cuando se sentía más frágil (casi al término de su ayuno de cuarenta días y cuarenta noches), contando con la fuerza de su Padre derrotó al enemigo.
El mismo Jesús en el huerto de los olivos enfrentado a su muerte inminente y sudando sangre frente al temor que como hombre experimentó, pudo afirmar con fe: “Padre que no se haga mi voluntad sino la tuya”; finalmente Jesús de camino hacia el calvario, lo hizo con la fuerza de Dios, se levantó tres veces con la fuerza de Dios y caminó valiente hacia la cruz; lo hizo con toda su fe y su esperanza puestas en Dios; y luego con la fuerza de Dios venció a la muerte a fuerza de vida, la vida que le había prodigado Dios su Padre.
Hermanos y hermanas, la fe entendida como luz y como fuerza de Dios nos permite creer en lo que vemos
Nos permite ser hombres y mujeres de esperanza ante toda desilusión, nos impulsa a ser luz en medio de un mundo en penumbras y nos entusiasma a la hora de enfrentar nuestras luchas y fatigas con la determinación de aquél que con paso firme se dirigió hasta el árbol de la cruz.
La fe comprendida así, nos brinda la posibilidad de ver a Dios a quien no vemos en el rostro de Jesús a quien si vemos; la fe como luz y como fuerza de Dios nos abre el camino para contemplarlo en las personas, en las cosas, en la belleza de la naturaleza, en el milagro de nuestra familia y en este mundo inmenso y maravilloso que Él un día nos dejó en heredad.
Hermanos y hermanas, que todos nosotros bajo el amparo maternal de aquella que le dijo un día al Señor por fe: “Hágase en mí según tu palabra”, podamos ser valientes a la hora de construir nuestra fe sobre la roca firme de Jesucristo y no sobre la arena movediza de las personas.
P. Ernesto León D. o.cc.ss
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