CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CC.SS DE JESÚS Y MARÍA
V DOMINGO DE CUARESMA. CICLO B
Jr 31,31-34; Salmo 50; Heb 5,7-9; Jn 12,20-33
En la primera lectura tomada del libro de Jeremías encontramos el planteamiento de la alianza hecha en otro tiempo entre Dios y su pueblo en el libro del Éxodo, mediante la siguiente expresión: “YO SERÉ SU DIOS Y USTEDES SERÁN MI PUEBLO”; estas palabras más allá de su significación externa lleva consigo tres planteamientos:
1.- El amor inmenso que le profesa Dios a su pueblo y el consecuente deseo de sentirse amado por este, lo cual significa, que la relación filial antes mencionada se estableció en términos de amor, de un amor ágape capaz de convertir la vida en ofrenda por amor al otro; esto fue lo que hizo Dios cuando envió a su Hijo al mundo, se entregó por completo por la humanidad, simplemente porque la amaba; y ya es hora de que nosotros como pueblo de su propiedad nos convirtamos en ofrenda viva y permanente para Él, recordando las palabras del salmo 50: “No me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu”.
2.- La alianza, materia de nuestra meditación, lleva consigo una profunda reflexión acerca de nuestra fidelidad a Él, que quiere decir, que siendo propiedad exclusiva suya, no podemos postrarnos ante dioses con minúscula, ni mucho menos rendirles tributo como si fueran nuestros dueños; nuestra vida le pertenece por completo al Señor y en esto consiste nuestra convicción de fe, y si en algún momento le hemos fallado que con el salmista le cantemos a Dios diciendo. “Lava del todo mi delito, limpia mi pecado”.
3.- La expresión: “yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo”, requiere de nosotros como dice el profeta Jeremías, grabar la ley de Dios en nuestros corazones, que equivale a decir vivir la ley del amor y del perdón en la vida cotidiana, como muestra de la presencia de Dios en nosotros y como proyección de la alianza establecida entre Dios y la humanidad entera.
Ahora bien, esta alianza de amor entre Dios y su pueblo, tuvo su manifestación plena en la persona de Jesús, quien desde la cruz mostró el significado de la palabra amar, entregando su vida a la manera “del trigo que cae en tierra y muere”, para dar luego mucho fruto, fundamentalmente el fruto de la vida y de la esperanza.
La realidad antes mencionada la encontramos expuesta en el evangelio de hoy según San Juan en el capítulo 12, relato en el cual se inaugura la teología ascendente joánea y por tanto la puesta en marcha de Jesús hacia el calvario para luego ser glorificado por su Padre Dios en el evento de la resurrección. En este evangelio Jesús se despide de este mundo diciendo: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre” y “Ahora mi alma está agitada y ¿Qué diré?: Padre, líbrame de esta hora.
Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre”. Estas palabras causaron desconsuelo en los apóstoles, y con tristeza en el corazón y sin entender claramente el significado de las mismas, se fueron tras él, cubiertos por un manto de duda y por el velo oscuro de la desesperanza, camino hacia el lugar de la cruz.
Lo anteriormente planteado nos deja un sabor de derrota y de fracaso, pero no es así, porque el acontecimiento de la muerte de Jesús no conoció un final, por el contrario, marcó el punto de partida de la vida y de la resurrección, de la victoria y de las nuevas razones para seguir viviendo.
Hermanos y hermanas, con nuestro corazón lleno de amor por Jesucristo el Señor, celebremos la próxima semana el domingo de ramos y con el alma decidida, expulsemos de nosotros todo lo que signifique la imagen del hombre viejo, con el ánimo ferviente de resucitar con Cristo en esta Semana Santa que ya se acerca.
OB AMOREM DEI.
P. Ernesto León D. o.cc.ss.
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