CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CC.SS DE JESÚS Y MARÍA
JUEVES SANTO
Ex 12, 1-8. 11-14; Sal 115; 1Cor 11,23-26; Jn 13,1-15
Estimados hermanos y hermanas en los Corazones Santísimos de Jesús y María:
Nos hemos reunido en esta tarde como lo hace la Iglesia universal para celebrar el más bello tesoro que Dios nos dejó, nos referimos al tesoro de la Divina Eucaristía en el que encontrándonos de manera real con el Señor Jesús, somos testigos del beso de la humanidad con la divinidad y del abrazo del cielo con la tierra.
Hace dos mil años el Hijo de Dios celebró la última cena con sus discípulos y ahora lo hace de nuevo con nosotros y no como un simple recuerdo sino como la actualización viviente de todo lo que el sacrificio de la Eucaristía significa.
Y en este sentido cabe mencionar que en el marco de la Divina Eucaristía el mundo entero se postra ante el hijo de Dios quien es al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar; sacerdote porque es Él mismo quien preside la eucaristía, víctima porque es Él quien se entrega como oblación de suave aroma a su Padre Dios y altar porque es Él, el sitio teológico en donde se quema la ofrenda inmolada para Dios.
En este contexto hermanos y hermanas sintámonos alegres porque hoy el mismo Jesucristo nos ha invitado a su banquete, al banquete de su cuerpo y de su sangre en el que sin lugar a dudas nos cristificamos por la acción misteriosa del Espíritu Santo, nos convertimos en otros cristos para la salvación del mundo, nos transformamos en pan de vida para nuestros hermanos y en bebida de salvación para los que sufren.
En definitiva, de necios sería privarnos de esta fiesta con Aquél que siendo el sentido del mundo cristiano, resulta no en pocas ocasiones despreciado por quienes decimos seguirle, desechado de nuestras vidas como si se tratara de un estorbo, injuriado con nuestros actos como si no fuéramos testigos del inmenso amor que Él nos profesa; crucificado de nuevo cuando los recibimos indignamente desconociendo conscientemente el misterio de su divina presencia en un pedazo de pan y en un poco de vino.
Si lo anterior ha ocurrido en el silencio de nuestro vida, es hora de decirle “Señor perdónanos porque no sabíamos lo que hacíamos”
Perdónanos por no reconocerte en el Santísimo Sacramento del altar; por no adorarte con nuestros actos y con nuestras palabras, perdónanos por amarte poco en la Sagrada Eucaristía, perdónanos porque nuestro orgullo no nos deja doblar las rodillas ante Sacramento tan admirable; perdónanos porque alimentándonos de todo hemos dejado de alimentarnos del pan de tu cuerpo y de tu palabra, del vino de tu consuelo y de tu gracia, perdónanos Señor porque deseando más el pecado, hemos preferido sustraernos de tu amor y compasión.
Hermanos y hermanas, aquí está Cristo, aquí está nuestro divino salvador, aquí está el pan vivo bajado del cielo, aquí está el manjar de los ángeles, aquí está Aquél que nos nutre con su cuerpo y con su sangre, aquí está Aquél que pronunció antes de su pasión: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre”, aquí está el Señor Jesús, el rey y el centro de nuestros corazones, el pan, el alimento que fortalece al cansado, que vivifica a los enfermos, que anima a los desilusionados, que consuela a los que lloran y que reconforta al desvalido, aquí está Jesucristo, el Hijo de Dios vivo.
El pan de Dios alimentó al pueblo cansado de Israel en su travesía por el desierto
El pan de Cristo alimentó a la inmensa muchedumbre, el pan del Señor cristificó a los apóstoles, en un trozo de pan Jesús se les descubrió a los discípulos de Emaús, y ahora en el hoy de nuestra historia humana, ese mismo pan lo tenemos ante nuestros ojos, el pan de la esperanza y de la justicia, el pan del amor y de la paz.
En el contexto del jueves santo, no podemos dejar de elevar una oración sentida por aquellos que a diario se alimentan con el pan de la guerra y la violencia, con el pan del odio por sus hermanos, con el pan de la venganza y de la muerte; aquí y ahora es necesario elevar una plegaria a Dios por quienes se alimentan con el pan del dinero fácil, con el pan de la corrupción, con el pan de la injusticia social, con el pan de la deshumanización de sus hermanos, con el pan de la estafa y del soborno.
Por los que sufren y por nuestros corazones fríos en la fe, hemos de elevar una oración ferviente, implorando de Dios un corazón nuevo capaz de amar y perdonar, capaz de construir en medio de escombros, capaz de progresar en medio de obstáculos, capaz de darse por sus hermanos en medio del egoísmo humano.
En este jueves santo nuestros ojos de la fe contemplan al pan que se dona
Al pan que se ofrece, al pan que se parte y se comparte, contemplamos al pan del cielo que alcanza para todos, al pan de los ángeles que sacia nuestra hambre y sed de trascendencia; a este alimento de vida eterna le pedimos hoy que nutra a los sacerdotes en este su día, que los nutra con la pureza de su presencia, que sus fuerzas se rehagan en la mesa, que su consagración sea renovada por toda la eternidad, que su corazón rebose de amor por Aquél que los llamó, que su camino sea iluminado por el sentido de su vida: Cristo, y que su predicación enriquecida por la asistencia del Espíritu Santo, sea para el mundo motivo de fe y de esperanza.
María Santísima haz que todo el mundo creyente renueve hoy el compromiso de hacer suyo el mandamiento del amor y que a la manera de tu Hijo Jesucristo, entienda que el amor debe desterrar toda sombra de muerte y de violencia.
P. Ernesto León D. o.cc.ss
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