CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CC.SS DE JESÚS Y MARÍA
Éxodo 20,1-17; Salmo 18; 1Corintios 1,22-25; Juan 2,13-25
Domingo 3º de Cuaresma
Queridos hermanos y hermanas:
El Señor Jesús en los tres últimos domingos ha estado situado en diferentes partes, estuvo en el desierto, el domingo pasado en la montaña y en este domingo lo encontramos en el templo, templo que se ha de entender como su propio cuerpo y como el lugar excelso donde dialoga el Creador con sus criaturas y las criaturas con su Creador.
A partir de esta consideración es bueno que en esta última etapa del tiempo de cuaresma vayamos preparando nuestra vida, nuestro cuerpo, nuestro templo personal para celebrar con gozo el gran acontecimiento Pascual, el gozo del Señor resucitado.
Centrando nuestra atención en la liturgia de este domingo, nos ocuparemos de reflexionar sobre dos grandes temas, que seguramente serán de interés: EL DECÁLOGO Y EL TEMPLO.
El Decálogo o los diez Mandamientos no nacen como simples reglas de opresión, ni como prohibiciones que restringen la vida de los hombres y mujeres, ni mucho menos como leyes que esclavizan y reprimen; sino, como fruto del establecimiento de la alianza entre Dios y los hombres, alianza que lleva consigo una promesa y promesa que verá su cumplimiento en la medida en que se vivan los 10 mandamientos. Los diversos NO del decálogo, no se pueden considerar entonces como elementos coercitivos, ni tampoco como prohibiciones, más bien, se han de considerar desde nuestro paradigma cristiano como reglas de vida que han de ser puestas en práctica por amor a Dios y por respeto a nuestros semejantes.
Los diez mandamientos siguiendo el espíritu de la ley, regulan las conductas de los hombres y armonizan la relación entre ellos, los mandamientos no pueden vulnerar los derechos, por el contrario, vividos plenamente están llamados a enaltecer la dignidad humana.
El espíritu de los 10 mandamientos tiene como finalidad enseñarnos a vivir como hijos de Dios, construyendo una efigie en honor al mandamiento del amor, síntesis de la ley y los profetas.
El decálogo nos hace reconocer al humano que hay en el otro, basta con pensar en el cuarto mandamiento “honra a tu padre y a tu madre”.
Los 10 mandamientos nos llevan a comprendernos como lugares humanos donde habita Dios, como templos de su amor, como templos del Espíritu Santo; y desde esta perspectiva el evangelio de hoy nos enseña que si bien los templos como infraestructura física son importantes, más importantes son los templos humanos; el templo de Jerusalén fue destruido y reemplazado por Jesús el nuevo y definitivo templo de Dios y nosotros siguiendo este ejemplo nos hemos de constituir en sagrarios vivos, en lugares de carne y hueso donde la presencia de Dios sea una realidad.
Hemos de estar atentos entonces a valorarnos como tales, como templos de Dios, templos que no pueden ser profanados como lo fue el templo de Jerusalén por los mercaderes de palomas y demás mercancías.
En este tiempo nuestro templo humano puede ser profanado por los mercaderes del conocimiento que ya no enseñan verdades sino subjetividades, templo que a la vez, puede ser profanado por los mercaderes contemporáneos de los lujos y excentricidades.
Nuestro templo personal es profanado en este tiempo por los mercaderes de bienes y tesoros materiales, que no nos enseñan a verlos como medios sino como fines.
Es profanado nuestro templo personal por los mercaderes de Dios, cuando a través de diversas ofertas religiosas enseñadas desde la ignorancia y los sentimentalismos ciegan la conciencia de los hombres en el descubrimiento de la verdad: Jesucristo.
Nuestro templo es profanado en este tiempo por los mercaderes de la guerra y la violencia, quienes vulnerando la libertad de muchos de nuestros hermanos, los han convertido en objetos de canje como si fueran cosas y no personas. La profanación de nuestros templos humanos equivale a la violación de sus derechos.
Hermanas y hermanos que la vivencia clara del decálogo nos lleve a reconocer en los otros la presencia viva de Dios, y a considerarlos como tabernáculo del pan vivo bajado del cielo, para que en compañía de María en su Corazón Inmaculado podamos ser para el mundo testigos de esperanza y proyección transparente del amor de Dios en medio de los pueblos.
P. Ernesto León D. o.cc.ss.
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