CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS DE JESÚS Y MARÍA
XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Eclesiástico (35,12-14.16-18); Sal 33,2-3.17-18.19.23; Timoteo (4,6-8.16-18); Lc (18,9-14)
Queridos hermanos y hermanas.
Al comienzo de esta homilía, es importante, exponer la convergencia de las enseñanzas del Santo Padre el Papa Francisco con la Sagrada Escritura, de manera especial en tres aspectos que marcarán las enseñanzas que nos trae Dios nuestro Padre en la liturgia de este XXX domingo del tiempo ordinario: 1.- Dios nunca se cansa de perdonar, 2.- El Señor Jesús no decepciona jamás, y 3.- La espiritualidad cristiana como opción fundamental.
En el libro del Eclesiástico leemos, que “el Señor es un Dios justo”.
En el contexto de la obra, justicia, es sinónimo de amor y compasión; por esta razón, no es extraño encontrarnos con afirmaciones como: “Dios escucha las súplicas del oprimido”, “no desoye los gritos del huérfano o de la viuda” y “las penas del pobre, consiguen su favor”; lo anterior, manifiesta las acciones cotidianas de Dios con sus hijos; los pequeños, los necesitados, los débiles y los vulnerados; acciones rebosantes de amor y de ternura, de justicia y de escucha, de misericordia y perdón.
Frente a esta imagen de Dios, es inconcebible pensar que Él se canse de perdonarnos, de amarnos y levantarnos, y si lo pensamos, es porque aún no conocemos quién es Dios y su actuar misericordioso. De cara a nuestro contexto, lo antes expresado, se convierte en un reto, pues necesitamos aprender a amar para ser capaces de perdonar, aprender a escuchar para ser capaces de aconsejar, en último término aprender a ser misericordiosos para posibilitar la compasión.
Este derroche de amor y perdón de Dios, manifestado al mundo a través de su Hijo Jesucristo, nunca defrauda el corazón humano
Por el contrario, se revela como fuerza y protección frente a la lucha con el mal, Él llena de esperanza y júbilo a quienes esperan y en Él confían, es el Hijo de Dios, quien nos ofrece la corona de la gloria por nuestra perseverancia en su presencia, corona entendida como salvación más allá de la escueta sanación; en este sentido, la experiencia de fe de San Pablo vista desde la salvación, se muestra como un acto de confianza, de fe y esperanza en aquél que no defrauda jamás: “el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles.
Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo”.
Sin duda, estas palabras, son para nosotros hoy, fuerza, vitalidad y gracia, en el camino de nuestra adhesión a Jesucristo, y son también impulso en nuestro propósito de santificación, para decir al final: “hemos corrido hasta la meta, hemos mantenido la fe”, ¿en quién?, en aquel que no defrauda la esperanza humana.
En este sentido, los presupuestos para comprender que la espiritualidad cristiana es una opción fundamental, son dos: Dios nunca se cansa de perdonar: “el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos” (Sal 33), y por otro lado, Jesucristo no defrauda el corazón humano, tales convicciones, exceden toda regla farisaica y se ubican en el plano de una confesión de fe madura, en la que el sentimentalismo y el fervor exterior, han sido superados por la contemplación de Dios en el silencio, superados por la fuerza interior de la oración, y derrotados por la realidad de la presencia de Dios en el corazón humano. De esta forma, lo que hemos llamado aquí, “experiencia cristiana como opción fundamental”, hace balbucear al creyente con serenidad, gozo y confianza, las palabras del publicano: “Señor ten compasión de mi”.
A los Corazones Santísimos de Jesús y María les consagramos nuestra vida de fe y nuestro proceso de madurez cristiana.
P. Ernesto León D. o.cc.ss
Más Homilías del Padre Ernesto León