Misioneros Oblatos de los cc.ss de Jesús y María
Isaías 43, 16-21; Salmo 125; Filipenses 3, 8-14; Juan 8, 1-11
Domingo 25 de Marzo de 2007
Domingo 5º de Cuaresma
En este último domingo del tiempo de cuaresma, los textos bíblicos nos invitaron a reflexionar sobre tres realidades, a saber.
En primer lugar desde el libro del profeta Isaías 43,16-21, la invitación a un cambio de mentalidad acerca de nuestra concepción de Dios y de la vida, no da espera; dice el profeta: no podemos vivir pereciendo, no podemos vivir muriendo, (aunque en la filosofía existencial esto sea una verdad), no podemos vivir en penumbras como mecha que se apaga, pues ante todo somos luz y no oscuridad, solamente por el HECHO DE SER HIJOS DE DIOS.
La mentalidad acerca de la vida no ha de ser la del romántico, concibiéndola en ocasiones como un pasado bueno; el profeta y el mismo Dios nos dicen hoy: «no os quedéis recordando lo antiguo, no penséis en cosas del pasado, ahora voy a hacer algo nuevo, ¿no lo percibís?», eso nuevo es el futuro que cada uno de nosotros con la ayuda de Dios hemos de construir, eso nuevo es la presencia de Dios en nuestra vida, eso nuevo es la irrupción de Jesucristo en medio de la muerte, eso nuevo es cada una de nuestras familias reconciliadas, eso nuevo es la pascua que ya se acerca.
Pero es necesario cambiar también la mentalidad acerca de Dios
Él no es un viejito con barbas, simplemente él, es el amor, un amor que como dice Isaías, es capaz de «abrir un camino en el desierto», es decir un camino en medio de los problemas y dificultades; un amor que es capaz de hacer que los «ríos rieguen el desierto», el desierto es el mundo y con él también nuestra vida, reseca por los avatares de la cotidianidad; ese Dios entonces, en el cual creemos no es quietud, no es muerte; por el contrario, es transformación, es cambio, es dinamicidad, es vida, es amor. Por lo anterior, al final del texto mencionado dice no el profeta sino el mismo Dios: «Hago nacer agua en el desierto, ríos en la tierra estéril, para apagar la sed de mi pueblo».
Este es el Dios en el que los creyentes hemos depositado nuestra esperanza.
En segundo lugar la carta del apóstol S. Pablo a los Filipenses en el Capítulo 3,8-14, nos plantea que la cuaresma, así como la vida cristiana es como una carrera, y nosotros somos los atletas, pero nuestro premio no es una corona, nuestro premio final es Cristo.
Hemos corrido ya las 5 etapas – semanas- del tiempo de cuaresma y casi al llegar a la meta de la semana Santa vale la pena preguntarnos, ¿estamos fatigados por el cansancio?, ¿el premio de encontrarnos con Cristo no nos apasiona?, ¿nos hidratamos en estas cinco etapas con la Santa Eucaristía?, ¿con la santa Confesión?, ¿con la oración?, ¿con su Palabra que es vida?; hermanos y hermanas, corramos cual atletas
infatigables a la meta final que es la vida en Cristo, ese Cristo resucitado presente en la Pascua que estamos prontos a vivir.
Finalmente en el evangelio, de San Juan 8,1-11, es una ligereza afirmar que la adúltera es María Magdalena, pues el texto no lo dice y algunas personas sin fundamento alguno, le han adjudicado esta condición a la Magdalena.
Este evangelio nos da una lección de amor, el que ama no juzga, pero si corrige, como lo hizo Cristo; no señala, pero si levanta como lo hizo Cristo con la mujer; el que ama no condena, sino que libera.
Las palabras de Cristo enamoran y ojala nosotros enamorados hoy de su palabra, podamos transformarnos en esta última semana del tiempo de Cuaresma, porque el mismo Señor nos dice hoy: «Yo tampoco los condeno, váyanse, y de ahora en adelante no pequen más».
P. Ernesto León D. o.cc.ss
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