CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CC.SS DE JESÚS Y MARÍA
HOMILÍA PARA EL 8 DE OCTUBRE DE 2017 – XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
Isaías 5,1-7; Sal 79, Fil 4,6-9; Mt 21,33-43
El Evangelio de este domingo, se sitúa en la recta final del ministerio público de Jesús, es decir, el camino que lo conduce a Jerusalén, contemplada ésta como la ciudad que mata a los profetas, contexto del cual Jesús no pudo escapar, pues el texto anuncia la muerte de Jesús fuera de la viña, fuera de las murallas de Jerusalén, como en efecto sucedió.
En este mismo sentido, nuestra parábola de los viñadores homicidas revela un tiempo de tensión, en el que las frecuentes controversias entre la gente y las autoridades por causa de Jesús, son más fuertes y esto debido a que Jesús está empezando a ser reconocido como el Mesías, como el Hijo de Dios, situación que afecta diametralmente a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, quienes ostentaban en su tiempo un poder religioso y también político en medio de su gente.
Una vez aclarado el contexto de la parábola, centrémonos en la VIÑA, donde se desarrolla la alegoría de los viñadores homicidas. Empecemos por decir que la viña en la Sagrada Escritura era el lugar clásico con la que los profetas del antiguo testamento se refirieron a Israel, el pueblo escogido que estaba llamado a dar fruto en abundancia y que en algún momento por sus conductas y corriendo el peligro de ser pisoteada por Dios, cantó con el salmista así: “Dios de los ejércitos vuélvete, mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa; no nos alejaremos de ti; danos vida, para que invoquemos tu nombre, Señor Dios de los ejércitos restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. (Sal 79). En el caso del nuevo testamento la viña es el mismo Cristo, el nuevo Israel, talado y pisoteado por los poderosos de la época, quienes rindiéndole culto a su codicia y a su ansia de reconocimiento decidieron darle muerte.
En el hoy de nuestra historia, la creación entera, este mundo inmenso y maravilloso, es la viña del Señor, nuestras familias son la viña del Señor donde se producen los frutos de la fe, el amor, el respeto y la unidad; en nuestro contexto la viña es cada uno de nosotros donde se ha sembrado fundamentalmente la semilla de Dios y que debe fructificar en buenas obras; nuestro país es la viña del Señor, una viña a la que los pregoneros de la muerte y del desastre “le han prendido fuego, han derribado sus cercas para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se las coman las alimañas”, (salmo 79), desconociendo de esta forma que el propietario de la totalidad de la viña del mundo es Dios, que nosotros somos su viña, que nuestro país es la viña en donde con esmero, honestidad y responsabilidad debemos dar fruto en abundancia.
Con base en lo anterior, Dios nos enseña que no podemos dejarnos tentar por hacer de nuestra vida, de nuestro país y del mundo, parcelas personales e intimistas, que propendiendo por el lucro y el bienestar personal, se desconozca el valor del otro como persona, así como la prosperidad de quienes decimos que son nuestros hermanos; en síntesis, la Palabra del Señor denuncia a aquellos que intentan convertir la viña del Señor (la creación, la Iglesia, el mundo), en monopolio exclusivo para legitimar intereses mezquinos, con usufructo privado con mentalidad de propietarios; ni los jerarcas, ni los políticos, ni los terroristas son dueños de la viña de la vida y del mundo, sólo Dios es su legítimo propietario.
Nosotros en la viña del mundo que es de Dios, somos simples siervos, mas no dueños; y nuestra misión ha de consistir fundamentalmente en obrar honestamente para que los frutos sean abundantes; a nuestra manera de ver, sólo es capaz de dar fruto, aquél que ha edificado su vida sobre la roca de Jesucristo y no sobre la arena de sus propios caprichos e intereses, en definitiva el creyente que no ha desechado la piedra angular, que es Cristo, el fundamento de su vida; cuenta con la posibilidad de configurarse con el siervo fiel, quien gastando su existencia por amor a Cristo, muere como el trigo para generar una cosecha abundante.
A manera de conclusión y en sintonía con lo precedente, es importante afirmar que si no hacemos fructificar nuestra vida, nuestros dones, talentos y capacidades, que sin lugar a dudas nos han sido regalados por Dios, nos serán quitados y serán dados a otros para que produzcan el ciento por uno.
Hermanos y Hermanas, que el Corazón Inmaculado de María, nos ayude a remover nuestra tierra para que los frutos se vean en los campos de la familia, la economía, la cultura, la política, la Iglesia, el empleo, la ecología, el respeto por los derechos humanos, en hechos concretos de justicia y de paz.
P. Ernesto León D. o.cc.ss
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