CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CC.SS DE JESÚS Y MARÍA
HOMILÍA SEPTIEMBRE 13 DE 2020 – XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ecl 27,33-28.9; Sal 102: Rm 14,7-9 Mt 18,21-35.
El banquete de La Palabra del Señor que la liturgia nos ofrece en este domingo, es absolutamente significativo para la vida de nosotros los creyentes; pues acercándose a nuestras realidades humanas la Palabra nos muestra el camino de nuestro bienestar personal y comunitario, liberándonos de todo aquello que hace que en algún momento nuestra vida sea infeliz.
Partiendo de la definición de Dios como AMOR que da San Juan en su primera a carta, es importante afirmar que sólo aquél que ama es capaz de perdonar; quien guarda rencor en su corazón contra su hermano es incapaz de perdonar, tal es el sentido de lo expresado en el capítulo 27 del libro del Eclesiástico: “¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?”.
En el contexto de la historia del pueblo de Israel, una historia de salvación, pero también de pecado, guerra, resentimientos, venganza, triunfos, derrotas y rebelión; Dios se mostró bondadoso con su pueblo, lento a la cólera y rico en piedad; se mostró compasivo y misericordioso y lo amó tanto que al decir del salmo 102, “perdonó sus culpas, curó sus heridas, rescató su vida de la fosa y lo colmó de gracia y de ternura”.
Sólo el amor hizo posible que Dios en medio de las traiciones de su pueblo le tendiera la mano de manera incondicional
El amor movió a Dios a proveerle agua en el desierto, cuando éste renegando de Dios, ansiaba su antiguo estado de esclavitud en Egipto; sólo el amor hizo posible que Dios sacrificara a su único Hijo por la humanidad entera, tal es el amor que Dios nos tiene, situación que nos interroga con vehemencia: ¿Cuánto amamos a Dios?, ¿Cuánto le agradecemos a Dios por las cosas bellas que ha hecho en nuestra vida?, ¿Cuánto amamos a nuestros hermanos brindándoles nuestro perdón? y ¿Cuánto nos amamos a nosotros mismos?.
Dios en quien nosotros creemos es un Dios que no guarda odio contra nosotros, porque su única ley es el amor, es un Dios que “no nos está acusando siempre, que no nos guarda rencor perpetuo; es un Dios que no nos paga según nuestras culpas”; lo anteriormente expresado se comprende de manera fácil, lo realmente incomprensible es el actuar de nuestro corazón humano; quien teniendo la imagen y el modelo de un Dios que ama, es capaz de odiar, de hacer daño, de maltratar, calumniar y hasta de matar a quien le llama su prójimo, gran drama es éste.
Mientras Dios a través de su Hijo Jesucristo nos enseñó a amar, nuestro corazón cargado de viejos dolores y resentimientos se ha empecinado en odiar
El Señor nos ha enseñado una y otra vez a perdonar setenta veces siete, nuestro corazón se ha empeñado en desearle el mal a los demás setenta veces siete; mientras el Señor un día dio su vida por amor a nosotros, muchos de nosotros maquinamos en el hoy de nuestra historia personal cómo quitarle la vida o al menos la honra a quienes viven y trabajan con nosotros.
Hermanos y hermanas con la Liturgia de la Palabra de hoy es hora de levantarnos de nuestros propios sepulcros confeccionados a fuerza de rencor y venganza; para constituirnos en los hombres y mujeres que Dios quiere; ya no como dice San Pablo en su carta a los Romanos “capaces de vivir para sí mismos y morir para sí mismos”; sino capaces de hacer sonreír a Dios, haciendo felices a cuantos nos rodean; tal es la concreción del mandamiento del amor y del perdón.
Dejemos hoy que por la intercesión de María Santísima, la Palabra de su Hijo amado permee nuestro ser; de tal forma que acogiendo la invitación del Evangelio de hoy, de “Perdonar de corazón a nuestros hermanos”, comprendamos que hemos de ser generosos en el perdón, pues de otros hemos recibido su perdón y su misericordia, y al mismo tiempo que considerando nuestras propias faltas, no nos convirtamos en jueces de nadie, pues juzgar es fácil, lo realmente difícil es amar y perdonar.
P. Ernesto León D. o.cc.ss
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