CONGREGACIÓN DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS

LECTIO ABRIL 30 DE 2023

La dinámica del seguimiento del Buen Pastor Resucitado:
El discípulo escucha su voz, le sigue y vive en plenitud
Juan 10,1-10

En la pedagogía bíblico-espiritual de la Iglesia, la alegoría del Buen Pastor se proclama el cuarto domingo de Pascua porque quiere ayudarnos a tomar conciencia de que Jesús es el Pastor que dio su propia vida para darnos vida y ahora está en medio de nosotros conduciéndonos en la historia como Señor Resucitado.

Cuando los primeros cristianos comenzaron a representar a Jesús, la imagen más frecuente fue el del Buen Pastor, que encontramos en las pinturas parietales de las catacumbas. Allí se muestra a Jesús como aquel que ha venido para ocuparse de la humanidad perdida, como el que se preocupa de todo hombre y quiere llevarlo de nuevo a Dios.

Esta bellísima imagen de Jesús “Buen Pastor” indica el cuidado incansable como él se la juega toda por nosotros y nos describe también el estilo de “Vida Nueva Pascual” que caracteriza a todo discípulo(a) de Jesús.

Y este estilo de vida, el de un amor incondicional y signado por la entrega de la Cruz, es la que debe caracterizar a todo discípulo de Jesús, particularmente a aquellos que –en nombre del Señor- guían las comunidades.

Cómo no recordar aquí las palabras del Papa Benedicto XVI en su homilía en la solemne Eucaristía de inicio de su pontificado, el 24 de abril:

“Era costumbre en el antiguo Oriente que los reyes se llamaran a sí mismos pastores de su pueblo. Era una imagen de su poder, una imagen cínica: para ellos, los pueblos eran como ovejas de las que el pastor podía disponer a su agrado. Por el contrario, el pastor de todos los hombres, el Dios vivo, se ha hecho él mismo cordero, se ha puesto de la parte de los corderos, de los que son pisoteados y sacrificados. Precisamente así se revela Él como el verdadero pastor: “Yo soy el buen pastor […]. Yo doy mi vida por las ovejas”, dice Jesús de sí mismo (Jn 10, 14s.). No es el poder lo que redime, sino el amor. Éste es el distintivo de Dios: Él mismo es amor”.

Dispongámonos ahora para entrar en la lectio de Juan 10,1-10, ambientándonos primero con algunas líneas del contexto pastoril y luego observando las características del pastor  por excelencia, Jesús, y su relación con las ovejas. Tengamos presente que este es un texto que habla a la Iglesia y a cada discípulo en particular. Para la Iglesia, es un “recorderis” de cómo los “pastores” deben parecerse a Jesús, motivados siempre por el amor y, como él también, haciéndose educadores de la libertad en el Espíritu Santo. A cada discípulo en particular le recuerda cuáles son los elementos distintivos que dinamizan el “seguimiento” del Señor.

1. Algunos puntos iniciales sobre el “Pastor”

1.1. “Pastor” indica relacionalidad

Para que entendamos la importancia que tiene en la Biblia el tema del Pastor, es bueno que refresquemos un poquito el contexto.

Los beduinos del desierto nos dan hoy una idea de lo que era en otro tiempo la vida cotidiana en las tribus de Israel: en esta sociedad, la relación entre pastor y rebaño no es únicamente de tipo económico, basada en el interés, en el provecho que el pastor le pueda sacar a sus ovejas para subsistir él y su familia: sacar la lana, beber su leche, hacer deliciosos asados con su carne, venderlas cuando necesita dinero, etc. En otras palabras no es una relación de “propiedad”.

En el mundo de la Biblia, como sucede también hoy con los beduinos del desierto, entre el pastor y su rebaño se desarrolla una relación casi personal.  Día tras día se la pasan juntos en lugares solitarios mirándose el uno al otro, sin nadie más en el entorno.  El pastor termina conociendo todo sobre cada oveja y cada oveja reconoce y distingue, entre todas, la voz de su pastor, que habla con ella con frecuencia.

1.2. En la historia de la revelación aparece con frecuencia esta imagen

Precisamente porque la relación entre el Pastor y sus ovejas representaba una de las relaciones más estrechas que se podían observar en la cotidianidad de un israelita, se explica por qué Dios utiliza este símbolo para expresar su relación con su pueblo elegido y con toda la humanidad.  Uno de los Salmos más bellos del salterio describe la seguridad que un orante tiene de que Dios es su Pastor: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (23,1).

Pero esto vale también para las relaciones humanas, de ahí que en la Biblia el título de pastor también se le de, por extensión, también a todos aquellos que imitan la premura, la dedicación de Dios por el bienestar de su pueblo.  Por eso a los reyes en los tiempos bíblicos se les llama pastores, igualmente a los sacerdotes y en general a todos los líderes del pueblo.

En este orden de ideas, cuando los profetas Jeremías y Ezequiel se refieren a los líderes del pueblo, los llaman pastores, pero ya no para referirse a la imagen que deberían proyectar, de seguridad, de protección, sino a lo que realmente son: líderes irresponsables que llegan incluso hasta la delincuencia para sacar ventaja de su posición mediante la explotación y la opresión (es clara también la cita de Jeremías 23,1: “¡Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos!”).

Al lado de la imagen del buen pastor aparece entonces la del mal pastor o del mercenario.  En el profeta Ezequiel, en el capítulo 34, encontramos un juicio tremendo contra los malos pastores que se apacientan solamente a sí mismos, lo cual lleva a que Dios decida ocuparse personalmente  de su rebaño: “Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él” (Ezequiel 34,11).

1.3. La gran responsabilidad de un pastor: la vida de la oveja

El criterio para distinguir un buen y mal pastor era su sentido de la responsabilidad.  El Pastor en Palestina era totalmente responsable de las ovejas: si algo le pasaba a cualquiera de ellas, él tenía que demostrar que no había sido por culpa suya.

Observemos rápidamente algunas citas impresionantes:

Amós 3,12: “Como salva el pastor de la boca del león dos patas o la punta de una oreja, así se salvarán los hijos de Israel”. El pastor debe salvar todo lo que pueda de su oveja, ni que sean las patas o la punta de la oreja de su oveja.

Éxodo 22,9.13: “Si un hombre entrega a otro una oveja o cualquier otro animal para su custodia, y éstos mueren o sufren daño o son robados sin que nadie lo vea… tendrá que restituir”.   En este caso el pastor tendrá que jurar que no fue por culpa suya (v.10) y traer una prueba de que la oveja no había muerto por culpa suya y de que él no había podido evitarlo.

En fin, el pastor se la juega toda por sus ovejas, aún combatiendo tenazmente contra las fieras salvajes, haciendo gala de todo su vigor e incluso exponiendo su vida, como vemos que hizo David de manera heroica con las suyas: “Cuando tu siervo estaba guardando el rebaño de su padre y venía el león o el oso y se llevaba una oveja del rebaño, salía tras él, le golpeaba y se la arrancaba de sus fauces, y se revolvía contra mí, lo sujetaba por la quijada y lo golpeaba hasta matarlo” (1 Samuel 17,34-35).

1.4. La premura del Pastor: un amor que vivifica

Todo lo que vimos anteriormente es lo que Dios hace con los suyos. Los orantes bíblicos, como lo hace notar el Salmo 23, encontraban en la imagen de Dios-Pastor su verdadero rostro: su amor, su premura y su dedicación por ellos. En Dios encontraron su confianza para las pruebas de la vida. Ellos tenían en la mente y arraigada en el corazón esta convicción: «Sí, como un pastor bueno, Dios se la juega toda por mí”.

Ellos tenían la certeza de que Dios siempre estaba cuidando de ellos y combatiendo por ellos. Así predicaba el profeta Isaías: “Como ruge el león y el cachorro sobre su presa, y cuando se convoca contra él a todos los pastores, de sus voces no se intimida, ni de su tumulto se apoca; tal será el descenso de Yahveh de los ejércitos para guerrear sobre el monte Sión y sobre su colina” (Isaías 31,4).

Y en el texto de Ezequiel, que ya mencionamos, vemos que nada se le escapa al compromiso y al amor de Dios-Pastor: “Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enferma” (Ezequiel 34,16).

2. Lectura de Juan 10,1-10

Leamos ahora con mucho cuidado el texto de Juan 10,1-10:

En una ocasión dijo Jesús:

1 “En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador;
2 pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas.
3 A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera.
4 Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.
5 Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.
6 Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba.

7 Entonces Jesús les dijo de nuevo: “En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas.
8 Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon.
9 Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto.
10 El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.

2.1. El contexto inmediato: la autosuficiencia de las autoridades y el ejemplo radiante de un seguir de Jesús

Para comprender mejor la parábola (o alegoría) del Buen Pastor, hay que tomar como punto de partida la parte final del relato del ciego de nacimiento en Juan 9,39-41. De hecho, si observamos bien, no hay ninguna solución de continuidad entre Jn 9,41 y 10,1.

Los interlocutores de Jesús son los fariseos (9,40). Previamente Jesús, hablando de forma general, había dicho que había venido para un juicio a este mundo y que este juicio lleva a la visión a quien no ve y a quienes ven a la ceguera (9,39).

Estas palabras de Jesús son el mejor comentario del relato del ciego de nacimiento, en el cual se han notado dos actitudes: la del ciego curado, quien ha hecho un camino progresivo de apertura a la fe y la también progresiva actitud de cerrazón ante Jesús por parte de las autoridades judías.

Dicho de otra manera

Las autoridades religiosas judías creen conocer todo acerca de Dios y dictaminan sobre Jesús, en cambio el ciego curado cada vez vislumbra quién es él más en su búsqueda de fe. Esta es la “ceguera” y la “visión” de la que habla Jesús en Jn 9,39-41, esto es, la autosuficiencia que ciega ante la revelación del misterio -lo cual desencadena su propio juicio- y la apertura del creer:
“El que cree en él, no es juzgado; / pero el que no cree, ya está juzgado, / porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios” (Juan 3,18)

Las palabras finales de Jesús, en 9,41, confirman lo anterior: “Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: ‘vemos’, vuestro pecado permanece” (9,41). Es decir, si hubieran estado dispuestos a admitir la necesidad que tenían de luz (8,12) estarían aptos para dar el paso, pero puesto que creen sabérselas todas, no permiten la revelación de la luz que viene a través de Jesús:
“La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.
En el mundo estaba…
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios”
(Juan 1,9-12)

2.2. Primera parte: La parábola sobre la entrada en el redil (Jn 10,1-6)

“1 En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador;
2 pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas.
3 A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera.
4 Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.
5 Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.

Jesús comienza indicando que va a decir algo de mucha importancia, para ello usa la fórmula solemne: “En verdad, en verdad os digo” (10,1ª).

Enseguida enuncia una parábola centrada en la descripción de la actividad del pastor. En ella se distinguen dos partes, cada una caracterizada por una contraposición:
(1) 10,1-3ª: Dos formas contrapuestas de acercarse a las ovejas.
(2) 10,3b-5: La relación entre el pastor y las ovejas y la contrapuesta actitud ante los extraños.

2.2.1. Dos formas contrapuestas de acercarse a las ovejas: la identidad del pastor (10,1-3ª)

“1 El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador;
2 pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas.
3 A éste le abre el portero”

Notemos el énfasis en el verbo “ser”: “Ése es un ladrón y salteador” / “Es pastor de las ovejas”. De esta manera, la primera parte de la parábola señala –mediante contraposición- el criterio por el cual se descubre la identidad del “pastor de las ovejas”: “El que no entra por la puerta” / “El que entra por la puerta”.

Entonces, hay dos modos de entrar al rebaño que dependen de lo que se busque: cuidar del rebaño o, por el contrario, hacerle daño. Así queda establecida la diferencia entre el falso y el verdadero pastor de las ovejas.

(a) El falso pastor: “El que no entra por la puerta… escala por otro lado…”

Quien busca hacer daño no da la cara, entra a escondidas valiéndose de un subterfugio (10,1), porque quien tiene segundas o malas intenciones no gusta de ser reconocido, como bien había explicado Jesús: “Todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras” (Jn 3,20).

A quien procede de esta manera se le dan los dos calificativos fuertes de “ladrón” y “salteador”, dos títulos que señalan rapacidad, deshonestidad y egoísmo. Ante todo priman sus propios intereses, el resto no le importa; su búsqueda de la oveja implica sometimiento, enajenación, aprovechamiento y, finalmente, muerte para ella.

(b) El verdadero pastor: “El que entra por la puerta… le abre el portero”

El verdadero pastor da la cara al llegar a la puerta y dejarse convalidar por un nuevo personaje en la parábola, el portero, quien dictamina si es o no es pastor. Obviamente, cuando lo reconoce, éste no duda en dejar entrar al pastor. También había dicho Jesús: “El que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios” (Jn 3,21).

Y no sólo le abre el portero sino que “las ovejas escuchan su voz”, se entabla una relación estrecha y vivificante entre ellos, como vemos a continuación.

2.2.2. La relación entre el pastor y las ovejas y la contrapuesta actitud ante los extraños (Jn 10,3b-5)

“3…Y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera.
4 Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.
5 Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.

Una vez que se ha identificado al verdadero pastor, vemos cómo se entabla la relación de éste con sus ovejas. Podríamos decir también que esta segunda parte de la parábola igualmente se describe a la verdadera oveja con la contraposición: “Conocen su voz (del pastor)” / “No conocen la voz de los extraños”. La primera frase lo afirma claramente: “Las ovejas escuchan su voz”, o sea, no dudan en atender la voz de quien los guía y, en consecuencia, “le siguen” con docilidad. ¡Una excelente caracterización del discípulo del Señor!

Toda esta sección podría englobarse bajo el título “Las ovejas escuchan su voz”. Por cierto, más adelante, en el relato de la pasión, Jesús dirá: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18,37).

Y, ¿Cómo sucede esto?

(a) El seguimiento del pastor: ser “llamado… sacado… precedido” (10,3b-4)

Se distinguen dos momentos: cuando la oveja es sacada del redil y cuando es conducida por las praderas. En ambas ocasiones la “voz” del pastor juega un papel fundamental.

El verbo “sacar” está repetido, es una acción importante. El término es conocido en el vocabulario del éxodo: “sacar fuera” es un acto de libertad; al respecto, algunos comentaristas han notado que nunca se habla de un traer de vuelta al viejo redil.

Pues bien, el “sacar” se realiza mediante un llamado: “a sus ovejas las llama una por una” (lit: “por su nombre”). Cada oveja sabe su propio nombre y responde enseguida a la voz del que la llama “por su nombre”. El “nombre” señala la identidad de una persona, lo que la distingue y hace única, también su historia y sus características personales. La oveja es conocida así. Tenemos aquí una sobria pero elocuente descripción de la relación personal que el pastor entabla con cada oveja: él se interesa por ella llamándola desde la hondura de su identidad personal y ella, por su parte, reconoce su voz y le responde poniéndose en camino hacia él y junto con él.

Comienza, entonces, la segunda etapa:

“Va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz” (10,4). Una vez que han sido llamadas por su nombre, sacadas del redil y congregadas, las ovejas son encaminadas hacia los lugares de pastaje. La relación llamada/respuesta ahora progresa hacia la relación precedencia/seguimiento: el pastor camina delante de ellas, y éstas –ciertamente con gran alegría- siguen a aquel cuya voz les es familiar.

El discipulado se describe claramente con el “ir delante” del Pastor/Maestro y el “seguir” de la Oveja/discípulo. El contenido del seguimiento de Jesús está presentado a lo largo de todo este evangelio, de punta a punta (si bien el término “seguir” es apenas uno de los términos usados por Juan para describir el seguimiento de Jesús, vale la pena observar: 1,37-38.40.43; 6,2; 10,27; 13,36-37; 18,15; 21,19.22). Pero aquí lo que el evangelista nos invita a observar atentamente es qué es lo que dinamiza el seguimiento: “le siguen porque conocen su voz”. Sin el conocimiento de la voz de aquel que es la Palabra de Vida (1,4) no es posible el seguimiento de Jesús.

(b) La fuga ante los extraños (10,5)

La parábola termina señalando que las ovejas no sólo “siguen” a Jesús sino que “no seguirán a un extraño” (10,5a). Y el argumento es el mismo: “porque no conocen la voz de los extraños” (10,5c). Es la antítesis del versículo anterior.

No sólo se afirma que no seguirán a los extraños sino que “huirán” de ellos aterradas (10,5b). Una cosa es la indiferencia frente al extraño y otra es la fuga. Esta última actitud puede ser leída en dos planos:

1. Teniendo en cuenta que no se reconoce la voz de los extraños, se puede entender como capacidad de discernimiento por parte del discípulo del Señor: el discípulo aprende a distinguir lo que proviene y lo que no del Señor.

2. Teniendo en cuenta la connotación del término fuga, como carrera en vía contraria, se puede entender como un apartarse decididamente o, mejor aún, como toma de decisión radical y profética frente a todo aquello que no va de acuerdo con el camino de vida.

Hay que tener presente que gracias a la familiarización con la voz de Jesús es que es posible detectar las voces seductoras que proponen caminos de muerte: ¡la escucha del Señor es la escuela de los auténticos profetas!

2.3. Interludio: la incomprensión del auditorio (10,6)

“6 Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba”

El relato de la parábola parece darse por concluido (el P. Alonso-Schökel hablaría más bien de la “primera variación” de la parábola). En realidad se trata de una pausa en la que el reflector se proyecta sobre el auditorio.

La comparación propuesta en Jn 10,1-5 es llamada aquí con el término griego “Paroimía”, el cual puede significar en primer lugar: proverbio o acertijo; aunque según la terminología adoptada para los otros evangelios, bien cabe el término “parábola”. No entramos aquí en consideraciones sobre el género literario “parábola”, más bien llamamos la atención –como es evidente- sobre el hecho de que se trata de una enseñanza que requiere ejercicio de “conocimiento” (como aparece literalmente en griego): “Pero ellos no conocieron (o reconocieron) lo que les hablaba” (10,6b).

Situándonos sobre este plano del “conocimiento” el evangelista nos invita a una correlación entre la actitud de las autoridades religiosas judías, quienes son los interlocutores de Jesús (Jn 9,39-41), y los comportamientos descritos en la parábola (Jn 10,1-5).

En pocas palabras:

Las ovejas oyen la voz del pastor (v.3b-4), pero los fariseos no oyen su voz, no reconocen lo que les está diciendo. De esta manera el v.6 parece estar identificando a los fariseos (ver Jn 9,40) con los “ladrones y salteadores” de Jn 10,1.

Esto se hace más evidente si observamos el comportamiento de Jesús, y al mismo tiempo el de las autoridades religiosas, en el relato del ciego de nacimiento:

(1) Jesús se ha ocupado de la oveja, la ha curado (ver Jn 9,6-7) y luego la ha buscado (9,36);

(2) los fariseos, por su parte, la han rechazado (9,34). En cuanto el ciego curado parecía cada vez más seducido por Jesús, los fariseos se mostraban más hostiles. El punto es claro cuando llegan a decirle al ciego curado: “Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés” (9,28).

Esta actitud de los adversarios de Jesús frente a su revelación y a su consecuente seguimiento, se devuelve como un boomerang hacia ellos: se han convertido en los “extraños” a los cuales no hay que reconocer.

Vale la pena traer a colación aquí el excelente comentario de la biblista Pheme Perkins, quien anota sobre Jn 10,6: “Para el lector que acaba de ser informado de la ceguera de los fariseos, resulta evidente que el autor le está aconsejando que no preste atención a las enseñanzas de los fariseos” (NCBSJ).

2.4. Aplicación: una clara y directa auto-presentación de Jesús

Después de la parábola dirigida a los fariseos “ciegos” que habían expulsado al ciego curado por Jesús, comienza la segunda parte del texto seleccionado para hoy, en la cual Jesús se compara a sí mismo con la puerta: en contraposición con los otros que son ladrones y salteadores, él conduce a la vida.

Esta segunda parte del pasaje comienza llamando la atención del lector con una fórmula solemne similar a del comienzo de la parábola: “En verdad, en verdad os digo” (10,7ª; ver 10,1ª; se traduce: “les aseguro que…”).

Enseguida, y sin más preámbulos, Jesús se revela como el “Yo soy”. Se afirma así la identidad trascendente de Jesús, ya que el “Yo soy” es una alusión al nombre de Yahvéh en Éxodo 3,14. De ahí su importancia absoluta y determinante para la salvación:
– “Yo soy la puerta de las ovejas… Si uno entra por mí estará salvo” (10,7b.9ab).
– “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (10,10).

Una importante revelación de Jesús (que sólo será completa con la lectura de Jn 10,11-18) está enmarcada entre estas dos afirmaciones.

Si observamos con cuidado el texto notaremos que en los vv.7-9 predomina el verbo “ser” (“yo soy”, v.7; ellos “son”, v.8; “yo soy”, v.9) y en el v.10 el verbo “venir” (“el ladrón no viene más que a…”, v.10ª; “Yo he venido para…”, v.10b). Así como en la parábola de Jn 10,1-5, se distinguen también aquí dos partes en la que se juegan contraposiciones.

2.4.1. “Yo soy la puerta…” (Jn 10,7-9)

“En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas.
8 Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon.
9 Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto.

La imagen de la puerta había aparecido antes en Jn 10,1-2, allí era el lugar de entrada correcto para acceder al redil. Ahora se da un paso adelante: Jesús es esta puerta. Un antecedente bíblico puede ser el Salmo 118, el cual quizás fue interpretado como profecía mesiánica –siempre bajo la luz de la Pascua- en el cristianismo de los orígenes, particularmente el v.20: “Aquí está la puerta de Yahveh, por ella entran los justos”.

Esto quiere decir que solamente a través de Jesús se puede tener el acceso adecuado a las ovejas y que por medio de él las ovejas pueden salir hacia los espacios amplios de la vida representados en las verdes praderas, como se describe en Jn 10,9.

Los que vinieron antes de Jesús son calificados de “ladrones y salteadores”. Los que antes de Jesús han conducido al pueblo de Dios, específicamente estos dirigentes que tiene ante sus ojos y que lo rechazan a él así como a quienes comienzan a aceptar su revelación (por ejemplo, el ciego de nacimiento), ya no son reconocidos como sus dirigentes: “las ovejas no les escucharon”. Y puesto que no han entrado por la puerta, no tienen ningún derecho sobre las ovejas.

Detrás del calificativo de “ladrones y salteadores” se dejan sentir la gravedad de la irresponsabilidad del líder religioso frente a su comunidad, como dice D. Moloney, se han convertido en “proveedores de una esperanza mesiánica para su propio beneficio”. Pero las ovejas ya han comenzado a no prestarles atención (ver Jn 9,24-33) y a seguir a Jesús (ver Jn 9,38).

¿Qué está sucediendo ahora con Jesús?

El v.9 retoma el v.7 para explicarlo: Jesús es el mediador (=“por medio de mi”, v.9b; es el sentido de una puerta) que va a proveer a las ovejas con todo lo que necesitan para vivir y con quien el redil se encuentra protegido y seguro. Es decir, que quien “entra” se salva por medio de él y quien “sale” encuentra un ámbito de vida.

Jesús es la mediación de la vida. Y todo esto gracias a la voz que es escuchada y seguida: “Todo se hizo por medio de ella (la Palabra)… En ella (la Palabra) estaba la vida / y la vida era la luz de los hombres… La gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo” (Jn 1,3.4.17).

El “entrar” y “salir” connota también la libertad de la que se habló en la parábola, en Jn 10,3b-4 (verbo “sacar”). La puerta permanece grande y abierta, las ovejas van y vienen, no son aprisionadas sino que se las hace salir y son siempre conducidas por aquel a quien escuchan. Entre libertad y vida se establece una estrecha relación.

Y el don de Dios se da con toda magnanimidad. Valga recordar que la imagen del “encontrará pastos” (v.9d) parece retomar la promesa de Dios en Ezequiel 34,14 que se había convertido en anhelo del Pueblo de Dios: “Las apacentará en buenos pastos, /y su majada estará en los montes de la excelsa Israel. /Allí reposarán en buena majada; /y pacerán pingües pastos por los montes de Israel”.

Es al servicio de esto que debían ponerse todos los pastores de Israel. Y es aquí donde la manera de realizar la misión en función del pueblo se pone en cuestión.

2.4.2. “Yo he venido para…” (Jn 10,10)

Lo que Jesús “es” se realiza en la misión para la cual ha “venido”. Las frases contrapuestas “El ladrón no viene más que a…” / “Yo he venido para…” ponen ante nuestros ojos –en forma comparativa- dos maneras de presentarse ante las ovejas.

Los verbos “robar”, “matar” y “destruir” aplicados al ladrón, señalan que no hay nada vivificante en ellos. Correlacionemos con el v.8: los que habían venido antes de Jesús y se presentaban ante el pueblo como sus servidores no le ofrecían la vida que necesitaban sino que se valían de él para mantenerse en su posición de privilegio. Los fariseos y dirigentes del pueblo quedan definitivamente descalificados como pastores.

Los tres verbos de negación de vida de la oveja que tiene como sujeto al ladrón, se contraponen a uno solo que tiene como sujeto a Jesús: “Dar Vida”. Ahora se dice de forma explícita: “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (10,10). Y no solo un poquito sino en abundancia.

Esta será la pretensión inaudita de Jesús, la que será motivo de confrontación cada vez más fuerte con sus adversarios, la que le llevará finalmente hasta la muerte en la cruz, en la cual –paradójicamente- efundirá esa vida abundante sobre la humanidad entera, dando vida con su propia vida.

3. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia

“Los fariseos dijeron que no eran ciegos; pero, para ver, tenían que convertirse en ovejas de Cristo. Y como pretendían tener la luz ellos se enfurecían contra el Día.

En verdad, hay muchos que, según un cierto ideal de vida, pasan por hombres de bien y honestos, por mujeres virtuosas e irreprensibles; son observantes de todo lo que la ley prescribe: respetan a sus padres, no son adúlteros, no matan, no roban, no dan falso testimonio contra nadie y parece que observan todos los otros preceptos; todavía no son cristianos. Y hasta llegan frecuentemente a vanagloriarse como los fariseos: ‘¿Por ventura también nosotros somos ciegos?’ (Juan 9,40).

Teniendo en cuenta, con todo, que todas esas cosas no tienen valor, ya que ellos las realizan sin referencia al fin último, en la lectura de hoy el Señor presenta una parábola que se refiere al rebaño y a la puerta por donde entra en el redil. Los paganos tiene pues bellos discursos: ¡Nosotros vivimos honestamente! Pero, si no entran por la puerta, ¿de qué les sirve aquello de que se glorían? El vivir honesto debe garantizar la posibilidad de vivir siempre; pero si no sirve para vivir siempre, ¿entonces para qué sirve? Ni se puede decir que viven honestamente aquellos que por ceguera ignoran o por orgullo desprecian la finalidad del vivir honestamente. Y nadie puede tener la esperanza verdadera y cierta de vivir eternamente si no reconoce la vida que es Cristo y no entra por la puerta en el redil”
(San Agustín, “In Ioan.” Tr. 45,2-3)

4. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

4.1. ¿Qué pastores se han hecho cargo de mí? ¿Por qué les debo gratitud?

4.2. ¿Qué caracteriza los cuidados que Jesús ofrece como “Buen Pastor”?

4.3. ¿Intento ordenarle a Jesús qué es lo que debe darme? ¿Me dejo guiar por Él?

4.4. ¿Qué quiere decir la frase “Yo soy la Puerta”?

4.5. ¿Cuáles son las lecciones del Evangelio de hoy para mi vida como responsable de una comunidad o de una familia?

P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM

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